Los salvadores de la patria ante la justicia

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Ver a Radovan Karadzic y antes a su jefe Slobodan Milosevic frente a los jueces del Tribunal Penal Internacional (TPI) para la ex Yugoslavia y saber que la Corte Penal Internacional (CPI) es capaz de lanzar órdenes de captura contra presidentes, muestra que hay caminos para que los jefes de Estado y de gobierno que violen las leyes internacionales, cometiendo masacres o genocidios, sean convocados algun día ante las instancias judiciales internacionales. Muchos presidentes del mundo han creído con ligereza que el famoso precepto maquiavélico « el fin justifica los medios » es una prerrogativa para ellos que se queda para siempre en la impunidad. Por tal razón presidentes antidemocráticos no dudan en bombardear, matar, masacrar, detener, encarcelar, torturar o exterminar a los opositores, que muchas veces terminan en fosas comunes o mazmorras por simples sospechas de que pertenecen a grupos subversivos. Y esos delitos quedan protegidos por la sacrosanta « razón de Estado » o por leyes acomodaticias que buscan instaurar el olvido para los crímenes de lesa humanidad cometidos por las fuerzas armadas o los servicios secretos de los gobiernos. Salvo algunos casos sonados como el Proceso de Nuremberg, que llevó a los estrados a la alta dirigencia del régimen nazi para que respondiera por el atroz genocidio del pueblo judío y de otros pueblos marginales en Europa hace apenas medio siglo, la mayoría de los mandatarios y funcionarios violentos, psicópatas y sectarios han quedado en la impunidad y se han salido con las suyas gozando las deliciosas jubilaciones de padres de la patria. En América Latina el chileno Augusto Pinochet y el peruano Alberto Fujimori, que durante años se consideraron salvadores de la patria infalibles ayudados por Dios, terminaron ante el banquillo de los acusados, cuando se supo que la pureza supuesta que los cobijaba yacía sobre un mar sanguinolento de actos de corrupción y crímenes sin nombre. Los presidentes y los gobiernos delincuenciales de corte totalitario fascista, falangista o estalinista saben manipular muy bien a sus súbditos. Sus métodos de dominio se basan primero en crear a través de la propaganda un nacionalismo y un patriotismo ciegos que inoculan a los niños desde la escuela y a los adultos a través de la radio, la televisión o la prensa o por medio de partidos políticos o asociaciones de diversa índole. Es curioso, pero esos gobiernos tan patrióticos y nacionalistas son precisamente los que más dependen de alguna potencia mundial, como ocurrió en la guerra fría, cuando los países satélites rendían pleitesía a uno u otro bando del poder mundial. Esos presidentes populistas se dicen siempre muy patrióticos y nacionalistas, pero obedecen como gozques los mandatos del imperio y del amo de turno. Además del nacionalismo y el patriotismo exacerbados, los regímenes fascistoides o protonazis se inventan siempre enemigos básicos de orden interior y exterior a quienes imputan todos los males de la « nación ». Con los nazis el enemigo interior, factor de todos los males y desgracias del país, era el pueblo judío, que fue llevado a los campos de concentración y a las cámaras de gas, de donde salían sus hijos a las fosas comunes. Millones de inocentes niños, mujeres, ancianos judíos fueron desplazados y declarados amenaza interior del régimen y « objetivo militar » de las huestes nazis. Todos los problemas de la « patria » como la inflación, la carestía, el desorden, la falta de crecimiento, la violencia, eran imputados a ese pueblo errante y las masas fascistas se creyeron el cuento. En nuestro continente, Pinochet y las dictaduras militares conosureñas atribuían todos los males a la izquierda y a los « comunistas », concepto vago bajo el cual se incluía indistintamente a todas las personas que tenían un pensamiento distinto al del régimen. Las fuerzas militares y paramilitares de esos gobiernos se creían autorizadas a detener, secuestrar, desaparecer, violar, bombardear y lanzar desde aviones a intelectuales, profesores, filósofos, supuestamente de izquierdas. Incluso se robaron a los bebés de las « comunistas » embarazadas que caían en sus mazmorras. Pero tarde o temprano personajes criminales como el dictador argentino Videla y su esbirro Astiz, el tristemente famoso « ángel de la muerte » terminaron para fortuna de Argentina en el banquillo de los acusados. Pinochet fue detenido en Inglaterra y pasó el resto de sus días rindiendo cuentas por sus delitos de lesa humanidad y corrupción. Fujimori está en la cárcel y rinde cuentas a la justicia. Cuando el enemigo interior inventado por los regímenes totalitarios en Asia, Africa, Europa, o América Latina no les es suficiente para movilizar a las masas en su ardor patriótico y adormecerlas, se inventan entonces enmigos exteriores que por lo regular son países vecinos a los que atribuyen secretas intrigas. A punta de himnos nacionales incitan a la energía patriótica del pueblo para lanzar odio a esos países cercanos, con los que se trenzan en guerras, como ha sido el caso en la ex Yugoslavia, de Grecia y Turquía, China y Japón, Irán e Irak, Corea del Norte y Corea del Sur, Colombia y Perú, Perú y Ecuador y así sucesivamente. Enemigo interior y enemigo exterior son pues las bases de los regímenes totalitarios para ejercer el control sobre sus poblaciones y hacerlas partícipes de genocidios, persecuciones, o cómplices de los delitos que las cortes internacionales comienzan ya a estudiar y a guardar en la memoria para que un día propicio los mandatarios o ministros que participaron en ellos enfrenten a la justicia, como lo hicieron los dignatarios nazis, los genocidas serbios, y los dictadores argentinos, chilenos, y peruanos, entre otros muchos que en su momento fueron los salvadores gloriosos de sus respectivas patrias.

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