Urgente petición urbi et orbi a todos los militantes de la vacuna y a sus adversarios, a sus desertores y a los fugitivos: terminemos de una vez con esta historia de nunca acabar. Lo digo independientemente de las convicciones individuales y de las decisiones sobre la vacuna. Hemos tenido una pandemia, hemos recaído, aún no se ha ido, tememos que vuelva más virulenta. Hace ya dieciocho meses, repito, dieciocho, que hablamos de ello de manera exagerada y obsesiva, que vivimos a la sombra del contagio y de sus remedios. Incluso durante una guerra, excepto en los momentos más trágicos, no se vive bajo una psicosis como lo estamos haciendo con este maldito Covid. En la guerra se convive con las bombas, con las noticias del frente, con los ataques aéreos y los combates. Pero se hacen también otras cosas, la vida continúa. El Covid, en cambio, se ha vuelto crónico, sigue siendo el hecho del día, de cada santo día.
Sabemos que el virus es dañino, ha causado miles de víctimas entre varios millones de personas, ha generado una profilaxis pública y cambios drásticos en la vida cotidiana y se regenera con diferentes variantes; pero, ¡demonios!, ¿no podemos considerarlo un mal con el que convivir, como con el infarto, el cáncer, el derrame cerebral, el alzheimer y otras enfermedades? Tengan en cuenta que no estoy hablando de tomarlo a la ligera, de "bajar la guardia", de resignarse o hacer la vista gorda ante los datos y las noticias; y ni siquiera estoy tomando una posición hostil, minimalista o neutral sobre las vacunas y las medidas con las que nos amenazan continuamente para mantener la Bestia a distancia, sabiendo que su sombra gigantesca se cierne sobre nosotros.
Si el daño real equivale a diez, el que nos hemos hecho al exagerarlo equivale a cien o a mil
No podemos reducir la humanidad a un ir y venir continuo desde y hacia los hospitales, desde y hacia las farmacias y los centros de inoculación de las vacunas, incluso a pesar de toda la información y de ese entretenimiento que desde hace un año y medio nos ha perseguido con esta plaga, amplificándola y dramatizándola. Digamos que si el daño real equivale a diez, el daño que nos hemos hecho al exagerarlo equivale a cien, incluso a mil.
No nos damos cuenta de cuántas otras cosas hay en el cielo y en la tierra, en nuestras vidas y cuerpos, en nuestras almas y mentes que son sacrificadas, apartadas a un lado para hacer sitio al Moloch sanitario y a sus miedos. Cada vez que la humanidad pone un solo tema en el centro de la vida, una sola obsesión y un solo culto al que está prohibido sustraerse, se encapsula, se enrosca, se marchita. Se repliega sobre sí misma, se enrosca tanto en torno a sus pesadillas como a sus entrañas, vive en una burbuja de narcisismo sanitario, último grito del narcisismo; grito de dolor y angustia por el ego en peligro.
Vamos, no podemos vivir así durante más tiempo. Y no podemos, “gracias” a los espectáculos que durante las 24 horas del día muestran a los virólogos-estrella y a las tropas televisivas que los complementan aceptar sin más esta colonización del imaginario y del vocabulario cotidiano. A la larga, la colonización de las mentes se traduce en captación de las gentes, atontadas por un solo tema y reducidas al biomecanismo miedo/salud, amenaza/seguridad. Parece una de esas pruebas que se hacen en laboratorio con cobayas, ratones u otros animales para medir los reflejos condicionados y las reacciones a los estímulos, a las agujas y a las sirenas. Para el experimento sobre la humanidad se utilizan también los colores: el amarillo, naranja y rojo en las zonas prohibidas, el verde del pasaporte Covid, el blanco de la salvación o de la bata de los sanitarios.
Incluso suponiendo que toda la campaña sanitaria sea necesaria e inevitable, y que todos los procedimientos consiguientes lo sean igualmente, me pregunto: ¿por qué tras dieciocho meses, repito, dieciocho, no podemos desmantelar o al menos reducir lo inducido, los sistemas agregados y derivados, el “adiestramiento” permanente, la movilización ético-litúrgica, ideológico-sanitaria, el énfasis mediático-cultural, el relato global incesante?
La monotonía mata más que nada, la reducción del hombre a una sola dimensión, lo decía Herbert Marcuse, es la peor alienación y esclavitud. De una persona ya no se dicen las cualidades y los defectos, la profesión y las pasiones, las amistades y los amores; se juzga sólo si está vacunado o no, si apoya o no las inoculaciones, si tiene el pasaporte Covid o lo adquirió en el mercado negro, si es creyente, ateo o agnóstico de la vacuna. Y subsidiariamente, si es partidario o no de vacunar a adolescentes y niños, considerándolo, por razones opuestas, que es un Herodes si quiere vacunar también a los menores o si quiere sustraerlos al bautismo serológico. También la filosofía se pronuncia y se divide sólo sobre la cuestión sanitaria y desplaza a ese terreno cuestiones como la libertad y la democracia, la razón y la ética, la fe o la sepsis. Hace tiempo que intento en vano escribir sobre otros temas y si a veces vuelvo sobre el Tema, como hoy, asumo mi parte de culpa.
Hablemos de otra cosa, por favor, hagamos otra cosa, tal vez mientras observamos las normas sanitarias, incluida la vacuna. Pero ahorrémonos dividirnos y entretenernos siempre y sólo con lo mismo. Usted ofrece el brazo para la vacuna y se toman todo el cuerpo, cabeza incluida. Hay una sobredosis global de literatura, psicología y sociología basada en el contagio. Estaría bien que en los medios de comunicación la página sanitaria volviera a ser una más dentro del periódico y no el periódico entero, montado como un hospital de campaña. Hay periódicos-ambulancia, se venden ya no en copias sino en frascos...
Además, ya que hemos estado hablando de esto durante tanto tiempo sin llegar a ningún consenso y sin ver una salida, ¿no sería ya hora de un poco de silencio por parte de la prensa, o al menos la sordera, como se hace durante las negociaciones con los secuestradores en los secuestros? Así, quizá los profesionales tengan menos distracciones y trabajen mejor, sin perturbaciones; la gente ya se preocupa sin necesidad de tanto parloteo, sentimentalismos y obsesiones colectivas; al virus le da igual estar siempre expuesto y ser el protagonista día tras día. Y así el mundo empieza de nuevo a vivir, pensar, rezar, soñar, disfrutar, sufrir y morir por otras cosas. ¡No fuimos hechos para vivir como topos!
© La Verità
Traducción: Cecilia Herrero Camilleri
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