El Príncipe

Compartir en:

Al Príncipe de Asturias será siempre tentador juzgarlo por su mujer o por su padre, o por el contraste de su perfil personal contra el tapiz de los valores o contravalores de su generación. A la mitad del camino de la vida, Felipe de Borbón tiene más o menos la edad que tenía el Rey al ocupar un trono de España entonces tan incómodo como él mismo –en principio- sería breve. Por comparación, un Juan Carlos todavía joven tenía por los ojos la constante de preocupación de quien está en la jaula de las fieras. Llevaba mucho sufrimiento por detrás, no poca prudencia por la fuerza, una firmeza de consistencia aún por comprobar. Juan Carlos el Breve terminaría por tener un reinado de amplias extensiones e igual fecundidad, asimilable por momentos –o al menos por algunos- a una edad de oro o a una continuidad de vacas gordas. El Príncipe Felipe fue el príncipe rubio de los cuentos y –por oposición a su padre- no tiene un paisaje vital de sufrimiento. Desde luego, no es fácil sobreponerse a un destino sin adversidades.
 
Seguramente, si toda alabanza al Príncipe es prematura, también será prematura toda crítica. En caso de duda, el ‘dictum’ conservador es que las instituciones están para ser respetadas. Son siempre muchos años los necesarios para adquirir la ‘gravitas’ de la más alta magistratura del país, para encarnar con dignidad completa o para no desmerecer de esa herencia tan copiosa de una familia que surgió en un siglo de hierro en la Borgoña y que con el tiempo compartirían o comandarían los destinos de España, en años de paz y en años también de convulsiones. Es lo que pasa cuando uno mira el mapa de Europa como si fuera la casa del abuelo o cuando uno todavía está a tiempo de ser Carlos III o de ser Fernando VII. Con una monarquía sometida día a día al escrutinio de la opinión pública, es mucho lo que se va a exigir del heredero. Valga la exigencia para quien también recibe y recibió mucha indulgencia.
 
Si Cánovas soñó para la Restauración con un rey-soldado, por fuerza el Príncipe Felipe tenía que hacer un ‘master’ en los Estados Unidos o dejarse ver en restaurantes tailandeses. Hace ya más de una década que su proyección institucional pasa por fortalecer el vínculo hispánico con las naciones de América. Entre tanto, recibe y escucha y pregunta a distintas instancias de la sociedad civil, en el entendido de que un monarca de hoy tendría que saber de economía global, de bioética, de las nuevas imaginaciones de las redes solidarias, de las prospecciones de futuro de una España que no nació ayer. Algún día, la muerte o la abdicación harán del Príncipe de Asturias el Rey de España y entonces –por decirlo con Schiller- se le habrán terminado los bellos días de Aranjuez. Que no le sea grave el peso del toisón en torno al cuello.

Todos los artículos de El Manifiesto se pueden reproducir libremente siempre que se indique su procedencia.

Compartir en:

¿Te ha gustado el artículo?

Su publicación ha sido posible gracias a la contribución generosa de nuestros lectores. Súmate también a ellos. ¡Une tu voz a El Manifiesto! Tu contribución, por mínima que sea, dará alas a la libertad.

Quiero colaborar