Aceite de ricino para el señor ministro

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El señor ministro de Justicia ha recomendado un laxante a la oposición y un fármaco (éste, indefinido) a quienes consideran intolerable que la formación proetarra ANV comparezca a las elecciones. Repetimos para lectores extranjeros: sí, sí, el ministro de Justicia. El desahogo verbal de Bermejo da bien la medida de hasta dónde ha llegado el encanallamiento generalizado de la política española. Cuando un ministro de Justicia se conduce como un macarra, es que el país está muy mal. Y cuando ese macarra tiene junto a sí, además, las pistolas de las fuerzas de orden público, entonces el paisaje gira hacia el puro matonismo político. Bermejo siempre ha tenido fama de lenguaraz, pero esto es llevar las cosas un poco lejos, ¿no? Lo que demuestra el perfecto absurdo de la situación es su imposible reciprocidad, es decir, que no se pueda pagar con la misma moneda. ¿O habría alguien capaz de pedir públicamente que se dispense al señor ministro de Justicia un chupito de aceite de ricino, a ver si así “baja”? Evidentemente, no. Quien tal cosa dijera se vería inmediatamente tachado de fascista, y con razón. Se le recriminaría por faltar al respeto a las instituciones, y también este reproche tendría razón. La cuestión, entonces, es por qué el ministro de Justicia puede permitirse recomendar laxantes a diez millones de españoles y fármacos a otros muchos más y, por el contrario, estaría mal visto prescribir al señor ministro, por ejemplo, un práctico enema, que además es cosa de lo más natural. Cuando se corrompen las formas, lo más normal será que todo el mundo acabe a bofetadas. Y cuando un ministro entra en ese juego, o es un irresponsable o ha perdido el oremus.

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