Las crónicas futboleras de Hughes

Gil Manzano firma un Rembrandt

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El asesino siempre vuelve al lugar del crimen, dicen, y Gil Manzano, que es asesino del fútbol, decidió volver a Mestalla a terminar de pasar a la historia. El primer intento fue hace unos años, cuando en ese estadio le pitó tres penaltis al Madrid en una misma noche, ayudado por el VAR y fallando en los tres.

Por el VAR el Madrid perdió una Liga reciente, gracias a un uso también innovador: en lugar de pitar un penalti decidieron retrotraerse al origen de los tiempos a encontrar un no-penalti que pitarle en contra.

Es como si los árbitros, contra el Madrid, quisieran hacer siempre la volea de Zidane, la chilena de Cristiano, el aguanís de Raúl... Gil Manzano (que eclipsó a Vinicius, que eclipsó al pueblo de Lim) quería marcar el gol de Ramos. Hace falta ser muy bueno en su ser malo para lograr un capolavoro arbitral así. Es de un pitidismo infinitesimal, de un matiz, de una captación de la milésima asombrosos. Si fuera luz, y no tiempo cicateado, sería un Rembrandt.

Cuando pitó, el balón se llenaba de flashes, de oros, de brillos de las miradas de medio mundo. Su chiflar fue un acto de brutalidad contra todas las inercias, no solo de la justicia sino del propio fútbol e incluso de la física y sus leyes, pues el balón no podía dejar ya de proyectarse. Su silbido fue una de las exhalaciones de aire más autoritarias y extravagantes de todos los tiempos.

Hoy la creatividad arbitral ha dado un paso Neil Armstrong  más, pitando el final del partido justo después de que Brahim colgase el último centro.

Hoy la creatividad arbitral ha dado un paso Neil Armstrong  más pitando el final del partido justo después de que Brahim colgase el último centro. Hubo interrupciones de sobra para prolongar, minutos suficientes, pero el árbitro decidió interrumpir la posesión o intento del Madrid cuando la pelota, en vilo, buscaba rematador. Hemos visto a los árbitros pitar o no pitar, pero en este caso dudó, amagó, observó, contemporizó y luego se apresuró, y en pleno directo se sintió que la jugada se comería al árbitro, que su propio criterio (su desprecio antifutbolístico a la misma) la estaba llevando hacia el gol. Marcó Bellingham, y luego vio una roja.

Alguien lo ha escrito: Bellingham ha sido expulsado antes que Luis Suárez, que masticaba defensas. Se dijo también: Bellingham, que llegó como un sir, acabará cazando moscas.

La Liga española es insoportable. Es un espectáculo de cholismo deportivo, barcelonismo psicosomático y cerrilismo infecto, de una chabacanería que estremece.

Lo peor no ha sido esta innovación arbitral, preludio de otras que llegarán. Da igual. Ya da lo mismo. Asumamos que los árbitros son simplemente así. Personalmente, encuentro peor la reacción inmediata de ese cuadro de psicopatía que es el antimadridismo. Nada más acabar el partido, empezaron a aparecer jugadas supuestamente similares (con evidentes diferencias) del Málaga y Valladolid, intentando crear un supuesto agravio por el hecho de que con ellos no hubiera el escándalo que sí levanta el Madrid.

Ah, pobres malaguistas, pobres pucelanos, ¡cómo sufren el centralismo! El antimadridismo, rama no pequeña de la demencia española, tiene estas cosas. Si cayera una bomba atómica sobre el Bernabéu saldría algún cabestro a decir: ¡en Hiroshima no protestabais!

Su inquina es tan cretina, tan avieso su acecho, que entristece verlos aparecer a la hora del deporte y la afición, del asueto y el sport, con su moviola mareante, terrorífica, verdaderamente heladora del agravio y el contraagravio.

Pero para ellos, para estas almas no del todo cuajadas, para su odio de la hermosura, de la verdad y del mérito, se ha organizado una competición atroz y rufianesca en la que hiere mirar, duele asomarse.

Al lado de los directivos del fútbol español, ¡Koldo tiene cara de primera comunión! ¡Oh, Koldo, tú sí deportista, ¿solo tú comisionas?

Ninguno de estos lunáticos ha sufrido jamás, en los equipos y a veces equipillos de sus tristes amores, el robo inaudito, consecutivo y corruptísimo de dos ligas como las que el Madrid vio volar en Tenerife. Cualquier de sus ridículas ofensas es tan absurda e irrelevante como su mismo palmarés.

Callados como peripatéticas, en su lumisfera moral pútrida de requesón local, silencian el Caso Negreira y todas las corrupciones. Ellos solo ven una cosa. Solo tienen una embestida. Esto hará del palmarés de la Liga, trufado de ligas negras, algo sin valor, pero a ellos les dará igual. Su deporte es la envidia, son invertidos profundos: lo bello lo ven feo, lo feo bello; lo bueno es malo; y el mérito les ofende.

El Madrid, que es el único argumento de una Liga que dista poco de la turca, tiene que hacer la toma de Granada en cada partido, luchar contra una videoteca de tarados y lo mágico es que, cuanto más le atropellan, más bilis expelen sus odiadores.

Por eso lo de Gil Manzano, fallo groserísimo, les pone de los nervios. Por eso en lugar de estar contentos están tristes, rabiosos, soltando espumarajos. Su relato tampoco se sostiene ya. Necesitan palancas de relato, y no llegan. Solo tenían eso, el supuesto privilegio del Madrid, y hasta eso es mentira. Florentinismo ha de conseguir lo penúltimo: imponer que la víctima es el Madrid, ¡que la reparación moral y la deuda histórica es también derecho suyo!

Solo tenían el asín, asín, asín gana el Madrí  y ya solo vemos atropellos y madrifobia y vinifobia.

Cuando se demuestra, como hoy, que esta es una Liga que vive del Madrid y funciona contra el Madrid, y que todas las leyendas antimadridistas son patrañas y calumnias que hacen más angelical su blanco, más inocente y virtuoso, su desvarío aumenta, pierde pie, se escapa en la sinrazón como el globo perdido por algún babieca.

Por todo esto el madridismo más puro ya no es el de un niño, sino el de los antiantimadridistas.

 

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