Lapidando fachas

Los demócratas pacíficos hacen mohines ante los demócratas rabiosos que lapidan fachas; pero mañana les erigirán estatuas.

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La lapidación sufrida por los asistentes a un mitin de Box en el barrio de Vallecas nos sirve para explicar la esencia íntima de la democracia, que nada tiene que ver con el aparente “pluralismo” con que seduce a los ingenuos. La democracia presenta la disputa ideológica como una discusión entre varios oponentes que —al modo de competidores e un “mercado libre”— tratan de persuadir al votante. Pero, del mismo modo que el “mercado libre” genera posiciones de dominio que aniquilan la competencia o la someten a sus reglas (como hace Amazon con el pequeño comercio), la democracia crea un ethos hegemónico que es por vocación progresista (pues progresista es el concepto de naturaleza humana que subyace en la democracia concebida como fundamente y no como forma de gobierno). Y eso ethos democrático se establece como verdad incontrovertible que nadie puede discutir, salvo que desee ser expulsado a la tiniebla facha.

El partido llamado Vox ni siquiera plantea una confrontación radical con el ethos democrático, sino tan sólo con algunas de sus contradicciones más flagrantes. Pero basta esta tímida y lagunar confrontación para que la democracia no lo permita actuar como un mero “competidor en el mercado”, sino que necesite provocar contra él una suerte de “terror antropológico” entre sus militantes. Para provocar este “terror antropológico”, la democracia exaspera la dialéctica entre amigos y enemigos que propugnaba Carl Schmitt. De este modo,

El 'ethos' democrático percibe neuróticamente a Vox como un enemigo netamente existencial que hay que aniquilar

el ethos democrático percibe neuróticamente a Vox como un enemigo netamente existencial que hay que aniquilar (o bien absorber en su “contenedor” democrático, como hace Amazon con el pequeño comercio). Y ese combate puede incluir todos los medios, porque no se trata de una disputa ideológica, sino de una lucha por la supervivencia. El ethos democrático, para crear “sentido de pertenencia”, necesita cohesionar a sus adeptos en torno a un enemigo existencial común. Y por ser una “lucha por la supervivencia”, el ethos democrático puede mostrarse primitoivo y excluyente. Con un rival ideológico se negocia hasta llegar a un arreglo, pero a un enemigo existencial se le expulsa a la tiniebla facha. Y se le lapida.

El objetivo es que el hombre imbuido de ethos democrático pueda sentirse buenecito, odiando al enemigo que provoca su terror antropológico. Pero, por supuesto, los demócratas pacíficos no se dedican a lapidar fachas, pues en democracia unos tiran la piedra y otros esconden la mano. Ya que la izquierda caniche es la principal beneficiaria de que el ethos democrático sea progresista, también  debe encargarse del trabajo sucio de lapidar fachas, recurriendo a la rabia aniquiladora de los antifas despechados, que en lugar de revolverse contra quienes los traicionaron se revuelven pauloviniamente contra los fachas. Hoy los demócratas pacíficos hacen mohines de disgusto ante los demócratas rabiosos que lapidan fachas, pero mañana les erigirán estatuas en la plaza del barrio de Vallecas donde el otro día los lapidaron.

© ABC

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