Imagen de esa impostura denominada "arte" y de esa impostora denominada "artista".

Mear

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Esta semana volvía al mentidero de las redes la “artista” Itziar Okariz, y, de nuevo, por su Mear en espacios públicos o privados (una performance donde hace lo que promete). En esta ocasión, la obra será presentada como parte de la participación española en la 58ª Bienal de Venecia. Itziar no pretende hacer aguas menores en la ciudad de los canales; sólo se expondrá una antología, a base de fotos y vídeos, de sus meadas más memorables. Seguro que está la del puente de Brooklyn en 2002. Aquélla, además de cosmopolita, le salió francamente bien: corta –lo breve siempre es conveniente–, pero torrencial, fogosa. Llegó allí, se remangó el vestido y, metiendo riñones, liberó un chorro que, de tanta impetuosidad, no hizo distingos entre el suelo y los zapatos de la propia “artista”. Un talento tan incontenible como incontrolable. 

La obra surge para luchar contra la discriminación sexual en la arquitectura: "la mujer se ve obligada a orinar sentada en cabinas independientes".

Al parecer, según leo en Arte a un click, la idea de la obra surge con intención de luchar contra la discriminación sexual en la arquitectura: “la mujer se ve obligada a orinar sentada en cabinas independientes y protegida de la mirada pública, y el hombre de pie, de manera colectiva, como un rito masculino que genera vínculos sociales”. Lamentablemente ahí se equivoca, quizás porque no ha frecuentado mucho los baños masculinos. Supongo que los imagina como una fiesta de confraternización. Pensará que nos ponemos a palmear amistosamente la espalda de los meantes o que incluso abrimos la puerta de los váteres para jalear a quienes andan en menesteres más laboriosos.

No es así. Sería bonito, entrañable incluso, pero no es así. Puede que en el origen hubiera un complot arquitectónico para afianzar los lazos masculinos, pero eso se fue al garete hace ya mucho tiempo; de hecho, nuestros esfuerzos van encaminados en sentido contrario. Imaginemos un baño público con tres urinarios. Si alguien entra y encuentra todos libres, su deber es ponerse en alguno de los extremos para que, si llega otro apremiado por la naturaleza, pueda dejar uno por medio. Si no lo hiciera, si pudiendo elegir el más lejano, optara por mear hombro con hombro, se consideraría, en contra de lo que Itziar supone, algo maleducado, intrusivo, incluso sospechoso. No, no somos tan colectivos como imagina a la hora de aliviar.

Diría más. Según mi corta experiencia, es más bien la mujer la que colectiviza los viajes al baño. En rara ocasión ha ido alguna de ellas al excusado sin solicitar el auxilio de otra camarada. Por el contrario, si un hombre declara su intención y otro se ofrece a compartir el trance, suelen surgir comentarios hirientes y sarcásticos, del tipo: ¿vienes a sujetármela o qué? En definitiva, los objetivos de Mear en espacios públicos o privados están completamente confundidos. Y es una pena, porque una performance tan sugerente queda algo recortada al errar el tiro. Es lo que tiene el "arte": pierde cuando se explica. De todas formas, pobre la obra que no consigue sino lo que el autor pretende. Puede que éste sea el caso. Puede que estemos ante una de esas creaciones que sorprenden al propio autor. También a mí me pasa a veces, sobre todo cuando como espárragos.

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