En los partidos de tarde, el Bernabéu tiene dos caras. Al inicio parece algo futurista y orgánico que solo responde al sol. Orientado al poniente y ajeno al resto. Al terminar el partido, ya de noche, cuando la gente se va, vuelve a ser una sólida veneciana sin mucha poesía.
El Madrid tenía que ganar y mejorar la imagen contra el Leipzig. Comenzó bien, con regates de Rodrygo, Modric, Vinicius... y bonitas combinaciones llenas de compañerismo por la derecha. Lucas ha alcanzado un punto en el que todo lo hace bien. Es raro que tome una mala decisión.
Poco peligro llevaba el Celta, y cuando aparecía Lunin daba una extraña sensación de seguridad y alegría, como si fuera un simpático espárrago radioactivo ya con reputación.
En la banda estaba Benítez, al que alguna vez quisimos (algo queda), con ese aire suyo de hombre expatriado, gordo de un modo internacional. En algún momento, como rasgo de autor, la presión del Celta dificultó fugazmente la salida del Madrid
Todo esto estaba bien pero no era nada hasta que Vinicius, otra vez, cambió el partido. Volvió a ser como 9 puro, área pequeña: Modric, el Bautista, con su look bíblico, se fue al córner y lanzó el bautismo a Rudiger, que remató con poderío; Guaita paró (o paruvo) pero el rechace fue para Vini que ya suma fáciles goles estadísticos.
Mijatovic le dedicó unas palabras con un extraño paternalismo esta semana. Vinicius ganó, como él, una Copa de Europa con su gol y tiene una capacidad que yo no he visto para pedir la pelota y aglutinar el juego. A Vinicius hay que hablarle de usted.
El gol tuvo su puntita de duda forense pero era inatacable.
El córner, ya se ha dicho, era de Modric. Se supone que Kroos es mejor lanzador, pero sus saques tienen algo especial.
Con su nuevo look, Rudiger parecía Lukaku en el área, cuando no Alonzo Mourning. En estos partidos de Liga su dominio físico sobre los demás es llamativo. Algo inaudito. Puede permitirse un humor distinto, ser un poco loco, reír como un chiflado... Eric García no puede ser excéntrico.
El Madrid tenía un aire dinámico, ligero e inquieto característico de Brahim, que hacía de mediapunta lepidóptero. Jugará con Marruecos, que no es el Sáhara pero sí otro regalo inexplicable.
El partido era de Camavinga. Solo en el puesto de pivote, sin compartir con nadie la dirección, brilló en todo: robó con tacklings deslizantes, pasó, regateó, chutó, pisó las dos áreas y hasta remató algún córner. Ser Redondo, estar solo en ese puesto, le sienta bien y se ve que es capaz de dominar totalmente los partidos de este nivel. Más fácil con Valverde al lado dando carreras de auxilio (unas diagonales hacia dentro, defensivas, que no se le aplauden tanto).
El más apagado, sin estar mal, era Rodrygo. Es Vinicius sin rabia, jugaba bien pero le sobraba un último regate o un último miramiento. Compararlo con Asensio es injusto porque él desborda, llega, dobla, rompe...
El Madrid de Ancelotti es una proporción muy característica entre lo colectivo y lo individual. Al descanso del partido parecía aceptable.
En la segunda parte pudimos conocer mejor a Vinicius. En un contragolpe se fue de dos defensas y los dos le agarraron de la camiseta. Al segundo, que insistió, le dio un empujón y vimos lo que siente Vinicius, porque su gesto, de nuevo solo impulsivo, fue una reacción al hecho de ser frenado. Parecía un liberto interrumpido. Alguien que quiere volar, correr, irse, y al que se lo impiden siempre. Su ira no tiene malicia alguna. Reacciona contra el impedimento, contra quien le corta las alas, contra el rival que evita su carrera creativa. ¿Qué sentiría Charlie Parker si al inicio de un solo uno del bar le pegara un empujón? ¿Qué sentiría un poeta si se viera interrumpido en el inicio de su rapto? ¿Qué un rapero al que le apagaran el micro cuando el flow se desata? La ira, la pequeña ira de Vinicius, se dirige contra el no poder correr porque su correr es éxtasis. Irse es muy difícil, irse así, librarse-de, liberarse, y qué mal ha de sentar cuando, viendo tan cerca la carrera, el verde abierto, el área, el gol, la excitante imaginación del siguiente regate... llega alguien y te ata, te abate.
Arda Güler tiene una importante presencia de predestinado. Parecía un joven emperador romano, un poco demente, cuando Rudiger, desternillado, lo agitaba como un arbolillo maduro
Su rabia ha sido siempre futbolística. Rabieta de niño al que burocratizan el recreo.
Como en todos los partidos, regaló creatividad: lambrettas, cucharas, varios caños... Debería haber una estadística de creatividad artística.
Se animaba Vini y con él el Madrid. La superioridad era tan grande, es tan grande en partidos así, que se teme que al Madrid le pongan un impuesto de un momento a otro. Es una superioridad en la que será un milagro que no acabe entrando un ministerio...
Rodrygo siguió más o menos igual. Aparece en todas las jugadas como el que apoya, el que auxilia, el que se sale de su sitio (¿cuál es su sitio?) para acompañar al otro.
Hubo alguna ocasión del Madrid y en una de ellas pareció que Vinicius intentaba emular a Mbappé. Encarar el área desde la izquierda y abrirse al disparo pero cerrando el ángulo de tiro. Le salió mal e hizo gestos de enfado consigo mismo.
Al Madrid le faltaba que Vinicius echara a correr, desatarse, pero a cambio, en una especie de medio gas, se pudo disfrutar de Camavinga, especialmente de un gesto suyo que parece mejorar. Tras pisar la pelota, la movía inmediatamente con el interior del mismo pie, y ese toque segundo era rapidísimo, delicado, muy vivo, como si hubiera ganado alguna milésima de segundo y más dirección en el gesto.
En una ocasión de Brahim, un complicadísimo slalom de los suyos, lleno de habilidad, reaccionó pidiendo ardor al público, un rugido que debería ser instintivo. Al pedirlo en realidad estaba pidiendo un premio, una gratificación. Este gesto lo hacen mucho los jóvenes del Madrid.
Mientras el Bernabéu afronta el reto de ponerse a la altura de su equipo, la energía la regala Rudiger, que remató otro córner de Modric de forma colosal en el 2-0.
Luego llegó el tercero, jugada y pase de Vinicius al llegador Valverde que acabó en autogol. Era una seudoasistencia para uno y un semigol para el otro, que no paró de correr todo el partido.
Happy ending madridista. Con los cambios hechos, Ceballos asistió al joven Arda Guler (cuatro ratos: un larguero, un penalti, un gol) que se metió en el área, recortó con su zurda al portero y marcó con poco ángulo con la derecha. A lo Raúl pero menos descangallé. Lo celebró muy serio. Tiene una importante presencia de predestinado. Parecía un joven emperador romano, un poco demente, cuando Rudiger, desternillado, lo agitaba como un arbolillo maduro.
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