Sobre el aborto

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La cutre-progresía que se ha impuesto, social y políticamente, no para de repetir un argumento falaz: No hay crítica posible contra el pensamiento establecido por el poder y cualquiera que no piense y diga lo que ellos mantienen puede ser acusado e incluso ser perseguido con el Código penal en la mano. Si alguien intenta defender sus ideas con carácter público, pensemos en la fiesta-manifestación del pasado 30 de noviembre en Madrid en defensa de la familia, ¡antema!, son involucionistas y reaccionarios  y ofenden al gobierno. Por parte de algunos con cara de tontos “a medio cocer” se piden explicaciones al Papa sobre el “conceto” de familia tradicional. En fin libertad de pensamiento y expresión según la cutre-progresía.

La cutre-progresía siempre está dispuesta a defender nobles causas como la del aborto. Kane ha preferido no escribir antes sobre este asunto para intentar moderar su verbo tras la impresión que le produjo la noticia, ya sabida por otra parte, de que en una clínica de Barcelona se practicaban abortos ilegales en el octavo mes de gestación, utilizando para ello falsos informes que aducían problemas graves de salud de las madres que iban a abortar. El siniestro panorama se completaba al conocerse el macabro método que se empleaba en la clínica para eliminarlos restos del delito: una picadora de carne.

Confieso que al enterarme de la noticia he llorado, por no haber hecho lo suficiente por evitar esta situación, por haber sido tibio y haber condescendido con el aborto. Me he sentido culpable de pecar por omisión. Culpable, como todos en España, del millón de niños que han muerto a manos de carniceros sin escrúpulos, de niños que han muerto como mártires, sin la más mínima posibilidad de defenderse, de quejarse o de, al menos, llorar. Todos somos cómplices de un “genocidio” de enormes proporciones. Durante 25 años hemos consentido que mueran, diariamente, 300 inocentes niños, indefensos y dependientes de sus madres.

Me paro a pensar la cifra y da escalofríos. Ninguna guerra, accidente o atentado ha producido, desde la II Guerra Mundial un número parecido de víctimas mortales.

Además se incumple la ley, injusta ley del aborto, que asimila la vida humana dependiente al presunto derecho de las madres a decidir.

Después de la noticia la cutre-progresía no se ha conmovido y nos amenaza con una ley de plazos, lo que supondría eliminar la única barrera actual para el aborto libre.

Esta sociedad, correcta en lo formal, tolerante con casi todo, fofa, afeminada y sin voluntad permite que se “asesine” a un millón de niños.

Pocos, muy pocos (casi ningún político) han defendido, en los últimos 25 años, los derechos más elementales del ser humano: el derecho a nacer y el derecho a la vida.

Creo que para justificar el aborto se utilizan siempre argumentos falaces porque nadie tiene derecho a disponer de la vida de otro, menos cuando ese otro, es un ser indefenso y dependiente.

Afirmo que el aborto es una cobarde crueldad, una inmoralidad, porque nadie puede quitar a otro semejante la vida, ese milagro hermoso misterioso que todo lo hace posible. Cada vida es, en sí misma, preciosa, rara, apreciable, resistente, frágil y digna de ser protegida. Es el supremo valor, el supremo bien. Toda vida es esperanza y amor, potencia y acto.

Pero, ¿qué podemos hacer para evitar esta lacra?. Yo creo que mucho: ¡convencer para vencer!

Convencer a todos del singular valor de la vida, convencer a toda la sociedad y, especialmente, a las mujeres de que el aborto degrada a quienes lo practican porque atenta contra la más formidable potencia femenina: la maternidad.

Estamos en la obligación moral presionar a nuestros políticos para que pongan en marcha políticas públicas activas que protejan a la maternidad y a las familias.

Debemos pedir a la Policía, a la Judicatura y a la Fiscalía que persigan a los delincuentes y les apliquen, con todo rigor el Código Penal.

Es preciso que nos  movilicemos para que, desde el sector privado, se impulse la puesta en marcha programas de apoyo a la maternidad.

Es imprescindible vertebrar un contrapoder que fomente el voto para aquellos partidos que se opongan, abierta y claramente, a esta barbarie moderna.

En definitiva, hay que promover un estado de opinión que permita ejercer la presión necesaria para producir un cambio social en esta materia.

En fin, hace falta una reacción social, una rebelión civil pacífica contra el aborto. Si evitamos una sola muerte el esfuerzo habrá valido la pena.

¿Seríamos capaces de poner en marcha un fondo de inversión temático que destine una parte de sus beneficios a programas públicos o privados que defiendan el derecho a la vida ayuden a las madres con problemas?

Yo estoy dispuesto a ello. No se necesita tanto dinero.

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