Cuando Bill Clinton pode los rosales

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Leyendas de maldad casi ilimitada obran en contra de Hillary Clinton, incrementan su índice de rechazo entre los electores y merman la posibilidad de entrar en la Casa Blanca por un arco del triunfo a su medida. La suya es una voluntad desbordada en ambición y por una vez puede emplearse ahí el adjetivo ‘fáustico’. También podríamos recurrir al fatum, a la hybris o al karma pero entre las caracterizaciones complejas y las sencillas, son más conservadoras las sencillas. Según David Brooks, analista conservador del New York Times, Hillary entronca mejor con unas clases medias disconformes y Obama cala bien entre quienes entienden el voto como una purificación de su conciencia. Si el momento norteamericano pide autoridad, ganará Hillary; si el momento norteamericano pasa por una mentalidad de paz, ganará Obama.
 
Hillary cuenta con Hollywood a su favor, con el arrastre de un aura victoriosa, con el aliciente de la excepción del sexo, con el recuerdo y la campaña de Bill Clinton. Cualquiera de estas variables se le puede volver en su contra, notablemente el equívoco ardor de su marido. En realidad, Hillary Clinton tiene por detrás mucha experiencia de activismo en el Senado y es posible que eso cuente frente a un Obama casi intonso. Se dice y se sabe que Clinton sería la mejor rival para McCain. Son magnitudes parecidas, en gas noble o en metal pesado.
 
Escarnecer a Hillary Clinton pasó de jolgorio nacional a deporte global, con tanta gente que la ve ascender y toma asientos para ver su caída. Se le ha criticado por su forma de hablar, su forma de vestir, por su política fiscal, su voto en Irak, su crueldad, su rigidez, por una voluntad de poder que sólo pide satisfacción total o una derrota de estrépito insondable. Es una manera de decir que estamos ante una mujer determinada y valiente. Como en todas partes, en Estados Unidos la gente prefiere un presidente con quien tomarse una cerveza antes que un presidente al que se le ve el cálculo, la dureza, esa cierta impiedad aparejada al poder. De Hillary se ha llegado a decir que soportó los inflamados episodios de su marido sólo por hacerse a posteriori un lugar en la política. Fuera lo que fuera, también fue una prueba a su carácter.
 
En las dos legislaturas de Bill Clinton, la Hillary primera dama cuidaría las ortodoncias de su hija Chelsea, vigilaría la enemistad entre el gato Socks y el perro Buddy y acompañaría a Suha Arafat de compras por las tiendas de Camp David. Entonces le cogió el gusto a la política y no es imprevisible que –a partir de noviembre- Bill Clinton tenga que dedicarse a podar rosales. Por supuesto, las ideas de la Clinton izquierdista equivalen en la práctica a las de los conservadores de por aquí, con la salvedad de que ella las defiende.

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