Alcaraz, el dolor y la razón

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En algún pliegue de sus hondas páginas, Simone Weil dejó dicho que quienes han sufrido una desgracia no necesitan nada en este mundo salvo gente capaz de darles su atención. Las víctimas del terrorismo han recibido menos atención del Estado que de tantas buenas gentes de España sacudidas especularmente por el horror, capaces de pasar del lamento genérico a la compasión más noble, sin la tentación de entender y justificar los misterios del mal de un hombre contra otro,  sin el temor de implicarse aun cuando sea con dinero en una cuestación pública o con el sacrificio de un sábado por la tarde que será sábado de manifestación. No siempre ha cumplido el Estado con el principio de subsidiariedad en esa atención a unas víctimas que –por otra parte- cayeron sin defensas. Esta misma semana han sido dos, en el gota a gota de la muerte de la ETA. Haber pasado de los funerales vergonzantes a los funerales institucionalizados era de justicia pero no es suficiente.
 
“Sufrimiento, soledad, decepción, frustración, impotencia y falta de comprensión”: he ahí lo que sienten, según los terapeutas del estudio de victimología El Dolor Incomprendido, tantas víctimas al enfrentar el proceso judicial. Posiblemente, si Francisco José Alcaraz hubiese callado en las negociaciones con los terroristas, el Gobierno hubiese ido mucho más allá. Con Alcaraz, que perdió a un hermano y dos sobrinas pequeñas en un atentado, se tiene la inmunda frivolidad de juzgarle por sus estilos, por su voz de flauta, por su oficio o su mujer. Es un hecho constatable que las víctimas molestan, como un dolor al que se le añade la mancha estigmática de una enfermedad que causara repugnancia: “hay gente que muere en el andamio cada día”. En efecto, pero no todos mueren –de manera más oblicua o más directa- por ser españoles. En El Dolor Incomprendido, se postula que las víctimas sean consideradas como caídos al servicio de la Nación. De Francia a Estados Unidos, toda gran nación ha sido magnánima con sus caídos. Esta España dolorosa tiene ya un martirologio.
 
En términos de equidad, es más justificable que a las víctimas se les caliente la boca a que sean llamados a declarar, como Alcaraz, a la Audiencia Nacional. Lo peor es que Alcaraz tenía razón: la tregua estaba consensuada entre ETA y el Gobierno. En cuanto a la acción política de Alcaraz, todavía sorprenderá que se nieguen los micrófonos a las víctimas –portavoces de un malestar ciudadano- mientras no hay escándalo porque terroristas connotados estén o hayan estado en las instituciones españolas. Al final, con Alcaraz hay que estar porque le asisten el dolor y la razón, la razón y el dolor, santas instancias contra gobiernos de pastelería sin moral.

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