Brechas hacia otro mundo

Alain de Benoist y los años decisivos (y II)

Segunda parte de la colaboración –en versión extractada– de Rodrigo Agulló incluida en el libro «ALAIN DE BENOIST. ELOGIO DE LA DISIDENCIA», publicado por Ediciones FIDES (edicionesfides.com). Un canto a las nuevas convergencias ideológicas entre las identidades de las nuevas derechas e izquierdas que sobreviven a la Modernidad.

Compartir en:

Se avecinan años decisivos. Años en los que la cuestión de la identidad se irá perfilando, cada vez más, como el tema de nuestro tiempo. En una Europa sacudida por la irrupción de los llamados partidos populistas, se abre un nuevo escenario: el de la unión entre una derecha de los valores y una izquierda que vuelva a defender al pueblo. La conjunción que el sistema pretende impedir a toda costa. Y mientras tanto la izquierda europeísta, progresista, libertaria, culturalmente americanizada, empieza a jugar a la defensiva.

***

Pensadores de izquierda, lecturas de derecha

El gran error de esa derecha “social y popular” que todavía cree defender los “valores tradicionales” votando a los partidos llamados “liberal-conservadores” es el de pensar que se pueden combatir los efectos de las políticas liberales sobre asuntos como la identidad nacional, el ataque a los valores familiares y religiosos, el nihilismo rampante, el deterioro de la seguridad, etcétera, al tiempo que se desmantela el Estado social europeo y se acepta el modelo neoliberal de globalización. El politólogo británico John Gray escribía, en relación a la revolución “reagano-thatcheriana” de los años 80, que “la reconstrucción del libre mercado es raramente un proyecto político conservador. Lo que se consigue con ella es acabar con las continuidades culturales e institucionales, no renovarlas”. Y añadía: “el destino de la derecha en la era tardomoderna es destruir lo que queda del pasado en un vano intento de  recuperarlo”.1

La crítica  del liberalismo –o de su trasunto mesiánico, el neoliberalismo– es hoy la prueba de fuego que permite reconocer a toda auténtica teoría crítica. No en vano lo más salvable del pensamiento crítico de izquierda  – excluyo de esa consideración a la extrema izquierda fosilizada en juegos de rol “antifascistas”– ha encontrado hoy en el neoliberalismo su bestia negra. En el plano de la “política directa” lo que las izquierdas populistas en realidad reivindican es el acervo del Estado social desmantelado durante las últimas décadas, es decir, la recuperación del pacto social vigente en Europa hasta los años 70. Un proyecto, si bien se mira, estrictamente “reaccionario”.2

En el campo opuesto la posibilidad de un “antiliberalismo” de derecha –algo incomprensible hace años, cuando “ser de derechas” equivalía a denominarse “liberal-conservador”– se confirma hoy en el discurso de los movimientos populistas que fusionan temas “de derecha” –la defensa de la identidad nacional, la promoción de valores familiares y comunitarios, la protesta contra la islamización de Europa– con una crítica del mundialismo, es decir, de la globalización neoliberal. En un contexto de pauperización y de desaparición de las clases medias la vertiente ideológicamente más consciente de ese nuevo populismo acentúa su vertiente “social”, a la vez que asume que no se puede protestar contra la inmigración de asentamiento sin combatir la visión del mundo que la hace posible: la cultura liberal-libertaria que nace de la simbiosis de los valores “progresistas” de mayo del 68 con la economía de mercado y la sociedad de consumo.

Fenómeno político novedoso de las últimas décadas: la crítica al capitalismo y el recurso a un Marx ya liberado del “marxismo” han dejado de ser privativos de la izquierda. ¿Admite Marx una lectura “de derecha”? Muchos de los análisis del pensador de Tréveris –su anticipación de la dinámica de la globalización, su crítica del “fetichismo de la mercancía”– son lectura insoslayable para todos aquellos que, cualquiera que sea su familia política de origen, combaten la gobernanza mundialista. A los antiglobalizadores de izquierda les dan ya la réplica los “antiglobalizadores” de derecha. Y no sólo eso sino que los antiglobalizadores de derecha aventajan en radicalismo a los de izquierda, en cuanto que estos últimos siguen sometidos a los condicionantes de la cultura liberal- libertaria  del capitalismo al que dicen combatir.   

La contribución de Alain de Benoist a todo este desarrollo ha sido inmensa. Una contribución que ejemplifica lo que puede dar de sí el enfoque metapolítico: un método colectivo de elaboración de síntesis teóricas a partir de materiales comentados que, a su vez, se prolongan con un contenido ideológico específico, dentro de un proyecto pedagógico no conformista. Varios ejemplos:

Hoy es imposible analizar el papel de la izquierda “progre” como auxiliar objetivo del capitalismo sin acudir a la obra de Jean-Claude Michéa y a su crítica del liberalismo libertario, que a su vez se inscribe en la filiación intelectual del sociólogo marxista Michel Clouscard, del pensador norteamericano Christopher Lasch y del escritor británico George Orwell. Hoy es imposible trazar el retrato de los súbditos del neoliberalismo sin referirse a la obra de Zygmunt Baumann y su análisis de los “tiempos líquidos”, sin acudir a la sociología de Gilles Lipovetsky y de Michel Maffesoli, sin asomarse a la literatura de Philippe Muray y de Michel Houellebecq. Hoy es imposible realizar una crítica de la sociedad del espectáculo sin contar con la Escuela de Frankfurt, con las aportaciones de Guy Debord, con las intuiciones de Jean Braudillard, con las reflexiones de Pietro Paolo Pasolini. Hoy no se puede esbozar una crítica de la sociedad de consumo sin referirse de algún modo a Karl Polanyi, a Serge Latouche, a Alain Caillé, a los trabajos del M.A.U.S.S. Hoy no se puede explicar el populismo sin referirse a Christopher Lasch, a Pierre André Taguieff, a Guy Hermet o a Ernesto Laclau. Hoy es más necesario que nunca rehabilitar la obra de autores malditos, tales como Carl Schmitt –si buscamos un paradigma para la política internacional–, o como Martin Heidegger –si aspiramos a una comprensión filosófica de la técnica y del nihilismo–. Son ejemplos de autores y de temas abordados en la elaboración teórica de la “Nueva derecha”, que a su vez se ensamblan en un panóptico más amplio: la oposición a la lógica neoliberal de homogeneización planetaria; la deconstrucción del homo oeconomicus como paradigma antropológico; la opción por un mundo multipolar; el combate por las identidades y por las culturas –empezando por las identidades y culturas de Europa.  

Un método que –si bien respeta todas las reglas discursivas de la racionalidad universitaria– tiene la ventaja de mantenerse al margen de la academia, con el consiguiente acceso a un abanico de posibilidades vedadas a los funcionarios de la investigación. 

El que toda esta relectura de autores –en su mayoría “de izquierdas”– haya sido acometida por una corriente considerada “de derecha” ha supuesto una catarsis en el aparato doctrinario de la derecha intelectual. Y que ello se haya acompañado además de una deconstrucción sistemática de ciertas patologías nefastas –tales como el nacionalismo y el fascismo– supone un punto de inflexión cuyos efectos podrán verse en el curso de los años venideros.

La pregunta es en realidad: ¿es la “Nueva derecha” de derechas?

¿Qué significa “la derecha”?

Procedente del ambiente político de la derecha radical francesa de los años 60 pocos autores como Alain de Benoist han sometido a la derecha a una crítica tan acerada y sistemática.3 A una crítica de sus paranoias, de sus conspiracionismos simplificadores, de sus pulsiones claustrofóbicas, de la tendencia a encerrarse en sus ritos, rencores y eslóganes; de su idealización del pasado, de su manía pueril de quedarse en la superficie de las cosas –en el chisme de actualidad, en la crítica de las personas–, de su tendencia a buscar chivos expiatorios por doquier  –el comunismo, la masonería, el sionismo, la inmigración–, de su alergia a las ideas, de su desinterés por los que no sean sus “autores fetiche”, de su incapacidad de elaborar una antropología original, o un discurso propio sobre temas como la lógica del mercado, el localismo, el vínculo social, la tecnociencia, la filosofía de la ecología… de su afición, en suma, a despreciar cuanto ignora. Pero sobre todo a una crítica de lo que él considera una “traición” histórica a su auténtica vocación: la lucha contra el sistema del dinero. Lejos de eso, la derecha “en vez de sostener el movimiento obrero y el socialismo incipiente –que representaba una sana reacción contra el individualismo que ella misma criticaba– con demasiada frecuencia ha defendido la más espantosa explotación del hombre por el hombre y las desigualdades más insoportables”.4

Defensor de una derecha “ideal-tipo”, de una “metafísica de la derecha” imposible de reconocer en ninguna de las derechas existentes, Alain de Benoist parece admitir que, en realidad, es muy difícil definir qué cosa sea “la derecha”. Por eso señala que su “esencia”, si existe, se ha expresado mejor en las obras literarias que en las obras teóricas. Tal vez la derecha sea ante todo una cuestión de estética, una cuestión de actitudes, una cuestión de valores más que de ideas. Un apego a la diversidad del mundo –de ahí su cercanía a las cuestiones de identidad, su respeto por las culturas tradicionales. Una ética del honor –de ahí su repudio de la axiomática del interés propia del liberalismo. Una aspiración a la excelencia –frente a la masificación igualadora. La derecha defiende los “valores aristocráticos” en tanto en cuanto son los tradicionales, así como por tradicionales defiende también los “valores populares” –la decencia ordinaria que decía Orwell–  en contraposición  a los valores burgueses.

¿Qué sentido tiene hoy proclamarse “a la derecha”?  Desde el momento en que casi todos los conformistas se autoproclaman de izquierdas, tal vez se trate simplemente de una declaración de rebeldía.

Una izquierda sin el pueblo

Hubo una época en la que los intelectuales eran, por definición, “progresistas y de izquierdas” (valga el pleonasmo). Esa época se acerca a su fin. El discurso de valores dominante empieza a morir de su propio éxito. Lo que ayer era “trasgresor” es hoy conformista; lo que ayer era “rebelde” hoy es establishment; lo que ayer era insolente, innovador, atractivo, es hoy mojigato, intolerante, antipático. El discurso de valores dominante empieza a morir por su transformación en una liturgia previsible, en un moralismo asfixiante, en una caza de brujas permanente. El discurso de valores dominante empieza a morir por su desconexión con la realidad.

Sin embargo parece más fuerte que nunca. Su monopolio es total en las instituciones, en los grandes medios audiovisuales, en todos los cauces por donde se expresa la cultura oficial. Pero esta cultura se aleja a velocidad de crucero de las angustias reales de la población. Angustias que se derivan de la imposición despiadada de las reglas del Mercado: precariedad laboral, destrucción del tejido social, sustitución de poblaciones, confusión identitaria, quiebra de la familia, pérdida de todo horizonte de sentido colectivo.

La cultura oficial es de izquierda –en virtud de aquél consenso liberal-libertario, que entregaba a la izquierda el control sobre las conciencias y a la derecha el control sobre la economía–. Pero ser de izquierdas hoy ya no quiere decir gran cosa. Todo el mundo es “de izquierdas”. La izquierda es hoy “pluralista-identitaria-minoritaria”, defiende “todo aquello que se remite a una supuesta heterogeneidad de la sociedad, constituida de hecho por nichos de consumo y tribus perfectamente compatibles con la homogeneización mercantil. Diversidad de apariencia, uniformidad de fondo, o lo que es lo mismo: americanización abigarrada del mundo”.5 La izquierda de hoy es una izquierda americanizada, un agente de la Macdonalización del mundo. Ganada al individualismo liberal, la izquierda ha evacuado de su vocabulario la palabra “pueblo” –palabra demasiado teñida de connotaciones colectivas–. “Ciudadanos” sí. “Minorías” sí. “Multitudes” sí. “Gente”, sí. “Pueblo” no. Pero la realidad, cuando se la ignora,  golpea con fuerza redoblada. Aparece el populismo.

Si el enfoque metapolítico es correcto, las rupturas políticas vienen precedidas por un cambio de valores. Y los intelectuales son un buen sismógrafo para predecir las nuevas líneas de fractura. En este sentido Francia continúa siendo el detonador de Europa. Francia, el país de cultura política más elevada, es también el país europeo donde la catástrofe social, económica, identitaria y cultural del mundialismo ha golpeado con más fuerza. Francia es el país cuya clase intelectual tiene mayor conciencia de ello, el país donde el discurso de ruptura radical está más elaborado. Algo en lo que Alain de Benoist ha desempeñado un papel de agitación intelectual que está por evaluarse en toda su amplitud.

Grietas en el  “partido de la inteligencia”

Una primera grieta simbólica se abrió con la polémica sobre “los nuevos reaccionarios”. Todo empezó con la publicación en 2002 de un libro que denunciaba la aparición, desde hacía unos cuantos años en Francia, de una nueva “síntesis ideológica” que “amenazaba a la democracia”. Una “ofensiva reaccionaria”, en suma. El libro metía en el índice a una serie de autores acusados de trasgredir los códigos de la decencia progresista. Pero lo que se presentaba como una operación de acoso y derribo contra los intelectuales díscolos –una pauta ya consagrada en la vida intelectual francesa–  se convirtió en un debate que consiguió poner de relieve que, entre la intelligentsia de primera fila, la adhesión a la ideología oficial ya no estaba asegurada.6

Lo cierto es que los intelectuales denunciados, lejos de amilanarse, adquirieron un eco mediático imprevisible. Y ello hizo posible que se abriera un debate sobre cuestiones hasta entonces consideradas tabú: la cultura de masas, la libertad de costumbres, mayo del 68, los derechos humanos, el mestizaje, el  Islam, el arte contemporáneo, la ideología de género, el “antirracismo” inquisitorial. En el plano político los análisis de los nuevos reaccionarios apuntaban al creciente divorcio entre el pueblo y las élites, y denunciaban la “triple expropiación” de las libertades ciudadanas ocasionada por tres fenómenos: la inmigración, la tecnocracia bruselense y la globalización neoliberal.7

¿Cómo era posible? La cosa revestía una especial gravedad habida cuenta de que, pocos meses antes, el Frente Nacional había llegado a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas.

Cuando alguien grita “el rey está desnudo” la voz suele convertirse en coro. Transcurrida más de una década el apelativo “nuevo reaccionario” (néo-réac) designa hoy en Francia no ya a un cenáculo de apestados, sino a un “estado de espíritu” que se expande. Los néo-reacs no son una corriente constituida como tal. Son una proliferación creciente de francotiradores –escritores, intelectuales, académicos y comunicadores– que, por primera vez desde hace décadas, están abriendo un auténtico debate. Los “nuevos reaccionarios” no adhieren a un corpus ideológico concreto, ni a una “visión del mundo” unificada, ni a un programa político. Se trata de algo mucho más difuso y a la vez de algo mucho más profundo.

Porque lo que entre unos y otros estarían acometiendo, de forma más o menos deliberada, es una deconstrucción de los dogmas de la  modernidad y de la idea del “progreso”. Es decir, una exposición estructurada –filosóficamente, sociológicamente, empíricamente– del agotamiento del viejo proyecto ilustrado, del callejón sin salida al que la filosofía de las luces y la idea de progreso, en tanto que proyectos sociales, están finalmente abocadas. En ese sentido los nuevos reaccionarios están peligrosamente cerca de una crítica radical.

Como igualmente peligrosa es otra de sus derivadas: la que apunta a la superación del binomio derecha-izquierda. Los néo-reacs se sitúan indistintamente en la una y en la otra, pero constatan que las líneas de fractura del futuro ya no pasan por esa división sino que son transversales: mundialismo versus localismo, globalización versus antiglobalización, euroatlantismo versus multipolarismo, europeísmo versus soberanismo, multiculturalismo versus asimilacionismo… cuestiones todas ellas que admiten una lectura desde la derecha y desde la izquierda. Lo que también es aplicable a los debates sobre temas como ecología, bioética, decrecimiento, comunitarismo, populismo, geopolítica (crisis en Oriente Medio, auge de China, resurgimiento de Rusia)… asuntos todos ellos en los que el teatro de sombras derecha/ izquierda tiene cada vez menos sentido. Muy especialmente desde el momento en que la mayor parte de la izquierda ha abandonado lo social por lo “societal” y se ha pasado con armas y bagajes al liberalismo.

Llegados a este punto tal vez no sorprenda leer que la única corriente de pensamiento que, ajena a las modas ideológicas, desde hace décadas se ha adelantado a casi todas estas polémicas ha sido la “Nueva derecha”. Sus enfoques convergen con los de gran parte del pensamiento crítico que hoy cuartea los muros del discurso de valores dominante. Una reconfiguración del mapa ideológico a la que Alain de Benoist ha contribuido de varias formas: como precursor de enfoques disidentes, como sintetizador de las corrientes de pensamiento no conformista y como transmisor de una serie de tradiciones intelectuales acampadas a extramuros del sistema. 

¿Hacia un nuevo “bloque histórico”?

Los hombres aspiran en primer lugar a la libertad. Adquirida la libertad, aspiran a la igualdad, amenazada por la libertad. Adquirida la igualdad, aspiran a la identidad, amenazada por la igualdad. Nos encontramos exactamente en esta fase. Alain de Benoist

El voto obrero abandona a los partidos de izquierda y se refugia en los partidos “populistas”. Un fenómeno al que una mistificación interesada se contenta en despachar como “auge de la extrema derecha”. Pero ese bombardeo de lugares comunes se condena a no comprender nada. Se condena a ignorar el substrato de ideas que bulle en el fondo de ese vuelco sociológico.

Algo se ha fraguado, en el curso de las últimas décadas, en los intersticios de una cultura de derecha. La izquierda mayoritaria –europeísta, progresista, libertaria, americanizada– empieza a jugar a la defensiva en el plano social y político. En el plano cultural hace tiempo que ha perdido la iniciativa. Una serie de propuestas con valores de derecha la sobrepasan por la izquierda. Frente al mundialismo neoliberal, una nueva síntesis anticapitalista. Frente a la gobernanza de las elites, una reivindicación de formas plebiscitarias y directas de democracia. Frente al euroglobalismo de Bruselas, un europeísmo europeo. Frente al unipolarismo euroatlantista, un tercermundismo coherente. Frente a la atomización social del neoliberalismo, una reivindicación de las pertenencias fuertes, de la patria. Frente al american way of life, un rechazo a la homogeneización, a la cretinización y a la macdonalización del mundo.8

¿Ofensiva de derecha? ¿Fenómeno transversal? Frente a la fórmula “ni de derechas ni de izquierdas” propia de los fascismos históricos, Alain de Benoist reivindica una fórmula inclusiva: de derechas y de izquierdas. O mejor dicho: valores de derecha, ideas de izquierda. No es nada casual que el pensador néo-droitier se haya volcado durante los últimos años en una reevaluación de la tradición socialista francesa –Proudhon, Blanqui, Paul Leroux– y del sindicalismo revolucionario –Édouard Berth, Georges Sorel, Hubert Lagardelle– autores todos ellos que, en las entrañas del movimiento obrero, representaban una línea de pensamiento mucho más compleja y transversal de lo que suele pensarse.9

Puede que la historia del socialismo y de la izquierda no sea exactamente como nos la han contado. Jean-Claude Michéa ha demostrado –en una serie de trabajos fundamentales– cómo el socialismo original, anclado en la solidaridad popular y en un espíritu comunitario, tenía más que ver con una reacción frente a la filosofía individualista de la modernidad que con una “izquierda” que se reclamaba de la filosofía de las Luces y de las ilusiones del progreso. De hecho, la unión entre el socialismo y la izquierda sólo se produce a fines del siglo XIX con el “compromiso histórico” que se cierra entre ambas a raíz del “caso Dreyfus”. Durante un siglo la izquierda y el socialismo caminaron unidos. Pero ese ciclo concluyó desde el momento en que la izquierda, ganada el capitalismo y su lógica mundialista, no sólo traicionó al socialismo sino que pasó a cultivar una actitud denigratoria del “pueblo”. A partir de 1968 la izquierda liberal-libertaria y la extrema izquierda inmigracionista comenzaron a fomentar una cultura que representa a los tipos de clase popular autóctona como incultos, obtusos, machistas, racistas, xenófobos, etcétera, como objeto de reeducación en operaciones de ingeniería social o, en el peor de los casos, como “clase peligrosa” susceptible de apoyar a partidos “populistas”.

Aquí es precisamente donde se abre una ventana de oportunidad: la ocasión de una nueva “alianza histórica” entre “una derecha antiliberal y no reaccionaria” y “una izquierda purgada de la ideología del progreso”.10 O lo que es lo mismo, de una derecha de los valores y una izquierda que vuelva a defender al pueblo. Ésta es seguramente la conjunción que el sistema quiere prevenir a toda costa.

Se avecinan años decisivos. La sociedad del neoliberalismo es cada vez más una sociedad de la depresión y del cansancio, una sociedad de sujetos aislados, sometidos a una dinámica de auto-explotación. Un infierno de lo igual. Precisamente por eso la cuestión de la identidad se irá perfilando, cada vez más, como el tema de nuestro tiempo. En una Europa en vías de libanización ésa será la gran fractura transversal. Una fractura ante la cuál la distinción izquierda-derecha terminará implotando. Ante nosotros se abre un vacío, una sed de comunidad. La aportación esencial de Alain de Benoist y de la “Nueva derecha” habrá sido la de situar la problemática de la identidad en el centro las sinergias político-culturales no conformistas. Desde una visión revolucionaria, en tanto contempla la presente crisis como la ocasión para una metamorfosis de la civilización europea. Y desde una visión conservadora, en tanto que se inspira en una herencia milenaria de pensamiento y cultura, los orígenes que dan sentido a nuestro porvenir.11  

Cargas de efecto retardado

No siempre es fácil situarse en perspectiva, ver más allá de lo que la mayoría es capaz de ver. Uno se arriesga a la incomprensión generalizada, para empezar a la de los más cercanos. No es fácil adoptar un enfoque radical –en el sentido de ir a la raíz de los problemas– sin exasperar a los que se ven agobiados por problemas que se antojan más perentorios, o más inminentes, o más graves. No es fácil remontar la cabeza por encima de la espuma de los días sin aburrir a los tipos “prácticos”, sin defraudar a los activistas compulsivos, sin que a uno lo acusen de encerrarse en una “torre de marfil”. Pero esa es precisamente la labor de un intelectual: la de situarse en perspectiva y la de ir a la raíz de los problemas. La “Nueva derecha” nunca ha pretendido ser un dispensario de recetas para la política cotidiana ni un laboratorio de eslóganes para los aspirantes a líder. En eso se diferencia de los Think Tanks de los partidos políticos. Algo que muchos, supuestamente en el entorno de este movimiento de ideas, se han obstinado en no querer ver.

Pero lo que los activistas tampoco ven es que, en su eterno correr para conquistar el momento presente, se condenan a disparar salvas de perdigones. Las cargas de efecto retardado se preparan por otros conductos, y suelen ser de dinamita. Lo que los activistas no ven es que  la aparición de un nuevo modelo coherente de visión del mundo es ya, de por sí, un acontecimiento revolucionario. Y que una perspectiva revolucionaria sólo existe “cuando una reconstrucción ideológica radical se encuentra con un movimiento social real. Lo que equivale a decir que no son los revolucionarios los que hacen las revoluciones, sino las circunstancias las que las hacen posibles”.12    

La “Nueva derecha” es una escuela de pensamiento que se encuentra en su tercera generación. Mal que a muchos les pese sus planteamientos han hecho metástasis. Circulan entre un enjambre de ideas que tratan de abrir brechas hacia  otro mundo. Contra el fatalismo y el espíritu de resignación. Como se leía en los muros de París en 1968: “sembrar en el viento para recoger la tempestad.”13

Notas:

(1) John Gray, Falso amanecer. Los engaños de capitalismo global. Paidós 2000. Pags 52 y 54

(2) Que por otra parte se da de bruces con la actitud “sinfronterista” e inmigracionista de la que esas mismas izquierdas suelen hacer gala, y que deriva de la filosofía universalista que comparten con el liberalismo.

(3) Alain de Benoist militó hasta 1967 en el FEN (Fédération des Étudiants nationalistes), organización estudiantil de extrema derecha favorable a la Argelia francesa.

(4) Alain de Benoist, Entretien sur les droites francaises, en C´est à dire. Entretiens, témoinages, Explications. Volume I pags 299-312. LAAB 2006.

(5) Pierre le Vigan, La doxa libérale du parti socialiste passée au crible. En Eléments por la civilisation européenne. Juillet-septembre 2012, pag. 48.

(6) Daniel Lindenberg, Le rappel à l´ordre. Enquête sur les noveaux réactionnaires. Éditions du Seuil 2002. Este libro mete en la picota a autores tan dispares como: Régis Debray, Pierre Manent, Marcel Gauchet, Michel Houellebecq, Philippe Muray, Pierre-André Taguieff, Alain Finkielkraut,  Maurice Dantec y otros. Bien entendido, el epíteto de “reaccionario” como estigma oprobioso vendría a sustituir al ya muy gastado de  “fascista”. En el verano de 1979 Alain de Benoist y la “Nueva derecha” fueron objeto de una campaña parecida, a la que esta corriente de ideas debe su apelativo.

(7) Rodrigo Agulló, Los nuevos reaccionarios, en Disidencia perfecta. La “Nueva derecha” y la batalla de las ideas. Áltera 2011. Pags. 465-479.

(8) Triada que, según expresión del filósofo de la new left norteamericana Paul Piccone, constituye la mayor amenaza contra la humanidad.

(9) Alain de Benoist, Édourd Berth ou le socialisme héroique. Sorel-Maurras-Lénine. Pardès 2013.

(10) Alain de Benoist, Être ou ne pas être (réac)?, en Éléments nº144, Juillet-Septembre 2012, pag 3.

(11) Para un exhaustivo análisis del papel ideológico de la izquierda como auxiliar del capitalismo: Jean-Claude Michéa, Impasse Adam Smith. Champs Flammarion 2006. L´Empire du moindre mal. Essai sur la civilisation libérale. Climats 2007. La double pensée. Retour sur la question libérale, Champs Flammarion- Essais 2008. Le complexe d´orphée. La gauche, les gens ordinaires et la religión du progrés. Climats 2011.

(12) Robert de Herte, Le Système, en Éléments nº 153, octobre- décembre 2014, pag. 3

(13) Manifeste pour une renaissance européenne. GRECE 2000, pag 13.

 

1ª parte del artículo. Brechas hacia otro mundo. Alain de Benoist y los años decisivos (I) 

 

Todos los artículos de El Manifiesto se pueden reproducir libremente siempre que se indique su procedencia.

Compartir en:

¿Te ha gustado el artículo?

Su publicación ha sido posible gracias a la contribución generosa de nuestros lectores. Súmate también a ellos. ¡Une tu voz a El Manifiesto! Tu contribución, por mínima que sea, dará alas a la libertad.

Quiero colaborar