Brechas hacia otro mundo

Alain de Benoist y los años decisivos (I)

Extracto de la colaboración de Rodrigo Agulló incluido en el libro «ALAIN DE BENOIST. ELOGIO DE LA DISIDENCIA», publicado por Ediciones FIDES (edicionesfides.com), un libro colectivo que recorre los principales hitos de la «Nouvelle Droite» en España e Hispanoamérica. En nuestra vecina Francia ya están preparando una edición similar. El propio Alain de Benoist ha dicho: «Un magnífico trabajo. Estoy realmente impresionado».

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Fenómeno político novedoso: el voto obrero en Europa abandona a los partidos de izquierda y se refugia en los partidos llamados “populistas”. Un vuelco sociológico al que una mistificación interesada se contenta en despachar como “auge de la extrema derecha”. Pero ese bombardeo de lugares comunes se condena a no comprender nada. Se condena a ignorar la revolución ideológica que se ha fraguado, en el curso de las últimas décadas, en los intersticios de una cultura de derecha. La izquierda progresista, libertaria, culturalmente americanizada, empieza a jugar a la defensiva. En el plano cultural hace tiempo que ha perdido la iniciativa. Una serie de propuestas con valores de derecha la sobrepasan por la izquierda. En este texto proponemos algunas claves explicativas de este fenómeno, que se manifiesta en importantes países europeos,  pero no en España. ¿Hasta cuando? 

***

¡Es la cultura, estúpidos! .En esta imprecación podrían condensarse las premisas de partida de la “Nueva derecha”, la corriente de ideas –así bautizada por la prensa francesa en 1979– a la que el nombre de Alain de Benoist quedará por siempre asociado. Desde el inicio de su carrera, hace ya cinco décadas, este autor francés puso el acento en el ámbito cultural  como el elemento que prefigura las grandes mutaciones políticas. Y ponía en circulación un término que sería el elemento distintivo de este movimiento intelectual: la metapolítica –el núcleo de ideas, de valores y de visiones del mundo de los que la práctica política se desprende como una emanación. El campo de batalla cuyo control se hace imprescindible para todo modelo social que aspire a la hegemonía.

Para Alain de Benoist el modelo hegemónico al que sería necesario disputar la primacía en los tiempos venideros era el liberalismo: ése era, para el jefe de filas de la “Nueva derecha”, el enemigo principal.

Formuladas en su momento – en los años 70 del pasado siglo – estas dos afirmaciones chocaban con buena parte de la sabiduría comúnmente admitida. Vistas ya bien entrado el siglo XXI, se revelan de una clarividencia precursora.

En la época de su formulación, la afirmación de la primacía de lo cultural –del papel decisivo de las ideas, los valores y las representaciones del mundo– se daba de bruces con los dogmas economicistas del marxismo clásico, de notable presencia todavía tanto en el pensamiento social como en la arena política. Pero sobre todo chocaba con la visión cortoplacista y gestionaria de las fuerzas políticas mainstream, así como con la interesada tesis –propuesta desde cierto conservadurismo tecnócrata– del “fin de las ideologías”.

Sin embargo este énfasis en el papel clave lo cultural cobra hoy su sentido pionero. La práctica totalidad del pensamiento social acepta hoy, con variedad de matices, esa premisa. Desde la izquierda –en la línea de las revisiones del marxismo acometidas desde los años 60– el materialismo y el economicismo clásicos son considerados como insuficientes e inadecuados para interpretar y cambiar la realidad. La superestructura condiciona y modula, de manera creciente, la estructura. De ahí la pérdida de centralidad –dentro del  pensamiento “radical”– que ha experimentado el marxismo. Y por su parte, el nuevo capitalismo ha encontrado en la creación cultural –en el llamado soft power– su centro inspirador y su gran generador de consenso social. El tiempo le da la razón a Gramsci. También a Alain de Benoist,  impulsor del “gramscismo de derecha”.

Guerra cultural global

¿Poder cultural? ¿Batalla de las ideas? La recuperación de las teorías de Gramsci por Alain de Benoist anticipaba lo que en los años posteriores habría de venir. Porque la metapolítica desborda, cada vez más, el campo subalterno de las trifulcas entre intelectuales. Seguramente nos encontramos, por primera vez en la Historia, en la primera guerra cultural librada a escala global. Una guerra tan cultural como geopolítica que requiere de nuevos instrumentos filosóficos y científicos para ser pensada. Si ello es así, las tesis de partida del autor de Les idées à l´endroit adquieren hoy una pertinencia insospechada.   

La afirmación de que vivimos en una guerra cultural global, la Cuarta Guerra Mundial, ha sido teorizada por uno de los más estimulantes pensadores marxistas de las últimas décadas, el italiano Constanzo Preve. Se trata de una idea provocadora que merecería al menos tanta consideración como que la que han tenido los célebres paradigmas del “fin de la historia” y del “choque de civilizaciones”. Merece la pena examinarla con cierto detenimiento, a los efectos de determinar  de qué manera la gran política se decide cada vez más no en los dominios específica y directamente políticos, sino –como señalaba hace décadas Alain de Benoist– en los dominios habitualmente considerados como “neutros”.1

Conviene hacer una precisión sobre el concepto de “cultura” y su distinción de la “ideología”. Siguiendo a Preve “la ideología es siempre una forma simplificada, grosera y falsamente racionalizada de religión. Flota siempre en la superficie de la cultura, que es una cosa mucho más importante y decisiva, porque abarca una antropología reproductiva de lo social”. Es precisamente ahí –en el control de esa función reproductora de lo social–  donde nos encontramos con que la presente “cuarta guerra mundial” es la primera guerra cultural globalizada de la historia de la humanidad.

A los efectos de su argumentación, Preve remite el concepto de cultura a dos categorías teóricas acuñadas por el filósofo Jürgen Habermas: la “gramática de las formas de vida” y la “colonización de la vida cotidiana”. Para el filósofo alemán los conflictos del presente y del futuro no dependerán tanto de las “condiciones materiales” como de las contradicciones relativas a lo que él llama “la gramática de las formas de vida”. A lo que Preve precisa, en buen marxista, que las contradicciones culturales estarán siempre ancladas en groseras cuestiones materiales tales como el desigual reparto de las riquezas. Pero también concuerda con Habermas en que la gramática de las formas de vida desempeña hoy una función mucho más importante que en el pasado.

De las cuatro guerras mundiales conocidas hasta la fecha, la cuarta guerra mundial –en la que nos hallamos plenamente inmersos– es la más “cultural” de todas. Mucho más cultural que la segunda guerra mundial y que la “guerra fría”  –guerras “ideológicas” según los parámetros “fascismo/antifascismo” y “libertad/ comunismo”–. Y completamente diferente de la primera, mero producto de las rivalidades nacionales. La cuarta guerra mundial se define, en esencia, como el intento de los Estados Unidos de América –el primer Estado imperialista de ambiciones auténticamente globales– de hacerse pasar ante el mundo como portador, no de una ideología (como antes hicieron fascistas y comunistas)  sino de un modelo cultural único para toda la humanidad. Un modelo que autoriza al imperio mesiánico de los Estados Unidos –la única “nación indispensable” del planeta (Barak Obama dixit)– a desencadenar una guerra cultural global contra el resto del mundo “rebelde”.

Evidentemente la cuarta guerra mundial es una guerra por causas materiales: petróleo, recursos agrícolas, control del comercio mundial, monopolios financieros…. Pero lo que la caracteriza es precisamente esa simbiosis entre guerra geopolítica y guerra cultural, de la misma forma que lo que caracterizaba a las guerras anteriores era la simbiosis entre lo geopolítico y lo ideológico (la tercera y la segunda) y lo geopolítico y lo nacional (la primera). “En tanto que “geopolítico” el imperio de los Estados Unidos intenta dominar militarmente el mundo mediante un uso combinado de fuerzas y medios militares. En tanto que “cultural” intenta imponer una gramática mundial unificada de formas de vida y una colonización sistemática de la vida cotidiana de los súbditos-consumidores”. Según Preve, el imperio no sería un “imperio” – es decir, una dominación– si no tendiese a unificar esas tres “instancias que el psicoanalista Lacan denominaba “lo real, lo simbólico y lo imaginario”. ¿Al servicio de qué? De un modelo global de capitalismo absoluto. De un orden internacional unipolar garantizado, en última instancia, por una potencia tutelar postmoderna –los Estados Unidos– y gestionado en último término por una élite transnacional globalizada.

Hasta aquí Preve. Este paradigma –incompleto y cuestionable sin duda, como todos los paradigmas– es, en la segunda década del siglo XXI, plenamente válido como hipótesis de trabajo. Nos encontramos en la época de la “cultura-mundo” del neoliberalismo, del soft power de impronta norteamericana. En la época de la “industria cultural” como manufacturación del conformismo. Al servicio de la economización integral de las relaciones humanas.2

Y es en esa tesitura de “guerra cultural global” que la teorización sobre el “poder cultural” impulsada por la “Nueva derecha” interpela más que nunca al hombre actual. Toda teoría crítica que se precie debe intentar producir un discurso de ruptura. Toda teoría crítica auténtica debe consistir en un esfuerzo de descolonización del imaginario.3 Toda revolución, para ser verdadera, debe ser ante todo una revolución cultural, es decir, una revolución que abra grietas en esa “gramática homogénea de las formas de vida” que se reproduce por ósmosis y que no terminará hasta la abolición total de todo aquello –pueblos, naciones, clases sociales, religiones– que se oponga a la reducción de la existencia humana a la economía.

¿Que hacer? ¿Estrategia metapolítica? ¿Laboratorios de ideas? Todo ello está muy bien –y la “Nueva derecha” es un ejemplo pionero, en esta época de proliferación de Think Tanks–. Pero la “batalla de las ideas” es en sí misma insuficiente, como lo son las construcciones intelectuales que se limitan a apelar a la razón. Las ideas, como hemos visto, se limitan a flotar en la superficie de la cultura,  pero frente a la “cultura mundo” del neoliberalismo es preciso levantar contraculturas alternativas. Y para ello no se trata tanto de convencer como de inspirar. Porque –señala Alain de Benoist– “una sensibilidad no se crea, aunque a veces es posible despertarla”.4 El paso del tiempo no ha hecho sino confirmar sus intuiciones relativas a la primacía de lo cultural sobre lo coercitivo, de lo imaginario sobre lo ideológico, de lo simbólico sobre lo meramente racional. O dicho en términos más en boga: del soft power sobre el hard power. Una lección a no olvidar por toda teoría crítica que, como tal, aspire a ser no un fin en sí misma, sino –en expresión del teórico néo-droiter– “una brecha abierta hacia otro mundo”.

El consenso totalitario

Alain de Benoist ha sido el intelectual francés más sistemáticamente silenciado de las últimas décadas. Su historia es la de un rumbo solitario marcado por la marginalización y por los intentos de demonización. Poco se podrá comprender de la aventura intelectual de la “Nueva derecha” si no se subraya su absoluta excentricidad dentro de las familias ideológicas contemporáneas; no en vano ha sido la única que ha planteado una enmienda de totalidad al discurso de valores dominante.

Buena parte de esa historia tiene lugar en unos “años de plomo” para el pensamiento crítico. La época de los “treinta gloriosos” –época dorada de las ciencias sociales en Francia– estuvo marcada por una libertad de expresión que no se prolongó en los años posteriores. Tras la clausura de la guerra fría, el “fin de la historia” se manifestó en la forma de un “pensamiento único” y de una “corrección política” que intentaron ahogar todo auténtico debate en un clima de delación y de moralismo histérico. 

Los resultados están a la vista: un pluralismo de fachada y un espacio de debate acotado a límites definidos, dentro de los cuales unas máscaras de derecha dirimen con otras máscaras de izquierda una serie de contradicciones secundarias, pero en el que todos pertenecen al mismo campo: el liberal. Todo lo que no se sitúe en ese marco cae o en la marginalidad o en el limbo. La “corrección política” funciona como inhibidor de pensamientos “peligrosos” mientras que los “derechos humanos” hacen las veces de religión laica. Ello explica la dimensión moral de la censura: “las ideas denunciadas no lo son jamás en cuanto a su falsedad, sino en cuanto a su carácter perjudicial, es decir malvado”.5 Un sistema que tolera la alternancia pero en el que no hay alternativas.

¿Dónde se sitúan los límites permisibles? En todo lo que no se aleje del consenso liberal-libertario como manantial de valores de nuestra época.

El consenso liberal-libertario es el resultado final de aquella contra-revolución liberal que fue en realidad mayo de 1968: liberalización del mercado del deseo, entronización de la sociedad de consumo, emergencia –en expresión del filósofo marxista Michel Clouscard– del capitalismo de la seducción.6 El consenso liberal-libertario se expresa a través de un doble proceso: una progresiva “derechización” económica –desmantelamiento del Estado social, redistribución “hacia arriba” de la riqueza, pauperización de las clases medias–, combinada con una expansión de los temas “societales” –emancipación individual, minorías sexuales, multiculturalismo, deconstrucción de las formas sociales “tradicionales”, etcétera–. Es el maridaje perfecto entre la “sociedad abierta” que predicaba el ultraliberal Friedrich Hayek y la “liberación” defendida por la izquierda enragée de mayo del 68. Pero lo que por mediación de la libertad individual viene a realizarse es la libertad absoluta del capital, el sistema del capitalismo absoluto.    

Miseria de los intelectuales

Antaño únicamente se conspiraba contra el orden establecido. Conspirar a su favor es hoy, sin embargo, una profesión en pleno auge. Bajo la dominación del espectáculo, sólo se conspira para mantenerlo. Guy Debord

Particularmente lamentable en todo este proceso ha sido la evolución de los intelectuales. Degradados a policía del pensamiento y a suministradores de productos ideológicos prèt-à porter, la figura del “intelectual comprometido” es hoy objeto de universal ridículo.

¿Cuándo y cómo se cruzó el Rubicón? Algunos dicen que fue a partir de la muerte de Sartre y de Raymond Aron, con la puesta de largo de los “nuevos filósofos” como símbolo de los nuevos tiempos. Reconciliados con las delicias del capitalismo libertario, los otrora furibundos antiburgueses sustituyeron el pensamiento crítico por el llanto de los derechos humanos. De ahí a su transformación en cheerleaders de los bombardeos “humanitarios” de la “nación indispensable”, sólo había un paso.

Una tarea a la que concurren los neocon, una secta alumbrada por la “nación indispensable” en la que, con el furor del converso, intelectuales progresistas  reciclados –ex trotskistas, ex maoístas y otros– predican una cruzada planetaria para imponer manu militari  la “sociedad abierta” del occidente aseptizado sobre una fauna variopinta de barbudos, bigotudos y otras fuerzas del Mal.7

Existe otra categoría de intelectual escurridizo, en cuanto que representa la astucia del sistema para conducir al panal liberal-libertario a las abejas atraídas por la rica miel de la subversión y la contestación: se trata de la categoría que podríamos bautizar como “radicales MacWorld”. Son éstos los “intelectuales críticos” reverenciados por la universidad, celebrados por el mundo militante y jaleados por los media como el súmmum del pensamiento subversivo. Suelen abundar en términos “post” (“postestructuralistas”, “postfeministas”, “postcoloniales”, “postmarxistas”, “postmodernos”) y se caracterizan por su jerga compacta, así como por cultivar las “antidisciplinas” que, alumbradas desde los años 80 en los campus de la “nación indispensable”, se agrupan bajo el nombre de cultural studies (gender studies, subaltern studies, disability studies, etcétera). Se trata ésta de la categoría que suministra el tipo de oposición de palacio que el capitalismo absoluto necesitaba a los efectos de completar el cuadro.8

Un servicio no menor que los autores de la “Nueva derecha” han rendido al debate de ideas contemporáneo ha sido el de suministrar una sistemática lectura crítica de buen número de elaboraciones intelectuales que, como en el caso de los radicales MacWorld, bien pueden englobarse en la categoría de falsas rebeldías. Un ejemplo clarificador es el exhaustivo análisis que Alain de Benoist consagra a la obra de Toni Negri y Michael Hardt (“Imperio” y “Multitudes”) –referentes de la contestación altermundialista de los últimos años–.

Subraya el autor néo-droitier  cómo las celebraciones por parte de Negri y Hardt del “nomadismo”, de la “ciudadanía universal”, de la “liberación de hibridaciones” y de la “multitud” como agentes liberadores, redundan todas ellas en una celebración entusiasta de la globalización. Su insistencia en que vivimos en un sistema “global”, sin “centro” ni límites espaciales, es una fuente de mistificación en cuanto que “lava a los Estados Unidos de cualquier sospecha de práctica imperialista” e impide reconocer el papel de la élite transnacional –la Nueva Clase– como centro efectivo del nuevo poder. Lo que estas obras proponen  –concluye de Benoist–  “no es una crítica del capitalismo sino una especie de apología crítica de ese capitalismo. Un altercapitalismo, en suma”.9 

Otro ejemplo de la sintonía última de los radicales MacWorld con el neoliberalismo se manifiesta en su análisis, globalmente positivo, de la cultura de masas. Los cultural studies “condenan la crítica de los media y de la sociedad de consumo –considerada (esa crítica) como paternalista y elitista– para revalorizar el trabajo de “retorno” y de “reapropiación” al que se aplican los “dominados” sobre las representaciones y los productos que les son dados a consumir”. (…) Así, de forma más o menos confesa, “todos los intérpretes (de los cultural studies) comparten la opinión de que el mercado ejerce reales efectos democratizadores, en cuanto que proporciona gran cantidad de productos culturales y porque perturba las jerarquías establecidas entre géneros nobles y vulgares.”10 En resumen: nivelación hacia abajo y cultura de masas como estadio supremo de la democracia. El reinado del “último hombre”.

La victoria de los radicales MacWorld es que “han conseguido imponer sus métodos de análisis a gran parte de la izquierda y de la extrema izquierda, sin que esta última se percate de que este método refuerza el sistema de explotación que hasta ahora pretendía combatir”.11 No podía ser de otro modo. La miseria de este sedicente radicalismo reside en su comunión con los presupuestos universalistas de la ideología dominante. Una ideología que –como escribe Alain de Benoist– está “organizada en forma de un sistema, en el sentido de que imprime su marca a todos los aspectos de la vidacolectiva. En el interior de un sistema todo está vinculado entre sí (...) No hay un “cerebro oculto” ni un “director de orquesta” clandestino. Todos –incluso sus principales beneficiarios– no son más que engranajes que pueden ser reemplazados en todo momento por el propio sistema. Éste funciona por retroacciones: no hay diferencia entre la causa y el efecto”.12 Portadores en su ADN de la ideología del sistema, los “radicales MacWorld” son un engranaje más de aquello que pretenden combatir.

Intelectuales altermundialistas, neoconservadores, progresistas, derecho-humanistas… animadores todos ellos de un debate que se cuida muy mucho de cuestionar –más allá de la consabida retórica “derecha-izquierda”– los fundamentos estructurales del sistema. Alrededor del show se extienden las aguas profundas de la marginalización y el ostracismo.

Huelga decir que lo verdaderamente interesante es lo que se agita en el fondo de esas aguas.

Fenómenos principales y fenómenos derivados

Cuando hace ya varias décadas Alain de Benoist designaba al liberalismo como “el enemigo principal” ello no dejaba de parecer extravagante en un intelectual al que se suponía de derecha. Al fin y al cabo la guerra fría seguía condicionando los hábitos mentales. Y toda la derecha –desde la más moderada hasta la más extrema– se posicionaba ante todo en una gran cruzada anticomunista.

Sin embargo esa identificación schmittiana del liberalismo demostraba la longitud de mirada del autor néo-droitier. Éste había ya levantado acta de la total insignificancia ideológica, política y social del comunismo como alternativa efectiva frente al modelo liberal-capitalista. Años después, ante la sorpresa de casi todos, caía el muro de Berlín. El liberalismo en su versión neoliberal se configuraba como el referente único, como el modelo  del “fin de la Historia”.

Al hablar del liberalismo es preciso partir de una premisa: más que una ideología o práctica política –las libertades y garantías individuales y un saludable pluralismo social– éste es hoy un hecho social total. El liberalismo es un “sistema mundial de producción y reproducción de hombres y de mercancías” que promueve “la desregulación de las relaciones humanas, la instantaneidad, el productivismo, la destrucción del vínculo social, la reificación  y la alienación por las mercancías y la tecnología.”13 Partiendo de la premisa antropológica del egoísmo constitutivo del ser humano y de una visión utilitarista de la actividad racional, para los liberales sólo existe un motor esencial de la actividad humana: el interés. Lo que hoy se llama liberalismo –o su trasunto mesiánico, el neoliberalismo– no es más que la restauración del capitalismo de los orígenes en su faceta más depredadora: competición de todos los trabajadores del mundo en un sistema generalizado de libre cambio y de libertad completa de capitales. El régimen del capitalismo absoluto.14

¿El liberalismo, enemigo principal? Ver más allá no siempre es fácil. Uno se arriesga a la incomprensión generalizada, empezando por la de los más próximos. Así como hace años muchos no entendían que el enemigo principal de una corriente “de  derecha” no fuera el comunismo, hoy otros no entienden que no lo sea la inmigración o “el Islam”. Pero quienes así piensan incurren en déficit de radicalismo. Porque lo que distingue a un enfoque radical es que éste sabe distinguir entre fenómenos principales y fenómenos secundarios o derivados.

¿El Islam en Europa? Su presencia constituye un grave problema, por mucho que el discurso oficial se obstine en entonar piadosos cánticos de tolerancia y en hacer el avestruz. Pero habrá que delimitar la causa del mismo. ¿Dónde está la culpa? ¿En los inmigrantes atraídos por una promesa de bienestar económico o en el sistema que ha hecho posible que vengan? ¿En los inmigrantes que desean mantener su identidad o en los autóctonos que ya no saben cuál es la suya? ¿En los inmigrantes que no quieren integrarse o en los países que no les ofrecen “algo” en lo que puedan integrarse?

Sabemos cuál es la respuesta: que se integren en un espacio de libertades, de tolerancia, de laicidad y de consumo. Ésa es la típica respuesta liberal. El economista francés Hervé Juvin lo describe a la perfección: “que cada hombre, cada mujer, se dedique a perseguir sus intereses individuales en el respeto a su derecho a ocupar cualquier lugar en cualquier parte del mundo. Un postulado que se auto-reproduce, porque el sistema ya se encarga de reducir a cada cuál a su mera función económica individual de productor-consumidor”. El individuo fluido, móvil, líquido, liberado de cualquier peso del pasado, de la sangre, de los orígenes, de su tierra, de su historia, de todo aquello que pueda suponer un obstáculo a la expansión del Mercado. Una visión luminosa que no acaba de cuajar. Porque “la abstracción –operada por la sociedad liberal– del sujeto como mero “sujeto de derecho” implica un proceso acelerado de aculturación, y por lo tanto una negación de la condición humana.”15  Esa es la fuente del error liberal.

¿Sería posible proponer una alternativa postliberal? Ése es el empeño de la “Nueva derecha”. Partiendo de la base de que para los trasvases masivos de población el umbral de tolerancia ya se ha rebasado, esta corriente de ideas defiende un comunitarismo que permita reconocer públicamente las identidades etnoculturales que habitan un mismo suelo. Se trata de un modelo se inspiración neo-imperial –disociación entre la ciudadanía y la nacionalidad– muy alejado del tradicional asimilacionismo francés. Una propuesta radical frente a la atomización y el desarraigo de la sociedad liberal, pero que parece pasar de puntillas sobre un análisis cuantitativo del fenómeno inmigratorio en Europa, así como sobre una crítica de las peculiaridades político-dogmáticas del Islam. A pesar de ello se trata al menos de un intento de pensar seriamente –más allá de las visiones simplistas de muchos– un problema que, para la ortodoxia liberal, simplemente no debería existir.16  

La inmigración es para la “Nueva derecha” un fenómeno negativo. Pero lo es ante todo porque degrada al hombre al estado de mercancía deslocalizable. En 1979 escribía Alain de Benoist: “el enraizamiento, que exige una cierta continuidad cultural y una relativa estabilidad de las condiciones de vida, no puede sino chocar con el leitmotiv del nomadismo permisivo que resume el principio liberal laisser faire, laisser passer”.17 El Islam en Europa es un fenómeno derivado. El problema principal es el (neo) liberalismo.

Notas:

(1) Constanzo Preve (1943-2013), La Quatrième Guerre Mondiale. Éditions Astrée 2013.

(2) Hervé Juvin/Gilles Lipovetsky, L´Occident mondialisé. Controverese sur la culture planétaire. Grasset 2010, pgs. 123-207.

(3) Expresión de Serge Latouche, economista y teórico del “decrecimiento”.

(4) Alain de Benoist. Citado en Pour un gramscisme de droite. Actes du XVI colloque nacional du GRECE 1981. Le labyrinthe 1982, pag 53. 

(5) Alain de Benoist, Pensée unique, nouvelles censures. En Critiques, Theoriques, l´Age d´Homme 2002, pag 112.

(6) Michel Clouscard, Le capitalisme de la séduction, Éditions sociales 1981. También: Critique du libéralisme libertaire. Généalogie de la contre-révolution. Éditions Delga 2005.

(7) “Existe una continuidad secreta –señala Constanzo Preve– entre la guerra unilateral tendente a exportar un modelo único de comunismo absoluto en todo el mundo (maoísta o trotskista, más que soviético) y esta guerra unilateral tendente a imponer una concepción radicalmente occidentalista de los Derechos Humanos. La psicología no ha cambiado: la arrogancia, el fanatismo, y sobre todo, la ausencia de respeto por la variedad de las formas de sociedad humana, son los mismos”. En La lutte de Classes, une guerre de classes? En Krisis nº 33, abril 2010, pag. 200. 

(8) Su lenguaje abstruso procede del caldo de cultivo de la “French Theorie”, esto es, de la recepción a la otra orilla del Atlántico de la obra de intelectuales como Michel Foucault, Jacques Derrida, Gilles Deleuze, Félix Guattari, Roland Barthes o Jean-Francois Lyotard.

(9)  Alain de Benoist, Multitude o chaos? Sur les theses de Michael Hardt et Antonio Negri. Krisis nº 35, mai 2011, pag. 67. Es muy significativa la mutación semántica: de “movimiento antiglobalización” se ha pasado a “movimiento altermundialista”, esto es, defensor de una “mundialización alternativa”, una “mundialización ciudadana”, una “mundialización más humana”, una “mundialización-cooperación” etcétera. De un reformismo, en resumen.

(10) Cedric Biagini, Guillaume Carnino, Patrick Marcolini, Prendre le mal à la racine, en  Radicalité. 20 penseurs vraiment critiques. Éditions l´Echapée 2013, pags. 12 y  13.

(11) Cedric Biagini, Guillaume Carnino, Patrick Marcolini, Obra citada,  pags. 12 y13. Los servicios ideológicos que los radicales MacWorld prestan al sistema son considerables: 1) Espolear la fuga hacia adelante de un capitalismo siempre dispuesto a mejorar su oferta (más globalización, más “desregulación”, más desterritorialización, más “emancipación”)  2) Evacuar (por “periclitadas”) categorías peligrosas tales como “nación”, “pueblo” o “clase social”. 3) Fomentar la “globalización” de la  contestación y su segmentación en luchas de “minorías oprimidas” – que acabarán convirtiéndose en nichos de mercado. 4) Suministrar al sistema instrumentos de policía ideológica, tales como la “corrección política” o la “teoría de género” 5) Desactivar desde dentro todo conato de contestación real y reconducirla a la esfera de la vida privada. 

(12) Robert de Herte, Le Système, en Éléments nº 153 octobre-decembre 2014, pag 3.

(13) Alain de Benoist y Charles Champétier, Manifeste pour une renaissance européenne, GRECE 2000, pag. 33. También: Radicalité. 20 penseurs vraiment critiques. Coordinado por Cedric Biagini, Guillaume Carnino y Patrick Marcolini. Éditions l´Echapée 2013.

(14) Alain de Benoist, Face á la Forme-capital. En Rebellion  (rebellion.Hautetfort.com).

(15) Hervé Juvin y Gilles Lipovetsky, L´occident mondialisé. Controverse sur la culture planétaire. Grasset 2010, pag. 200.

(16) Cabe subrayar que la “Nueva derecha” jamás ha defendido una concepción etnicista de la nación. Para Alain de Benoist el “pueblo” se define en términos de “demos”, no de “etnos”. (Alain de Benoist répond à Tamir Bar-On, en Blog-Éléments). Para una crítica al multiculturalismo de la “Nueva derecha”: Rodrigo Agulló, Disidencia perfecta. La “Nueva derecha” y la batalla de las ideas. Áltera 2011, pags 187-199.

(17) Alain de Benoist, Les idées à l´endroit, Avatar editions 2011, pag 119.

 

(Continuará) 

 

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