Es el caso, por ejemplo, del día de la muerte de John F.Kennedy en 1963, la del padre guerrillero Camilo Torres en 1966 y la de Ernesto Che Guevara en 1967, el primer transplante de corazón en 1968 y la llegada del hombre a la luna en 1969, entre otros muchos acontecimientos que poco a poco estructuran, dan pautas sobre la política y la realidad mundiales o informan de la violencia interminable, los avances de la tecnología y la ciencia o el esplendor del arte.
Esos recuerdos son de dos tipos: aquellos de carácter histórico o social y los íntimos, que estructuran la psicología, el comportamiento y el carácter de las personas. Explorar ese mundo misterioso de los recuerdos y los olvidos, la impronta arbitraria y definitiva de los acontecimientos íntimos o sociales es un ejercicio revitalizador lleno de sorpresas. De los dos años de edad me quedan algunas fugaces imágenes, cierta escalera, el vuelo de una sábana recién lavada o el perfume de la madre. De ese orden puede ser el recuerdo del padre afeitándose mientras lo carga a uno de pie frente al espejo. Algún insecto en el corredor, como un escarabajo que sube por la pared con sus largas tenazas antediluvianas, la calle húmeda y fría en la noche manizaleña de invierno o la llegada de un tío cargado de delicias traídas de otra parte.
De los recuerdos relacionados con Colombia, tengo uno vago de los tres años cuando cayó Rojas Pinilla y sonaba la sirena interminable del cuerpo de bomberos, mientras mi padre comentaba el acontecimiento con la gente que iba en el bus. Más tarde tengo el recuerdo nítido de la victoria del primer presidente del Frente Nacional Alberto Lleras y la foto de una página completa del nuevo mandatario publicada en El Espectador, que nos mostraba mi hermano mayor Humberto en la casa donde vivíamos en la esquina del Parque Caldas, encima de una famosa salsamentaria llena de exquisiteces fabricadas por un inmigrante extranjero, entre las que se destacaba un delicioso pastel con forma de rana verde y ojos brotados de dulce rojo, que era mi preferido.
Pero tal vez el primer recuerdo que tengo de la existencia de la sociedad multitudinaria y de la colectividad como tal es cuando, a punto de cumplir yo cuatro años, llegó el 16 de agosto de 1958 a Manizales la nueva Miss Universo Luz Marina Zuluaga. Desde la ventana de la casa en esa esquina del Parque Caldas vi con mi familia pasar por la carrera 23 el cortejo precedido por policías motorizados, carabineros a caballo y flanqueado por una larga fila de uniformados, en medio del griterio y los aplausos conmovedores de la muchedumbre agolpada en las aceras.
La ciudadanía estaba orgullosa por partida doble: como nacionales del pais galardonado mundialmente en Miss Universo y como provincia, al ser la reina oriunda de la ciudad. Aquella apoteosis quedó marcada para siempre con lujo de detalles: la atmósfera eléctrica de la ciudad, la solemnidad excepcional de la celebración en ese parque entrañable de la infancia, todo ello con la conciencia primigenia de pertenecer a una patria y a un terruño.
Y como en toda apoteosis celebratoria, lo más importante fue el carácter pacífico y popular del acontecimiento, que dio al pueblo instantes de convivencia y euforia, lejos de la violencia reinante, con las atrocidades que oíamos contar a los adultos. Diríase que esa noticia popular regocijante para el país significaba un receso en la letanía de La Violencia que tuvo su punto catastrófico 10 años antes, con el asesinato del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán. O sea que a tres semanas de cumplir mis cuatro años, ese hecho significó mi bautizo como ciudadano.
Años después, cerca de los nueve, la noticia de la muerte de John F. Kennedy y el posterior asesinato de Lee Harvey Oswald por Jack Rubi me comunicó con la realidad mundial y el hecho de ser súbdito de un imperio. La noticia me llegó en uno de los patios de la casa de la carrera 19 con 25 y me acuerdo haber marcado con tiza la fecha y estado al tanto de la noticia por la radio.
Después vendría la terrible foto del padre guerrillero Camilo Torres, masacrado por las fuerzas del orden y en esa misma casa comentar el hecho con mi padre Alvaro. En ese entonces, como ahora, el gobierno colombiano celebraba esa muerte con felicidad y decía que la guerrilla se había exterminado para siempre. Un año después sería el turno del Che Guevara, convertido ahora en un mito general junto a Santa Claus.
Sin embargo, al lado de la Miss Universo Luz Marina y J. F. Kennedy, tal vez el recuerdo más impresionante y de rango cósmico es el de la observación familiar, en esa misma casa de la 19, de la llegada del hombre a la luna, en un enorme televisor empotrado en un mueble, de donde salían las imágenes en blanco y negro de la flotación sobre el satélite de Neil Amstrong antes de posar la bandera estadounidense sobre el suelo lunar.
Allí, a los 15 años, descubrí la pertenencia al universo y a una humanidad capaz de abandonar terruño, patria y mundo para ir al encuentro del cosmos. O sea que entre la irrupción de Miss Universo en mi ciudad y la salida del hombre hacia el Universo, sólo había transcurrido una década de recuerdos, que entonces parecían una eternidad y ahora son sólo un pedazo de vida impregnado por fortuna en la memoria antes de que llegue el Alzheimer.