Sobre la desigualdad

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Decía el filósofo alemán Arthur Schpenhauer que existen tres motivaciones para la acción humana:

  • El egoísmo que persigue el bien propio por encima del bien ajeno.
  • La crueldad que busca el mal ajeno por encima del bien propio.
  • La conmiseración o grandeza de alma que prefiere el bien ajeno al propio. 

El filósofo describe, con nitidez y acierto, los tipos humanos que desfilan por el mundo: los egoístas, los crueles, y los héroes.

Ha sido el número y la influencia social, política y económica de unos y otros la que ha determinado, en la historia, la altura moral de las épocas y las naciones.

Hoy vivimos una época de crueldad, de inversión de los valores fundantes de España.

El concepto de España se asienta en un paradigma cultural, en un código común de valores compartidos: el derecho de todo hombre a defender su vida, libertad, honor, familia, hacienda y fuero propio.  Este código se generó desde la concepción del hombre como individuo y como persona, esto es, como hombre en relación con otros hombres, portador y sujeto de derechos y obligaciones, no como objeto de la colmena social o pieza de un entramado de poderes superiores a él, que representan la castrante idea de la igualdad imperante. Desde esta idea todos somos iguales en nuestra desigualdad con los detentadores de un poder que sirve a intereses particulares y sectarios.

Es preciso aclarar que Kane cree en la radical igualdad de derechos y deberes de los hombres, en la radical igualdad de los mismos en dignidad. Kane, no se preocupen los censores del pensamiento correcto, cree en “la igualdad de oportunidades”, pero también predica la necesidad de que se produzcan “oportunidades para la igualdad” o lo que es lo mismo un sistema social permeable en el que los iguales y los desiguales disfruten de lo que merecen en función de su capacidad y esfuerzo, mediante el ejercicio de su libertad civil y política, haciendo uso y abuso de sus derechos individuales y sociales, sin más limitaciones que las que nacen de la buena fe, la convivencia con los demás y la ausencia de ofensa o daño al prójimo.

Es necesario, por tanto, recuperar la esperanza  de alcanzar un sistema social justo desde el reconocimiento de la desigualdad natural entre los hombres. Desigualdad en la excelencia, es decir, de la exigencia radical a uno mismo por encima de la exigencia que con los demás tenemos. Para ello hay que promover y fomentar, cada uno desde donde pueda, la teoría de la emulación a los mejores frente a la filosofía de la envidia. Debemos impulsar la aparición de nuevas elites (sociales, políticas y económicas) que justifiquen su acción en el servicio a los demás, en la conmiseración que entraña la posibilidad, la formidable potencia de imaginar una España mejor.

Afirmo, con pasión, la posibilidad de  construir una patria común de todos los españoles. Patria como tierra de los padres y de los hijos. Patria, en el sentido clásico, como expresión del sentimiento de piedad que nos inspiran aquellos con los que convivimos.

Para lograr esto es preciso recuperar y regenerar la libertad política, mediante el establecimiento de un sistema de pesos y contrapesos de sociales, tendentes a vertebrar los subsistemas sociales y cuerpos intermedios, para evitar los abusos de poder y la indefensión de los individuos y los grupos frente al absoluto poder del estado. Creo que es preciso, si queremos mejorar el pulso histórico de nuestra joven democracia, recuperar la división de poderes y la elección directa del poder ejecutivo  por  todos los ciudadanos. Estas medidas darían el inmediato fruto de la aparición de una nueva aristocracia, de un nuevo poder de los mejores, de los mejores en capacidad de servicio a los demás. Cómo abordar este proceso político es materia de otro día.

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