Artur Mas

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Sucede que el catalanismo se refunda y la gente sigue en la barra del bar, leyendo el periódico, comentando el partido del domingo, lejanos por completo a esos movimientos de tectónica política que –de pronto- alteran el Palacio de Congresos de Cataluña. Nótese que Mas presenta el catalanismo pasado por la cirugía y nadie levanta una ceja ni en Barcelona ni en Madrid, aunque la ocasión y la ambientación se quisieran augustas y aunque el propio Mas se procurase un posado bismarckiano. La conclusión es tautológica: si no pasa nada cuando el catalanismo se refunda, es que no pasa nada porque el catalanismo se refunde. Por evitar decirlo con Felipe González, diremos que se trata de la misma canción.
 
Motivo de melancolía es que entre los suyos también cunda el desencanto pero ya otros más capaces vieron el nacionalismo como un bucle melancólico. Así sucede entre sus practicantes y aun más entre sus ideólogos. En parte, el desencanto básico de todo nacionalismo asegura –como paradoja- su pervivencia y, en parte, contiene a Mas de echarse al monte definitivamente en vez de coquetear con la idea de echarse al monte, hasta ahora tan rentable. La crisis de personalidad de CiU se agrava con la endeblez de Mas, con la mirada oblicua de Pujol, con las contradicciones propias de una coalición que necesita de mucho liderazgo para hacer un magma único de sensibilidades sólo en apariencia monocromas. Quedan de un lado los votos que pudieron ser de UCD o del PP y quedan de otro lado los votos –tan pujantes- de jóvenes independentistas cada vez más desvinculados. Aun así, el victimismo como manifestación externa le ha conseguido a CiU un transversalismo ideológico difuso pero real y la imposición del nacionalismo como único discurso valedero, para no poco empequeñecimiento de una región que quiso ser vanguardia en una Espanya gran. Una construcción nacional a costa de todo lo demás, con hijuelas de clientelismo. Quizá es que llevan en el monte mucho tiempo.
 
Si Tarradellas afirmó que estaba dispuesto a hacer de todo menos el ridículo, Mas lleva a pensar en la sentencia de que quien busca el ridículo, al final lo consigue. Veáse en su relación con Zapatero. Artur Mas, Arturo hasta el año 2000, ganó y perdió dos elecciones después de haber pacido por diversos puestos de la profesionalidad política, desde el Ayuntamiento de Barcelona hasta las cortes autonómicas. De él se ha dicho que parece dependiente de la sección de caballeros de un gran almacén. De cuando en cuando, esa grisura intrínseca a Mas se vuelve épica y romanticismo y, consecuentemente, da una coz: ´que monten un colegio en castellano para el que lo pague, igual que montaron uno en japonés´. Se dice que a Mas le gustan Verlaine y Baudelaire, por aquello de que no hay nadie sin virtud. En fin, es muy propio de Mas refundar el catalanismo y que alguien pida otro cortado.

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