La humanidad se acabará por exceso de humanidad

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Ocho mil millones, somos ya 8.000.000.000 de personas en la Tierra. Cuando yo nací, y les aseguro que no fue hace mil años, la población de la tierra era un tercio de la actual. Ahora estamos galopando hacia los ocho mil millones y hay una verdadera preocupación. Pensamos en Omicron y en las vacunas, en Ucrania y en el Quirinal, y sin embargo hay un enorme problema que concierne a todo el mundo, pero aún más grande es la indiferencia general, la desatención global.

Teniendo en cuenta el crecimiento exponencial, el crecimiento anormal de la humanidad es la mayor amenaza para la humanidad, peor que la contaminación, las deudas, los conflictos, todos los peligros y las pandemias juntos. Y duele asociar el riesgo de colapso del planeta con la tasa de natalidad y las nuevas vidas que florecen en el mundo. Con la paradoja adicional de que el planeta se hincha mientras Italia, y con ella Europa, cae en un estado de subnatalidad y necesitaría más niños para darse una perspectiva de futuro. Se necesitarían dos políticas demográficas opuestas, una para fomentar la desnatalidad en el mundo y otra para aumentar la natalidad en Italia y en Europa.

La Tierra, lanzada en un loco crecimiento, no puede soportar el peso de tantos habitantes

La Tierra, lanzada en un loco crecimiento, no puede soportar el peso de tantos habitantes. Todos esperamos que las condiciones de vida mejoren para la humanidad y para los más pobres que siguen dando a luz; pero el agotamiento de los recursos y la contaminación global debida a la superpoblación son ahora una amenaza letal para todos. Si siguiera creciendo el número de consumidores y el nivel de vida se extendiera a los miles de millones de pobres de África y Asia, sería una catástrofe; es inútil encontrar palabras más suaves e hipócritas para decirlo. Y es demagógico trasladar el problema de la superpoblación a la redistribución de la riqueza, como hace Bergoglio, creyendo que la solución es cargar a la minoría rica con el peso creciente de las necesidades mundiales de la mayoría sumida en la pobreza.

Por todas partes, observo falta de reflexión y miradas distraídas sobre este alarmante hecho numérico. Cuando hace unos días se anunció en los telediarios que habíamos superado el umbral de los ocho mil millones, la noticia quedó relegada a un segundo plano, entre un mohín y un cambio de imagen, para pasar un momento después a relatar noticias mínimas o fútiles, como si la cosa no mereciera más reflexión que una apresurada referencia estadística, casi una extraña curiosidad del tipo "¿Sabía usted eso?" Y como si, al final, no nos preocupara. En cambio, es la noticia por excelencia, que pone en peligro cualquier otra proyección de futuro y pone en juego la existencia en el planeta.

Ni siquiera sirve la cruel hipótesis consiguiente, aireada por algunos, de acelerar la muerte de la población anciana, quizá incluso utilizando pandemias tan inhumanas como feroces: porque por cada anciano hay siete que no lo son, y por un anciano que muere llegan tres en su lugar. Las poblaciones ancianas son una minoría en el planeta en comparación con las poblaciones jóvenes o infantiles.

El único remedio, guste o no, es el control de la natalidad. Pero no podemos esperar que los estados y las autoridades locales lo hagan por iniciativa propia, y todos al mismo tiempo, con la misma eficacia, en todo el planeta. Nos horroriza la idea de la planificación de la natalidad y, sin embargo, necesitaríamos un organismo internacional, una superpotencia, un imperio universal con la fuerza, la capacidad y la visión de futuro necesarias para regular los nacimientos, para condicionar la ayuda a la contención drástica de las cunas.

Incluso las hipótesis más futuristas, como la colonización del espacio, yendo a poblar otros planetas y galaxias, son técnicamente impracticables y, en todo caso, es logísticamente inviable efectuar traslados masivos de esa envergadura; es inimaginable deportar a miles de millones de habitantes de la Tierra, transportarlos fuera del mundo, en inmensas naves espaciales o en un puente permanente o en una cinta transportadora mágica... Es imposible, además de que es inadmisible la violencia, la expatriación forzosa del planeta, el éxodo forzoso que ello implicaría.

No nos queda más remedio que un estricto control de la natalidad, su drástica limitación. Si ello no se acepta, sólo queda el fatalismo, hacer frente a la explosión demográfica del planeta, al consumo letal de aire, agua, alimentos, energía, y luego, que pase lo que Dios quiera.

O, de forma más egoísta, pensar que, mientras tanto, lo estamos haciendo bien, considerando todas las cosas, y que el big bang no se producirá de un día para otro. La posteridad se encargará de la posteridad.

No se ve ni una sola pizca de Greta dando la alarma en el mundo e instando a los poderosos de la tierra a remediar la situación, o al menos a aplicar políticas planetarias eficaces. Incluso el papa guarda silencio al respecto. No hay marchas, ni movilizaciones, ni protocolos globales eficaces, como si se tratara de un capricho estadístico sin importancia. ¿Qué vamos a hacer? ¿Dejarnos asfixiar por la sobredosis de humanidad que hay en el planeta, cubriéndolo con una venda humanitaria para que el final sea más suave? No estoy sembrando el pánico ni siendo apocalíptico: esas cifras no son discutibles, y el impacto de esas cifras crecientes en el planeta será inevitablemente devastador y relativamente rápido, incluso si adoptáramos comportamientos juiciosos en la bebida, la alimentación, el deporte y el reciclaje, viviendo de forma ecosostenible: la tierra no puede soportar semejante superpoblación, hay que remediarlo de raíz. Para salvar a la humanidad, debemos limitar el número. Son sólo palabras al viento que confirman una fea verdad: las inteligencias individuales, acumuladas en gran número, forman una inmensa estupidez.

© La Verità

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