Decía Eugenio D´Ors que todo lo que no es tradición, es plagio. Y la derecha española ha renunciado a su tradición de pensamiento y tal y como vaticinó Suárez (Fernando, por supuesto), al renunciar a dicha tradición se ha quedado en poca cosa. Eso sí, muy valorada por los bien-pensantes santones progresistas.
La derecha vive presa de sus complejos y dispuesta a renunciar a su pasado para parecer aceptable al pensamiento único y políticamente correcto.
La derecha que protagonizó la transición ha dejado una herencia y un legado envenenados a las generaciones que les sucedieron, a saber: el sentido de culpa y su arrepentimiento.
Es curioso, tengo 43 años y del régimen de Franco sólo recuerdo dos cosas: que era pequeño y que en el periodo de luto oficial declarado no fui al colegio, tuve vacaciones.
Esto nos ocurre a la mayoría de los españoles, pero no a los líderes de la derecha acomplejada que buscan adjetivos ideológicos para ser tolerados. Ahí están esa magnífica pléyade de personas, familias, grupos y grupúsculos: los centristas, reformistas, demócrata-cristianos, conservadores, liberales, social-cristianos y hasta social-demócratas reconvertidos e infiltrados.
Este es la herencia, de los políticos, no de las bases, vigorosas y valientes que alimentan de votos los graneros populares para que los malgasten, como la buena sangre celta, cuatro “cupulócratas” demagogos apoltronados. Es hora de superar los complejos, es hora de que las bases hablen en las urnas y de enterrar para siempre el sentido de culpa y los complejos. Si alguien pecó en el pasado, si es creyente que confiese, se arrepienta y cumpla la penitencia que le fuere impuesta. Si no es creyente, que visite al psicólogo o se lo cuente a un amigo, de esta manera, el amigo evitará que le tenga que divertir su padre.
La derecha, mejor sus líderes deben desterrar sus prejuicios y sus miedos atávicos, ancestrales, irracionales y estúpidos.
Hay que desterrar los complejos de esa derecha que cedió ante los nacionalistas para subirse al machito del poder, que hablaba catalán en la intimidad, que denominó movimiento de liberación vasco a los terrorista de ETA, que acepta resignada que el sistema electoral les hurte lo que han ganado en las urnas. Hay que desterrar los complejos de esa derecha contenta con el estado federal que vivimos, padecemos y, resignadamente, pagamos. Hay que desterrar los complejos de esa derecha a la que no le parece mal la muerte política e intelectual de la división de poderes y de Montesquieu, muerte ya vaticinada por Guerra, el político no el toreo. Hay que acabar con los complejos de quienes que participan en el reparto de la tarta del poder judicial sin sonrojarse ni despeinarse. Hay que desterrar los complejos de esa derecha que, en las taifas autonómicas en las que gobierna comete los mismos errores que los nacionalistas a los que critican. Hay que desterrar los complejos de esa derecha que tolera que se impida a los padres escolarizar a sus hijos en español en algunas partes de España. Hay que desterrar los complejos de esa derecha que no acepta que Vascongadas o Cataluña sean denominadas como nación y, sin embargo no pone reparos a la realidad nacional andaluza o a la cláusula Camps. Hay que desterrar los complejos de esa derecha que cree que la distancia entre los nacionalistas y el PP, es la existencia de ese antiguo concepto de nación española. Hay que desterrar los complejos de esa derecha que participa de la poltrona y el poder de las taifas federales autonómicas. Hay que desterrar los complejos de esa derecha instalada en el ministerio de la oposición.
Si se destierran los complejos se acabará con los miedos y así se evitará que unos cuantos, que los oligarcas que, actualmente, mandan en el PP, puedan seguir confundiéndose con el paisaje. Ya veremos.