El enano y la bola

La moral del esclavo nos circunda. Una manifestación de ello y de cómo la fealdad, en sus más variadas manifestaciones, trata de imponerse es la retransmisión de los Juegos Paralímpicos.

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Confieso que prácticamente no veo la televisión, apenas escucho la radio y leo los periódicos de forma muy selectiva; pues resulta difícil leer algo interesante. El refrito se ha convertido en el género periodístico más abundante.

La política también se ha vuelto aburrida porque tenemos la casta gremio-política más plasta de la historia de España. No es sólo una cuestión de falta de capacidad intelectual (que es evidente), sino de ramplonería. Estos políticos, empezando por los del PSOE y del PP y siguiendo con los de Podemos, parecen sacados de una fábrica de recauchutados. Nuestros partidos hace tiempo que se convirtieron en recicladores de seminuevos.

Por ejemplo, ves al señor Casado y piensas que es un político joven, que apenas lleva tres años como presidente del Partido Popular. Sin embargo, te fijas un poco, le rascas la barba y enseguida te das cuenta de que es el mismísimo Rajoy y, si frotas todavía más, encuentras el sempiterno bigote de Aznar (que siempre está ahí, aunque se lo haya afeitado). Lo mismo sucede con Sánchez, pues si te acercas descubres que debajo de él sigue estando Zapatero, un muñeco articulado, mentiroso, incongruente, corto de entendederas, pero con una gran ambición.

Tener estos políticos es como conducir un utilitario vulgar, de segunda mano, al que simplemente han echado encima una mano de pintura. En la prensa ocurre algo parecido, muchos columnistas tratan de imitar a algunos grandes de la transición, pero con poco éxito. Salvo honrosas excepciones, la originalidad se ha convertido en un fruto bastante escaso, tanto en la política como en el periodismo (casi todos hacen y dicen lo mismo).

Menos mal que en El Manifiesto se pueden leer artículos que no serían publicados en otros periódicos.

La moral del esclavo nos circunda. Una manifestación de ello y de cómo la fealdad, en sus más variadas manifestaciones, trata de imponerse es la retransmisión de los Juegos Paralímpicos.

Unos tullidos corriendo o un enano tratando de lanzar una bola todo lo más lejos que pueda, en cualquier otro tiempo, habrían sido considerados espectáculos de feria. Querrán hacernos creer que no es así, que es posible hallar cierta belleza moral en la deformidad; pero no, ver al enano lanzando la bola no deja de ser un espectáculo grotesco y digno de conmiseración.

No pongo en duda el derecho e incluso la obligación de todo hombre de tratar de superarse e incluso traspasar sus propias limitaciones físicas o psíquicas. Pero una cosa es superarse y otra convertir la desgracia en un show. A estas pobres gentes, merecedoras del máximo respeto y admiración, los han convertido en parte del espectáculo, aunque sea de una manera sórdida. Estoy seguro de que los atletas paralímpicos en su vida diaria no hacen exhibición de sus carencias. Pienso que muchos de ellos, precisamente por su espíritu de superación, hacen todo lo posible para que su vida se aproxime a la del resto de sus conciudadanos. Esto es un hecho que les honra y que demuestra que su mentalidad es aristocrática y no se corresponde con la moral del esclavo, que diría Nietzsche.

Quienes poseen mentalidad de esclavo quieren que se les reverencie por su mísera condición, las víctimas. A mi juicio, no es la intención de quienes participan en los Juegos Paralímpicos. Sin embargo, parece como si alguien quisiera que así lo pensásemos.

Los Juegos Paralímpicos nada tienen que ver con olimpismo clásico y moderno. En la Grecia clásica, el culto al cuerpo formaba parte de los aspectos que se debían tener en cuenta en la práctica del deporte. Muestra de ello son el Discóbolo de Mirón y el Apoxiomenos de Lisipo. Apostillando este principio, en 1894, Pierre de Coubertin fundó el olimpismo moderno. Por ello, en la Carta Olímpica se puede leer: “(el olimpismo) es una filosofía de vida que exalta y combina en un conjunto armónico las cualidades del cuerpo, la voluntad y el espíritu”. Verdaderamente, resulta muy difícil encontrar armonía en un cuerpo deforme o mutilado, por mucha admiración que nos produzca quien hace de la superación el signo de su vida.

No discuto que el Paralimpismo tuvo sus orígenes en un propósito loable. Un médico huido de la Alemania nazi organizó una competición deportiva para veteranos de la Segunda Guerra Mundial, con lesión medular. Acontecimiento que coincidió con los primeros Juegos Olímpicos de verano celebrados en Londres, en 1948.

Pero una cosa es la práctica paralímpica y otra el exhibicionismo deforme y antiestético. Los deportistas paralímpicos merecen respeto. ¿Alguien se imagina que se retransmitiera por televisión un concurso de matemáticas o un Pasapalabra en el que los participantes fueran deficientes mentales? Pues una vez invitaron a un disminuido psíquico a un programa de Crónicas Marcianas, donde Xavier Sardá y compañía lo sometieron a escarnio delante de los televidentes, en horario de máxima audiencia. De este hecho ha quedado constancia en las sentencias de los tribunales, que es de donde he sacado la información.

Volviendo a los paralímpicos, en una prueba de atletismo vi rebasar la meta a un amputado de la pierna derecha. Las lágrimas y la contracción de los músculos de su cara no mostraban alegría ni orgullo, sino la remembranza de mucha amargura y sufrimiento. Nadie tiene derecho a contemplar esto. Ese momento era suyo y nada más que suyo. Me parece obscena esta exhibición de los muñecos rotos, más propia de un modelo circense abandonado que de una sociedad civilizada.

Juanma Badenas es catedrático de Derecho civil de la UJI y ensayista.
Su último libro es Contra la Corrección política. Por una nueva moral (Ediciones Insólitas 2021).

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