Obama

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Fue el muy sabio y muy eminente cardenal Giacomo Biffi quien pronosticó que el Anticristo sería pacifista, ecologista y, es de temer, vegetariano. Barack Obama no hace oposiciones a Anticristo e incluso es muy difícil no palpar una sinceridad al ver a un hombre joven, con apariencia de pacífica modestia, de energía natural, junto a esa negra entre las negras que tiene como mujer, ambos rodeados de unas hijas también color nestlé. Salen los domingos de su iglesia demasiado adjetivada (Iglesia Unida de Cristo) y Obama parece un tipo al tiempo tierno y listo, a la vez determinado y fino, con ese plus de años de mocedad que da el ser negro. Lo más imperfecto que se conoce de Obama es que ha sido fumador. Bendito sea.
 
La otra cosa positiva que se puede predicar de Barack Obama es que nació en Honolulu, allí donde casi todos, alguna vez, soñamos con nacer. Uno nace en Honolulu y empieza la vida con una guirnalda de flores en torno al cuello: es decir, no va a encontrarse con esas contingencias que hacen desagradable el mundo occidental, desde una mañana de lluvia y atasco hasta interesarse por una chica que luego resulta leer a Almudena Grandes. Lo más cierto es que Obama pasa por ser el primer candidato afro-americano pero es un negro atípico, de pata fina y formado en Harvard, muy lejos de esos patios de suburbio donde surgen campeones de baloncesto entre pintadas. De Obama se ha dicho que no es representativo de lo que dice representar, viajero y estable por medio mundo a partir de una familia que se rompió muy pronto.
 
Si no fuese por la ortodoxia radical matizada de experiencia de Hillary Clinton, la heterodoxia audaz de Obama simplemente arrasaría. Obama es más bien creación de algún ‘atelier’ de ideas de la izquierda, una reformulación de la utopía en clave postmoderna, partidario de las formas suaves para un ideario radical: acierta quien piense que es de lo más parecido a Rodríguez Zapatero. Tiene Obama toda la bondad y toda la insustancia pero al final siempre resulta que el buenismo es de todo menos un glaseado de bondad. Obama será peligroso como todo utopista, en parte por una concepción de la política particularmente ‘naïve’: ¿cómo se manejaría este buen chico ante chicos malos como Chávez o Ahmadineyad? ¿cómo ser al mismo tiempo comandante en jefe y un colega? ¿cómo ser pacifista si uno pastorea un imperio? Al final, la política es la política.
 
Obama tiene todo el recorrido para triunfar antes o después y puede triunfar en una América cansada de esfuerzos. Obama tiene el rodillo de masajes y la mejor sonrisa para el show adrenalínico de la campaña electoral. En todo caso, cualquier presidente de Estados Unidos –incluso Carter o Kennedy- se contagia un poco de la responsabilidad del cargo. Con América nunca se puede ser del todo pesimista.

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