convertirse en eje de casi toda la narrativa regional, donde la actividad de las mujeres era casi nula. La novela se volvió el recuento de las proezas de la falocracia patriarcal. La hembra era allí sumisa víctima o despreciable casquivana o puta.
Eso se reflejó de la misma manera en gran parte de las narrativas latinoamericanas desde la misoginia patética de José María Vargas Vila hasta los mundos violentos de Mario Vargas Llosa en La ciudad y los perros, La casa verde y Pantaleón y las visitadoras, el orbe gozoso del cabaret en Tres Tristes tigres de Guillermo Cabrera Infante, casi toda la narrativa menor desde el Río Bravo hasta la Patagonia. En Vargas Vila la mujer era la serpiente pecadora que incitaba a la perdición del hombre, incluso los castos prelados, por lo que casi siempre morían ahorcadas o ahogadas por la furiosa víctima.
En la novela telúrica de los años 30, la mujer fue o la mosquita muerta que llevó a la perdición a Arturo Cova en La vorágine de José Eustasio Rivera, o la terrible Doña Bárbara de Rómulo Gallegos, que esgrimía su látigo desde la cabalgadura. Entre los del boom ya fue la desvergonzada portadora del coño devorador, en la imaginación de Cabrera Infante, o la proverbial Úrsula Iguarán, cuyo sexo se quema en el fogón del castigo para convertirse en eje de un mundo de matones, borrachos o portadores de penes tan enormes como los de José Arcadio Buendía.
La falocracia dominó durante cien años el panorama de la narrativa latinoamericana hasta la irrupción en los 60 de una generación subversiva liderada por Yolanda Oreamuno, Elena Garro, Rosario Castellanos, Clarice Lispector, entre otras ya fallecidas. Y entre tanto se perfiló a su vez un viraje en la narrativa masculina continental con el surgimiento en París de la espectacular Maga de Julio Cortázar y las “liberadas” capitalinas de Juan García Ponce.
A partir de esos años comienza a crecer la presencia de la mujer en el ejercicio literario latinoamericano, hasta convertirse en la gran protagonista de hoy, con decenas de autoras como la brasileña Nélida Piñón, las argentinas Luisa Futoransky, Luisa Valenzuela y Tununa Mercado, las colombianas Marvel Moreno y Fanny Buitrago, las mexicanas Margo Glantz y Cristina Rivera Garza y la uruguaya Cristina Peri-Rossi, entre otras. Con ellas, la fallecida Marvel Moreno aparece ya como maravillosa precursora de esta rebelión. Su obra, conquistada con las uñas al descreimiento, desde el exilio, es una de las más lúcidas y entra ya a ser parte de una cofradía de mujeres mundiales que ya habían iniciado el proceso en otras partes, como es el caso de Djuna Barnes con El bosque de la noche, Mercé Rodoreda con La plaza del Diamante, Marguerite Yourcenar y Marguerite Duras con sus vastas obras, para sólo mencionar algunos nombres cimeros, entre los cuales no pueden fallar Virgina Woolf.
Esa “escritura desde la vagina” debe mucho a Marvel Moreno, como puede colegirse de la atenta lectura de su novela y algunos de su cuentos como Algo Tan feo en la vida de una señora bien, que están construidos con los mismos pilares básicos: las madre que desea para su hija la misma suerte, la hija en conflicto que se insurge, el marido despótico y tonto que castiga y el amante gozoso y terrible que mancha con su impronta de placer. Y como instrumentos claves: el sexo femenino como oquedad para la saciedad masculina.
El esquema de la novela se perfila ya en el cuento Algo tan feo en la vida de una señora bien, donde la mujer aparece ante los hombres “como una mula o una vaca” o “un recipiente donde masturbarse decentemente”.
Página tras página Marvel Moreno desmonta la tradición latinoamericana, a partir de una de sus instituciones sagradas, convertida en cárcel de mujeres. Después del matrimonio éstas ingresan a un estado catatónico, a una cripta de donde ya no pueden salir y donde la sola esperanza es buscar que sus hijas tengan un destino parecido, en los casos más felices, o que lo reproduzcan al pie de la letra, en las más lamentables. Hueco penetrable, satisfactor de egoísmo genital masculino, objeto golpeado, máscara oficial de la que se burlan las amantes del marido, madre decrépita de la que huyen sus hijas, la esposa recibe la bendición y camina hacia una larga y terrible agonía.
Los textos de Moreno son el escenario de esa decadencia incesante que transcurre tras los visillos de las ventanas de las mansiones burguesas, entre paredes adornadas y materas de flores, perros finos y tintineo de platos y cubiertos. Madre-esposa, viuda-esposa, abuela, son las corveas tristes de esa mujer y su existencia, centro del relato marveliano.
Cabe destacar que en Marvel Moreno al profundo buceo en las relaciones del deseo, se agrega una estructura de ovillo que se va desenredando mediante una prosa notable. Lo interesante es que son las mujeres latinoamericanas las que están operando el saludable salto, como lo demuestran en sus obras de implacable desmonte del poder falocrático.
De seguir ese camino, la Mama-Grande habrá terminado por dominar no sólo el mundo doméstico, sino también el imaginario narrativo. El sacrificio de la Cándida Eréndira no habrá sido en vano.