Moratinos

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Esas formas báquicas del ministro Moratinos son fuertemente indiciarias de una vida consistente en comer cada día gratis por ahí. La diplomacia no vive sus años más vieneses pero todavía ofrece las maravillas administrativas de conocer al homólogo de Trinidad y Tobago, comprar corbatas en el aeropuerto de Baku (Azerbaiyán) o estar informado de que en sitios tan lejanos como Osetia del Sur, Abjasia y Transnistria también hay pelea. De la edad del cosmopolitismo a la edad de la globalización, las naciones europeas han cedido parcelas de soberanía a Bruselas pero la vieja España es aún la vieja España: un país de talla media o media-alta, confortablemente occidental, no poco admirado aunque nos cueste creerlo, con el prestigio que da la historia a las naciones antiguas o a los muebles de época. En lo que respecta a política exterior, es importante no ser Albania.
 
La política exterior del zapaterismo es una definición del error tan sustancial y tan extensa que nos deja sumidos en graves simas metafísicas. Se hace muy difícil constatar algún propósito que no haya sido ruina: de nuestros cortejos a Hugo Chávez y Ahmadineyad al desvío de millones a la ONU y Palestina, del abandono del Sahara al fallo irreversible en Gibraltar, del corazón de Europa a ser el verso suelto de la UE, de la transigencia con Castro hasta la militancia antioccidental. Lo peor de los errores –véase Marruecos- es que se vuelven contra quien los cometió. Cuando Mohamed VI retiró a su embajador, Moratinos asistía a un festival de cine alternativo en el norte marroquí. Por supuesto, no es de recibo creer en los gafes, salvo que hablemos de Zapatero o Moratinos.
 
Si tomáramos en serio a Miguel Ángel Moratinos, de él habría que decir que es un francés con asiento en Santa Cruz. Ese afrancesamiento se manifiesta en un antiamericanismo absolutamente coagulado y en un gusto casi obsesivo por las satrapías, preferiblemente arábigas: esas con las que queremos emprender una Alianza de Civilizaciones sin darnos cuenta, por ejemplo, de que ellos no quieren. En consonancia con los postulados zapateristas, Moratinos ha delineado su acción exterior según los presupuestos del buenismo político y el optimismo antropológico. Es así que todo acaba tan mal como empezó.
 
Incluso en una opinión pública tan refractaria a los sucesos internacionales, la gestión de Moratinos ha recibido la connotación de un lucro cesante, de unos años que han significado más retrocesión que estancamiento. Seguramente, el propio Moratinos esté ya a otras cosas, a la celebración de haber durado toda una legislatura, a la incertidumbre de repetir o no repetir, a sacar escaño en marzo por la provincia de Córdoba. Eso explicaría su nueva afición al salmorejo.

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