¡Conservadores, todos a una!

Es de todo punto necesario aunar unar posiciones en torno al conservadurismo.

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Esta semana, The European Conservative publicó un interesante artículo titulado: “An Open Letter Responding to the NatCon Statement of Principles”. Este texto, tal y como se deduce de su título, es la respuesta de un importante grupo plurinacional de intelectuales conservadores a un manifiesto dado a conocer por otro importante grupo de pensadores y académicos, también conservadores, en The European Conservative y en The American Conservative, durante el mes de junio.

El texto criticado por el primer grupo fue, en parte, una secuela de algunas de las conclusiones obtenidas en la Conferencia internacional que la organización National Conservatism celebró en Bruselas, los días 23 y 24 de marzo de este año, con el apoyo de la Fundación Edmund Burke, en la que intervinieron como ponentes algunos de los autores incluidos en el segundo grupo.

Dos son mis propósitos al escribir este artículo: el primero, informar, aunque sea brevemente, al lector interesado en este tipo de cuestiones sobre el estado del movimiento conservador en Europa y América; y, el segundo, poner de manifiesto la necesidad de aunar posiciones en torno al conservadurismo, porque el debate al que me estoy refiriendo no se limita a una discusión entre intelectuales sesudos, sino que afecta a ras de tierra a todos los patriotas de Occidente.

Sin ir más lejos, es posible discernir ambas posiciones entre los que asistimos semanalmente a una minúscula tertulia local valenciana; y me imagino que igual sucede en otras repartidas por el resto de España y de Europa. Del mismo modo, en Vox, y en otros movimientos patrióticos, se perciben también ambas formas de concebir y vivir el conservadurismo.

Como es lógico, el conservadurismo (al cual también se le podría llamar patriotismo ideológico) no tiene nada que ver con la derechita cobarde ni con la pseudo derecha reformista. Ni, por supuesto, con el sarkozyismo, el aznarismo, el rajoyismo, el feijooismo, ni otros movimientos del mismo pelaje espurio, como el actual de los tories en Gran Bretaña. Cito especialmente a estos últimos, porque las dos únicas rarezas que quedan en Occidente respecto de la derecha son la de España y el Reino Unido, países donde todavía existe un partido de pseudo derecha que recibe votos de derechistas (despistados o confundidos). Esta anomalía habría que hacerla desaparecer lo antes posible porque, como sabemos, contribuye a la desintegración de los pueblos, por medio del globalismo. Tema que merece otro artículo incluso más largo que este.

Por tanto, el presente debate que incumbe al conservadurismo no es el que distingue entre derecha reformista y auténtico conservadurismo; pues, sólo el segundo se funda en los principios y tradiciones de los pueblos (observe el lector que, hasta el momento, he omitido el término nación). Como veremos a continuación, el punto en el que nos encontramos hoy los conservadores tiene que ver, entre otras cosas, con la posición que ocupa la nación en la defensa de los valores, tradiciones y forma de ser de los pueblos.

Para un importante grupo de patriotas, pongamos que los que estarían representados por los firmantes del artículo motivo de mi comentario (y que critican la posición del segundo grupo, reunidos en torno a la Fundación Edmund Burke y la organización internacional National Conservatism), el conservadurismo debe apoyarse en el principio de subsidiariedad y en las unidades naturales (little platoons) a través de las cuales se agrupan los individuos. Tales unidades son, según ellos, la familia, el barrio, la congregación, la ciudad, —también la nación, obviamente—, e incluso las comunidades que sobrepasan las fronteras de los Estados. Pero no debe apoyarse sólo y exclusivamente en la nación. Destaco estas palabras porque más tarde me serán útiles en mi argumentación. Significativamente, los citados conservadores culpan a los Estados-nación del imperialismo globalista y capitalista que amenaza con destruir definitivamente nuestra vida social y espiritual.

Esta posición es muy interesante y, hasta cierto punto, es compartida con los neoderechistas franceses y otras variantes del conservadurismo euro-asiático (tema que también merecería otro artículo aparte y sobre el que tienen mucho que decir Portella, Sertorio y otros importantes escritores de El Manifiesto). Sin embargo, no veo tantas diferencias entre las ideas de uno y otro grupo de conservadores.

En mi opinión, en el conservadurismo o patriotismo ideológico actual conviven dos almas que se separan en la medida que consideran de manera diferente las revoluciones del siglo XVIII y la Ilustración. Si me lo permiten, seguidamente lo explicaré.

Para los conservadores comunitaristas o partidarios del principio de subsidiariedad (que significa que lo que pueda hacerse en las comunidades pequeñas no hace falta que sea asumido por otras más grandes o centralizadas), la Ilustración y las revoluciones que se inspiraron en ella, especialmente la francesa de 1789, son el fundamento de una ideología perniciosa de la que se han derivado los males que ahora tiene que soportar Occidente. Los que así piensan comparten el argumentario de dos de los padres del conservadurismo moderno, Burke y Donoso Cortés, lo cual les honra. Sin embargo, aunque estoy de acuerdo con ellos, pienso que no deberíamos demonizar todo lo que tiene que ver con la Ilustración y sus revoluciones.

Tal ideología perniciosa, como el lector ya habrá adivinado, es el liberalismo. La única que, por haber sido capaz de sobrevivir al fascismo y al comunismo, se ha convertido en hegemónica y portadora del pensamiento totalizador. El globalismo y la corrección política son hijos del capitalismo desbocado y del individualismo que la desestructuración social ha traído consigo; si bien, es cierto también que el individualismo y la desestructuración social se retroalimentan, lo cual conduce a una especie de espiral diabólica que en algún momento será necesario cortar. Sobre estas cuestiones, la mayoría de los conservadores estamos bastante de acuerdo.

Sin embargo, tampoco podemos negar que la Ilustración y sus revoluciones facilitaron el progreso en las ciencias, la economía, la política y el Derecho. Por eso, pienso que no deberíamos demonizarlas completamente. Las Constituciones de finales del siglo XVIII y del XIX fueron las que sentaron las bases de los derechos inalienables de los ciudadanos y de la separación de poderes, sin las cuales estaríamos sometidos a la tiranía de la oligarquía y, sobre todo, del Estado. Quede claro que si no hubiera habido Ilustración ni tales revoluciones no habría Estado de Derecho, pero sí que habría Estado. Porque el Estado no es hijo de la Ilustración ni de sus revoluciones, sino del absolutismo. Aunque también es verdad que hay algunos grupos de conservadores, no muy numerosos, que no le harían ascos a un retorno a la forma de Estado que simbolizó Luis XIV en Francia. 

Por tanto, los Estados-nación ni son hijos de la Revolución francesa ni de la americana, ni su existencia se inspira en las ideas de los pensadores ilustrados. Por consiguiente, la nación no es una comunidad artificial creada ni auspiciada por el liberalismo, sino algo con lo que históricamente tenemos que contar, tanto si nos gusta mucho, poco o casi nada.

Esta es la posición en la que pienso que se encuentran los conservadores de segundo grado, que podrían ser aquellos que, sin dejar de creer en los fundamentos políticos, morales, filosóficos y espirituales del conservadurismo de primer grado, consideran que la nación es el tipo de organización por medio de la cual se establecen las garantías necesarias para que tanto las comunidades grandes como las pequeñas permitan a los hombres desarrollarse conforme a su naturaleza social y espiritual.

Los nacional-conservadores, a los que aquí estoy llamando conservadores de segundo grado, reconocen que las naciones mal dirigidas, dejándose llevar por el capitalismo debocado, antes aludido, nos han conducido a la tiranía de las elites sobre los pueblos. Justo lo contrario de lo que los ilustrados y los revolucionarios pretendían. La Unión Europea podría ser una buena muestra de cómo las oligarquías consiguen imponer sus criterios y su política sobre los pueblos. Esto horrorizaría, entre otros muchos pensadores ilustrados o postilustrados, a Hegel, que creía firmemente en el espíritu y el destino del pueblo, manifestado por medio de cada una de las naciones.

Sin embargo, resulta difícil pensar que los hombres, organizados sobre la base de las ciudades --o todo lo más de pequeñas regiones-- sean capaces de contrarrestar el poder oligárquico de las élites globales. La ley es el único instrumento por el cual los de arriba y los de abajo se encuentran sometidos a las mismas reglas. Sin embargo, para que haya Derecho hacen falta fronteras y territorios en los que una masa suficiente de individuos pueda ser —al menos, parcialmente— autosuficiente. Si en un mundo y una economía globales como los actuales resulta difícil, o casi imposible, que una nación pueda ser dueña de su destino, ¿alguien imagina que lo puedan ser las ciudades, las comarcas, las regiones y otras organizaciones comunitarias más pequeñas que una nación? Las naciones demasiado pequeñas tampoco pueden ser independientes porque, aunque intenten disfrazarse de nación, realmente no son más que simples regiones. Que los independentistas catalanes y vascos se apliquen el cuento.

Llegados a este punto, únicamente me resta decir que el concepto de nación nunca debería ser una barrera que sirva para dividir a los patriotas o conservadores.

La nación permite y protege comunidades más grandes y pequeñas respecto de ella. Los patriotas y los conservadores no somos nacionalistas. Simplemente pensamos que la nación, mientras no se demuestre lo contrario, es el mejor ecosistema jurídico y político mediante el que los pueblos pueden desarrollar su espíritu y sus tradiciones. La amistad, la compasión y el amor, por supuesto que no son fundamentos extraños al conservadurismo, aunque los autores del artículo objeto de este comentario (los conservadores de primer grado) los echen en falta en el manifiesto de los otros conservadores (de segundo grado), agrupados en torno al National Conservatism. Simplemente, lo que ocurre es que en un texto de un par de páginas siempre puede haber omisiones. Los conservadores sentimos fraternidad y camaradería respecto de nuestros compatriotas, compasión por nuestros semejantes, y amamos nuestro pueblo y nuestra patria como algo sagrado.

Como dije, la nación no es incompatible con la familia, el gremio, la corporación, las congregaciones, la ciudad, las entidades culturales e históricas supranacionales y cualesquiera otras que nazcan de la naturaleza y de la libertad de las personas.

Los conservadores debemos permanecer unidos. Como ya sabemos, lo que se está derrumbando no son sólo nuestras comunidades nacionales, municipales, regionales, profesionales, religiosas, culturales y familiares, ¡es nuestra civilización! Un modo de vida que, con sus enormes defectos (toda obra humana es imperfecta), ha permitido durante siglos que el paso por la Tierra de las personas fuese mejor, gracias a la moral y los principios que se han transmitido de generación en generación.

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