La hegemonía de la izquierda en la juventud ha terminado. La derecha intelectual ya no se rasga las vestiduras e, incluso, conquista los platós televisivos. Pero esta mejora se debe, ante todo, a la crisis de nuestra sociedad multicultural, más que al trabajo ideológico conducido por algunas jóvenes plumas del conservadurismo a veces más dogmático.
Antes, el mundo era más sencillo: los jóvenes votaban a la izquierda, militaban en la izquierda, pensaban como la izquierda. Moralmente desacreditado, el campo conservador se arrodilló ante una izquierda que se adjudicaba el monopolio de la verdad. Sartre podía excitar el odio de clase acusando erróneamente de asesinato a un notario, Mitterrand podía superar el entendimiento prometiendo salir del capitalismo en cien días, SOS-Racismo podía “fascistizar” a cualquiera que cuestionase la sociedad multicultural.
Pero, he aquí que después de un largo eclipse, algunos francotiradores conservadores cruzan la línea trazada por sus antecesores y franquean las puertas de los medios. Zemmour y Buisson abrieron el camino, Mathieu Bock-Côté, Eugénie Bastié, François-Xavier Bellamy, aparecen en las televisiones, revistas como Éléments salen de la marginalidad, se fundan instituciones católicas de formación, identitarios, liberal-conservadores, o un poco de todos al mismo tiempo. Todo es impulsado por la nueva misión metapolítica ―ganar la batalla de las ideas― que se asigna la joven guardia conservadora, cuya coqueluche preferida se llama Marion Maréchal, y las bases dudan entre un voto a Los Republicanos o a la Reagrupación Nacional.
Por fluctuantes que sean sus contornos, sigue siendo un movimiento de fondo, el que el brillante treintañero Alexandre de Vitry, señala en su librito Bajo el pavés, la derecha: la joven derecha conservadora ya no tiene miedo de afirmarse como tal, de dotarse de una ideología y de repensar su relación con el liberalismo. No es la primera vez que surge un joven de derechas reivindicando, alto y claro, esta etiqueta. El 30 de mayo de 1968, los jóvenes gaullistas salieron del bosque para apoyar al General contra la chienlit (mascarada anárquica) de lanzadores de adoquines. Inscribiéndose en esta línea, los jóvenes sarkozystas de principios de los años 2000 asumieron una relación desacomplejada con el dinero y el éxito social que les distinguían de los caciques chiraquianos. Algunos años más tarde, impulsado por la ofensiva societal de Hollande, una generación de jóvenes católicos conservadores se alzó contra “el matrimonio para todos”. Esta última ola invirtió el campo del dominio de las ideas y levantó un proyecto político de transformación de la sociedad.
Para Alexandre de Vitry, aquí es donde radica el problema: la derecha traiciona su naturaleza pragmática a fuerza de golpear el pavés y forjar una ideología coherente, segura de sí misma y dominadora. Esta búsqueda de la Grand Soir conservadora ignora toda la complejidad de lo real, las invariantes de la naturaleza humana y el peso del mundo. Aquí entra en juego la literatura, que recuerda al hombre su deber de humildad. Al pretender hacer tabla rasa de la realidad que le desagrada (libertad sexual, homoparentalidad, aborto…), una cierta derecha sobreideologizada se une a los erráticos demiurgos de una izquierda cuya idea de ruptura le obsesiona desde la Revolución francesa.
Hablemos claro. Si su paradójica defensa del derecho a la contradicción y su crítica del pavlovismo antiliberal fueran el efecto de una burbuja de aire, la requisitoria ad hominem que hace Vitry a veces roza el antifascismo policial, al que una cierta izquierda está tan apegada. Pero todo pecado tiene misericordia.
Esta juventud intelectual hostil a las consignas de 1968 no ha surgido con el “macronismo”. En la opinión pública, esa ola generacional ya era reconocible. “La juventud es la imagen de la sociedad francesa: muy dividida y diversa”. El 25% de los jóvenes votaron a Mélenchon (Los Insumisos), pero toda una franja de gente que vive en el mismo plano en el seno de la sociedad multicultural está a la espera de los valores de orden”, indica el politólogo Jérôme Fourquet. En la opinión generalizada, en la derecha, la inseguridad cultural engendrada por una inmigración masiva e inasimilada explica, a la vez, la importancia del voto a la Reagrupación Nacional y el repliegue identitario de muchos católicos, cada vez más opuestos al Papa Francisco. Aunque disguste a los antirracistas profesionales, muchos jóvenes adversarios del multiculturalismo, partidarios de una inmigración limitada, cuando no de la remigración, tienen orígenes extranjeros exóticos, franceses de diversas procedencias, desconcertando al bando contrario, como el abogado libertario Nicolas Gardères: "La auténtica renovación de la derecha no está en las ideas, sino en la encarnación. Su discurso alcanza cada vez más el campo político-mediático, encarnado por mujeres, como las portavoces de la Manif pour tous, los homosexuales, como Philippot, u hombres pertenecientes a minorías religiosas, como Zemmour”.
Visto desde la izquierda, el itinerario de Edouard Chanot, periodista y columnista del canal ruso Radio Sputnik, parece incomprensible, tanto que desafía las ideas preconcebidas. Este treintañero franco-filipino ha puesto, en el activo de la derecha cultural, dos grandes victorias semánticas, aportadas especialmente en el frente de la lucha contra el islamismo: “La designación del enemigo y el reconocimiento de facto de la Gran Sustitución" (el reemplazo de la población europea por población inmigrante). La expresión, forjada por Renaud Camus, ha florecido en los medios, aunque sea para denunciarla, si bien Chanot prefiere hablar de la Gran Balcanización, persuadido de que nuestra sociedad se está “comunitarizando” a medida que progresan los flujos migratorios. El reconocimiento de esta situación no es completamente imputable, sin duda, a los intelectuales que confirman este diagnóstico habitualmente. “No son las ideas las que dominan el mundo, sino las circunstancias”, dice el destacado alumno del Institut Iliade, fundado tras el suicidio del ensayista neopagano Dominique Venner, una figura de la derecha radical identitaria. Un cursus honorum que resume los giros de su búsqueda de sentido. “Mis amistades con este movimiento siempre han resultado sorprendentes, pero yo he leído mucho al filósofo Léo Strauss, el cual propone el retorno a los Antiguos”, explica Chanot. Y en el mercado identitario, el Institut Iliade, “por la larga memoria europea”, ofrece una formación clave en torno a la tradición, los mitos de la edad de oro y otras expresiones de una identidad carnal resueltamente völkisch.
En la confluencia del movimiento identitario, del antiliberalismo y del conservadurismo, François Bousquet, redactor-jefe de la revista Éléments y gerente de La Nouvelle Librairie, está encantado de ver cómo se mueven las placas intelectuales. “Es difícil negar que hay una renovación intelectual del conservadurismo que beneficia más a la derecha que a la izquierda, que además está afectada por la crisis de la ideología del progreso”, diagnostica. Para convencerse, basta con echar un vistazo a las portadas de Éléments, publicación de la Nouvelle Droite convertida en revista de referencia en la calle: los intelectuales de izquierdas, Onfray, Gauchet, Julliard, Guilluy, ¡se precipitan sobre sus páginas! Sobre un fondo de antiliberalismo, los editoriales de Alain de Benoist redistribuyen las cartas del juego ideológico. Para la filósofa y analista del discurso político e ideológico, Nathalie Krikorian, “hoy asistimos a una forma de descomposición de las ideologías, especialmente en la izquierda. Lo único que ha permitido a la izquierda francesa sobrevivir, en su aberración revolucionaria e igualitaria, es su discurso inmigracionista y diferencialista de los años 80. Pero hoy se enfrenta a la realidad”. Las ideas circulan de tal forma, tanto a un lado como al otro del campo intelectual, que el derecho a la diferencia, popularizado por la Nueva Derecha, ha sido asumido por el antirracismo mitterrandiano. Es en nombre de este derecho que Bousquet reivindica hoy un elogio de la frontera contra el “aumento de la indiferenciación, de sociedades indiferenciadas derivadas de una nivelación universal”.
Sin embargo, esta joven guardia conservadora está lejos de ocupar todo el espacio de la derecha donde esta ola antiliberal está causando extrañamientos. Con Alexandre de Vitry, jóvenes ensayistas se burlan de la Santísima Trinidad del antiprogresismo, formada por Michéa, Guilluy y Orwell. Junto a Benjamin Demeslay, el redactor-jefe de L'Incorrect, Gabriel Robin, se prepara para la publicación de Non du peuple, un ensayo explícitamente dirigido contra el conservadurismo antiliberal. Robin denuncia la nueva moda de pensamiento de las legiones de la Manif pour tous, cuyo gran libro rojo es La causa del pueblo, de Patrick Buisson: “En el imaginario de la derecha francesa de las décadas 2000 y 2010, la Francia periférica ocupa el lugar del Tercer mundo para la izquierda post-68. Para Buisson, la Manif pour tous será, para la Francia de Johnny, lo que los bolcheviques fueron para los condenados de la Tierra, una élite regenerada llevando sobre sus hombros a un pueblo despreciado”. La derecha cuartomundista existe, todo el mundo puede encontrarla en una librería. Para Robin, Buisson fantasea, con brío y estilo, sobre un pueblo con todas las virtudes conservadoras. Igual que, en el flanco izquierdo, Michéa asocia demasiado mecánicamente a la gente ordinaria con la common decency orwelliana. Hace falta haber olvidado a Céline para creer que la pobreza es virtuosa…
Paradójicamente, la joven derecha liberal está cediendo a la vieja tentación maurrasiana de copiar sus modelos ideológicos sobre las expectativas del “país real”. Así, todos los estudios de opinión confirman un aumento de los valores consumistas e individualistas en la juventud, por otra parte mayoritariamente partidaria del matrimonio y la adopción por parte de homosexuales, en las antípodas de la Manif pour tous. En cuanto a la Francia periférica, tan bien descrita por el geógrafo Christophe Guilluy, sus habitantes sueñan menos con una revuelta popular que con un liberalismo temperado y suavizado por las fronteras. “El francés medio asimila el liberalismo por el hecho de pagar menos impuestos, de trabajar más para ganar más, o de crear una empresa sin demasiadas trabas burocráticas. Esta fue, por otra parte, una de las razones del éxito de Nicolas Sarkozy en 2007”, analiza Gabriel Robin. Esto no significa, de ninguna manera, que el pueblo del campo y de los campanarios esté sólo interesada en el dinero. Numerosos franceses periféricos cederían fácilmente ante las sirenas de un “populismo patrimonial” (Dominique Reynié) capaz de preservar su modo de vida.
La brecha entre la Francia concreta y la visión de algunos intelectuales conservadores también puede explicarse, quizás, por un sesgo sociológico. En lo que queda de la Francia católica burguesa, los sesentayochistas, hijos mimados de la democracia y de la revolución sexual, ejercen un derecho de inventario legítimo, pero a veces inconsecuente, sobre nuestra sociedad liberal. Así, “ninguna doctrina es menos comprendida que el liberalismo”, lamenta el filósofo Raphaël Enthoven: “No se trata de la libertad del zorro en el gallinero. No hay nada peor, a los ojos de un liberal, que un individualismo desenfrenado, que se satisface con la guerra de todos contra todos. Un liberalismo bien comprendido implica la igualdad de oportunidades (sin la cual se distorsiona la competencia es falseada) y el respeto por la ley (que es la misma para todos)”, continúa este republicano de izquierdas. Ahí se encuentra una de las claves de la convergencia entre los antiliberales de los dos lados que se expresan en las columnas de Éléments y de Limite. Haciendo fuego indistintamente sobre el liberalismo, el individualismo y el multiculturalismo, estos teóricos resucitan formas sofisticadas de comunitarismo, sea socialista o cristiano. “Unos quieren poner al maestro de escuela en el centro de la villa, otros al cura”, sonríe Gabriel Robin.
Es en este torbellino ideológico donde Emmanuel Macron edificó su victoria en las elecciones presidenciales. Poniendo a la derecha y a la izquierda contra las cuerdas, Júpiter [así es como llama irónicamente una parte de la prensa a Macron] venció a todos aquellos que pensaban que el desafío identitario era inevitable. Los intelectuales conservadores están, pues, todavía lejos de esta observación, sobre la cual Marion Maréchal creó el ISSEP para formar a los cuadros conservadores del mañana. En la universidad, la hegemonía de la izquierda, moribunda y contestada por todas partes, sigue siendo abrumadora. Lucien Rabouille, profesor universitario, señala: “En términos de masa crítica, hemos sido aplastados. Pero hay falanges de sociólogos e historiadores de Los Insumisos”, desde el Cóllege de France al más modesto instituto de provincias. Un poco como Alexandre de Vitry, que estima que la derecha intelectual va por mal camino inyectándose ideología: “Habría que dejar a la izquierda la pretensión de objetividad. No tenemos armas para batirnos en este terreno”. Ciertamente, pero ¿por qué renunciar al combate político cuando tantos desafíos se plantean a nuestra sociedad? Eugénie Bastié intenta mantener unidos los extremos de la cadena. Escritores, ensayistas y políticos podrían ponerse de acuerdo sobre el reconocimiento de “una forma de incompletud, de modestia frente a la historia, de rechazo a la utopía”, que no dispensa del derecho a tener ideas políticas. ¡A los nuevos húsares corresponde lanzar el guante!
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