El apocalipsis ahora

Compartir en:

El espectáculo permanente que dan los políticos y gobernantes en casi todos los países del mundo debe invitar a creadores, artistas, maestros, pensadores, escritores, universitarios y estudiantes en general a ocupar los espacios públicos que aquellos llenan con su terrible voracidad de pequeños maleantes. Supongo que los adolescentes y jóvenes inteligentes que hoy ven televisión, navegan por Internet y hojean los periódicos, deben sentir vergüenza por el espectáculo bochornoso que dan los mayores en las altas esferas del poder, al utilizar un lenguaje soez e ideas de reducido calibre, semejantes a las usuales entre las pandillas de las zonas rojas, donde la ley es robar, matar y enriquecerse a toda costa. Lejos de manejar los asuntos con la tolerancia y la sabiduría requeridas, los políticos que tienen las riendas de los gobiernos o los congresos y muchos de los que aspiran a llegar a esas instancias parecen estar dispuestos a incendiar sus países, pese a que sean enormes y ricos, llenos de cualidades sin fin y riquezas materiales, humanas y culturales extraordinarias. Haciendo uso de los medios de comunicación para ese fin, el espectáculo que dan funcionarios y congresistas en el mundo es el de una pelea feroz de rapiña por las riquezas nacionales e internacionales donde se usan todo tipo de improperios y todas las armas de destrucción. Como la política mundial es hoy una historia sucesiva de historias de telenovela que se suceden unas a otras sin dar tregua para ocultar los verdaderos asuntos e intereses en juego, la danza de discursos y noticias carece ya de ideas y reflexiones profundas o estratégicas sobre el destino de quienes hoy son niños o jóvenes y que miran tal vez aterrados el espectáculo que dan los padres de la patria, los altos funcionarios, que por el contrario deberían dar ejemplo de ponderación y serenidad, tal y como los filosófos griegos y los antiguos en general pedían en sus tratados de buen gobierno. Puesto que somos una multitud de tribus, se supone que los caciques y el Consejo de ancianos deberían dar ejemplo a la comunidad por su larga experiencia y buscar ante todo la verdad y la justicia en las decisiones que deben pronunciarse en beneficio de la comunidad, como un todo vivo que se renueva con el paso de las generaciones. Los aborígenes del pasado y los que aún sobreviven en las selvas o en las montañas del mundo, alejados de la civilización mediática en que vivimos, dan ejemplo de esa sabiduría ancestral que puede percibirse en los textos sagrados de todos los tiempos y en las leyes y decálogos de las grandes religiones milenarias. La codicia por el poder en la mal llamada civilización es una ciega carrera por adueñarse de las riquezas de un país dado o del mundo y saquear de manera despiadada todo lo que se encuentre en la trayectoria y en el perímetro. Las riquezas naturales y los medios de infraestructura que poseen las naciones para ayudar a la población, se destinan ahora para el beneficio de quienes se han aupado al gobierno, al Congreso, al senado y a los ministerios. Los jóvenes lúcidos que por primera vez despuntan al mundo y ven ese espectáculo deben sentirse avergonzados y sonrojarse de sus mayores, y pensar que tal vez el país estaría en mejores manos si los jefes de la tribu fueran ellos y no los viejos codiciosos y corruptos que las gobiernan. Deben pensar asimismo que es probable que el caballo de Calígula o el asno de Sancho Panza gobernarían mejor que sus amos, aunque se puede reconocer, por lo menos en el caso de Sancho Panza, que no lo hizo tan mal cuando gobernó de manera ficticia la Ínsula Barataria. Como todo ahora se hace con propaganda y comprando votos al por mayor, la democracia mundial manejada por intereses poderosos que van tras el petróleo y todo tipo de minerales y riquezas, podrían perfectamente hacer elegir con propaganda a un asno, un caballo o a una vaca como gobernantes y éstos tal vez desempeñarían un papel más digno y ponderado, más justo y beneficioso para la comunidad. Cuando se proyectaron en el mundo los grandes clásicos del cine apocalíptico, tales como 2001 Odisea del Espacio, Blade Runner, la Guerra de las Estrellas, Apocalypse Now o en la actualidad Baylon A. D., se creía que en una época muy lejana el mundo estaría gobernado por mafias de delincuentes feroces y que por encima de países y regiones reinarían temibles capos implacables, capaces de una violencia inaudita con tal de monopolizar yacimientos y esclavizar a los hombres. Pues la verdad es que al acercarse el fin de la primera década del siglo XXI el mundo ya se parece claramente a ese guión catastrófico de las películas de ciencia ficción: las guerras en curso en Georgia, los Balcanes, Medio Oriente, Sudeste asiático, América Latina y las que sin duda vendrán concentran en su atrocidad los elementos de la predicción apocalíptica. Se trata de dominar oleoductos, sitios estratégicos, mares, polos, canales, ríos, minas y yacimientos posibles y por eso no hay guerras en sitios yermos o carentes de riqueza. Los mafiosos del narcotráfico y de todas las riquezas habidas y por haber se han adueñado de los gobiernos, han infiltrado las instituciones y en vez de jefes de Estados hay opacos empleados implacables de esas fuerzas funestas, que pueden ser aupados al trono y defenestrados en un abrir y cerrar de ojos. Por eso no hay que darle vueltas al asunto. Vivimos el Apocalipsis ahora y mientras el mundo se destruye no nos queda más remedio que leer La República de Platón, El Príncipe de Maquiavelo, El Quijote de la Mancha, el Leviatán de Hobbes, 1984 de Orwell y los libros sagrados, donde todo ya está dicho.

Todos los artículos de El Manifiesto se pueden reproducir libremente siempre que se indique su procedencia.

Compartir en:

¿Te ha gustado el artículo?

Su publicación ha sido posible gracias a la contribución generosa de nuestros lectores. Súmate también a ellos. ¡Une tu voz a El Manifiesto! Tu contribución, por mínima que sea, dará alas a la libertad.

Quiero colaborar