La corrupción de los medios

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Los guardianes de la libertad es el título en español de un libro que Noam Chomsky, junto con Edward S. Herman, publicó en 1988. El título original de la obra es Manufacturing Consent. The Political Economy of tne Mass Media, mucho más ajustado a su contenido, pero más prosaico.

Noam Chomsky no necesita ser presentado. Desde hace varias décadas es uno de los intelectuales más relevantes del mundo. El periodista de The New York Times, Paul Robinson, en 1979, dijo de él: “judged in terms of the power, range, novelty and influence of his thought, he is arguably the most important intelectual alive today”.[1] Aunque sigue siendo profesor emérito de lingüística del MIT y uno de los referentes indiscutibles de esta ciencia, también ha escrito sobre filosofía y política. Recientemente, ha vuelto a atraer la atención del público por dos motivos: sus orígenes ucranianos y porque fue uno de los más conocidos firmantes de “A Letter on Justice and Open Debate” que publicó Harper’s Magazine en julio de 2020. En mi opinión, este último documento es uno de los más importantes que se ha escrito durante los últimos años en favor de la libertad de expresión y en contra de la corrección política. No porque en él se afirmen cosas que no se supieran antes, sino porque lo firman destacados referentes del pensamiento izquierdista.

Cuando Chomsky y Herman publicaron Manufacturing Consent. The Political Economy of tne Mass Media lo hicieron contra la Administración Reagan y contra los medios de comunicación que entonces supuestamente controlaban la opinión pública. Obviamente, este libro contribuyó a que Chomsky alcanzase un alto reconocimiento entre los movimientos de izquierdas y a incrementar su fama de activista político. La tesis principal del libro es que los medios de comunicación de masas actúan como un sistema de transmisión de mensajes y símbolos para el ciudadano medio. Su función es la de divertir, entretener e informar, “así como inculcar a los individuos los valores creencias y códigos de comportamiento que les harán integrarse en las estructuras institucionales de la sociedad”. No obstante, así como la primera función de “divertir, entretener e informar” suele ser reconocida expresamente por tales medios, la segunda, que consiste en adoctrinar o inculcar a los ciudadanos valores, creencias y códigos de conducta (la corrección política del momento), es negada en base a un pretendido objetivismo e imparcialidad de los medios de comunicación generales.

Que lo nieguen no significa necesariamente que estén mintiendo de forma intencionada, porque, como sostiene Chomsky, “el dominio de los medios de comunicación por parte de le elite, y la marginación de la disidencia que se deriva de la actuación de los filtros utilizados por los propios medios, se realiza de una manera tan natural que la gente que trabaja en dichos medios, y que con frecuencia actúa con absoluta integridad y buena voluntad, son capaces de autoconvencerse de que eligen e interpretan las noticias de una manera objetiva y profesional”. Así pues, ni siquiera algunos periodistas honrados y serios se dan cuenta de que están eludiendo o postergando cierta información u opiniones, porque la atmósfera en que trabajan está imbuida de los valores y códigos de conducta que el sistema en su conjunto trata de imponer. Sin embargo, por desgracia, no es ésta la única realidad, porque también hay muchas personas que dirigen y trabajan en los medios de comunicación que son plenamente conscientes y partidarios de imponer un determinado sesgo a la sociedad, ya sea porque son simples mercenarios que hacen todo lo que se les manda o simplemente comparten la ideología del medio.

Además de lo dicho hasta ahora, hay otras ideas que merecen ser destacadas del libro de Chomsky y Herman. Una de ellas es la labor de propaganda que realizan los medios de comunicación. Señalan los autores que “no es nuestra intención afirmar que los medios de comunicación tan sólo se ocupan de la propaganda, pero creemos que la actividad propagandística es uno de los aspectos más relevantes de su cometido”. Manufacturing consent no sólo es parte del título original del libro de Chomsky y de su compañero, sino que, según la opinión de uno de los autores clásicos en esta materia, Walter Lippmann, constituye la principal función de la propaganda. Por consiguiente, siguiendo a Lippmann, Chomsky y Herman, tanto si se admite (y son conscientes) como si no, la propaganda es la función más importante que realizan los medios de comunicación. Lo que ocurre es que lo hacen al tiempo que dicen que sólo “entretienen, divierten e informan”. Obviamente, como sostiene Jacques Ellul, relevante sociólogo francés, “el propagandista no puede revelar las auténticas intenciones de aquel a cuyas órdenes trabaja […]. Por el contrario, la propaganda debe enmascarar su auténtica intención”.

La autocensura es otro factor importante. Hay dos niveles de autocensura: la que el profesional se aplica a sí mismo y la que ejerce interiormente el director del medio. Como advierte Chomsky, “no hace falta que el director de un periódico o de cualquier otro medio censure a ningún periodista para que éste cumpla las directrices impuestas por los propietarios y por otros centros de poder, tanto del mercado como gubernamentales; sin embargo, si el periodista se distrae, para eso está ese director, puesto ahí precisamente para que se cumplan aquellas directrices”. No resulta fácil descubrir la tendenciosidad de los medios, como señala el propio Chomsky. Para ello “se necesita una macrovisión, y también una microvisión (asunto por asunto), de las actuaciones de los medios para percibir la pauta de manipulación y sesgo sistemático”.

Finalmente, no se debe olvidar el principio de afinidad burocrática. Siguiendo a Mark Fishmann, autor de otro libro interesante sobre la materia, Manufacturing the News, de 1980, “sólo otras burocracias pueden satisfacer las necesidades iniciales de una burocracia informativa”. Los medios precisan noticias. El gobierno es la principal fuente de información. Resulta razonable, pues, que los medios se sientan en deuda con quien les provee de la mayor parte de las noticias y, por ello, actúen frente al poder con condescendencia. Los periodistas necesitan mantener una buena sintonía con quienes ostentan el poder, pues de lo contrario se les cerrarían las fuentes de información y no podrían realizar su trabajo.

Así pues, ¿quiénes son actualmente los verdaderos guardianes de la libertad? Obviamente, no los medios de comunicación, controlados por las oligarquías globalistas y por los gobiernos que también se pliegan, como reconoce Georges Soros, a la única soberanía real, que es la de los mercados. Únicamente los medios independientes que defienden la nación, los derechos y la verdadera soberanía de los pueblos son los auténticos guardianes de la libertad. Tiene razón el primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, cuando afirma que para salvaguardar la democracia es necesario contrarrestar el adoctrinamiento de los medios de comunicación. Un pueblo manipulado y adormecido nunca podrá ser libre. No hace falta leer a Chomsky para darse cuenta de hasta dónde puede llegar la tendenciosidad de los medios: basta con analizar cuál fue y sigue siendo su comportamiento en relación con la pandemia del coronavirus o cuál es su actitud respecto de un fenómeno tan generalizado como es la corrección política; pero está bien que Chomsky nos lo recuerde.

Enhorabuena a EL MANIFIESTO y a quien lo dirige por haber sabido y querido luchar y resistir durante veinte años. Verdadero guardián de la libertad y del espíritu.

Juanma Badenas es catedrático de Derecho civil de la Universidad Jaume
I y miembro de la Real Academia de Ciencias de Ciencias de Ultramar de Bélgica.
Su último libro es “Contra la corrección política” (Ediciones Insólitas).

[1] Si se le juzga por el poder, el alcance, la novedad y la influencia de su pensamiento, se puede decir que es el intelectual vivo más importante de la actualidad. [N. de la R.]

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