Un punk conservador español

"Si no tomamos el poder pronto (democráticamente) será demasiado tarde. Por eso soy punk."

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“Más vale ser punk que maricón de playa” es el estribillo de la letra de una canción de Siniestro Total del año 1983. En ella también se dice que “a Bryan Ferri le huele el aliento”. Para el letrista del grupo de punk-rock el líder de Roxi Music era un lechuguino, un “pichifloji”, expresión que utiliza Juan Abreu en su Eros y Política, libro punk e irreverente. Porque un “maricón de playa” no es un gay o un mariquita, sino un acomplejado y un sumiso que no sabe navegar contra la corriente, cosa que no nos sucede a los que vamos bien dotados.

El 11 de marzo de 2021, Enrique García-Máiquez, prologuista de Cómo ser conservador, de Roger Scruton, publicó en la revista El Centinela un artículo titulado Chesterton es el nuevo punk, partiendo del hecho de que tal revista había puesto a la venta unas tazas con la imagen del escritor y periodista inglés en las que aparecía impresa la frase “Ser conservador es el nuevo punk”. Un mes después, una web llamada Veatrix Atellier editó un video en el que se entrevistó a Ignacio Peyró, escritor afincado en Londres, aficionado a temas culturales y estéticos, titulado ¿El Conservadurismo es el nuevo punk? ¡Yo no quiero ser punk! Donde, como su propio título indica, el entrevistado, reconociéndose conservador, abominaba de tal calificación.

Jorge Vilches, periodista de La Razón, sostiene que Francisco Umbral fue quien ligó por primera vez los conceptos de derecha y punk en una tribuna de El País, publicada en 1978. Sin embargo, no nos sirve de antecedente por ser un hallazgo casual y despectivo que utilizó el columnista y novelista vallisoletano para desacreditar a los partidos que por aquel entonces estaban a la derecha de la UCD. O, a lo mejor, sí nos sirve; por si acaso, lo dejo caer.

El 11 de mayo de 2018 podemos encontrar un hilo en Forocoches donde alguien pide que se le explique qué significa eso de que el conservadurismo se ha convertido en el nuevo punk. Así pues, parece que el sintagma “conservadurismo punk” ha ganado suficiente fama, hasta el punto de que me pidieron que diera una conferencia sobre ello, motivo por el cual escribo este artículo.

Dejando aparte la ocurrencia de Umbral, ¿de dónde arranca realmente la conexión entre el movimiento punk y el conservadurismo? Pues les va a sorprender, pero en el año 2018 alguien puso un tuit en el que, bajo unas fotografías de Johnny Rotten, vocalista de los Sex Pistols, se podía leer: “Punk is anti-establishment, the establishment hate(s) Trump, therefore Trump is punk and fuck, and Johnny Rotten is being true to his punk roots by going full MAGA”, que se podría traducir más o menos así: el Punk es antiestablishment, el establishment odia a Trump, luego Trump es punk y mierda, y Johnny Rotten está siendo coherente con sus raíces punk, convirtiéndose en un completo MAGA.

Rotten no es la primera figura del punk-rock atraída por el conservadurismo, mucho antes, Johnny Ramone, guitarrista de Ramones, manifestó sus simpatías por Ronald Reagan, durante la década de los ochenta del siglo XX. También se sabe que ha habido bandas de punk nazis, como demuestra una canción de Dead Kennedys, de 1981, que se titula Nazi punks fuck off (Punkis Nazis, idos a la mierda).

En 2019, un YouTuber y presentador de radio británico llamado Paul Joseph Watson (PJW) dijo en antena: “conservatism is the new Punk Rock”. Un año después, la revista Penthouse tituló sobre ello en forma de pregunta: Is conservatism the new punk? No obstante, si se rastrea más, se puede averiguar que, a principios de este siglo, Nick Rizzuto editó una página web llamada Conservative Punk para apoyar la candidatura de George W. Bush en las elecciones de 2004. Esta página web ha desaparecido, pues su dominio hace tiempo que no se renueva. Quizá ha llegado el momento de que alguien lo haga.

Por tanto, parece que hay antecedentes más que suficientes como para preguntarse si verdaderamente el conservadurismo es el nuevo punk. Seguidamente, voy a dar mi opinión, al tiempo que comentaré otras cosas.

Johnny Rotten, el líder de los Sex Pistols que apareció con la camiseta roja de MAGA (Make America Great Again) en apoyo de Donald Trump, había dicho en 1977: “no escribimos la letra de God Save the Queen porque odiamos a los ingleses, sino porque los queremos y estamos hartos de que los maltraten”. Es sabido que tal canción es considerada una de las más provocadoras y escandalosas que se ha interpretado en el Reino Unido. Muchos británicos la consideraron un ultraje al himno nacional y a la mismísima reina de Inglaterra. Pero de las explicaciones de Rotten se desprende un sentimiento de dolor respecto del estado en que se encontraba el país y el pueblo británico. Una situación de grave crisis económica y social, que afectó a la mayor parte de la población. Quedémonos con ello.

Greg Graffin, vocalista de Bad Religion, quiso ir más allá de las propias canciones y redactó el Manifiesto Punk. En este manifiesto se pueden leer frases interesantes; si bien, una de las que más me ha llamado la atención es: “punk es una lucha constante contra el miedo a las repercusiones sociales”. Dicho en román paladino, ser punk significa tener huevos.

Así pues, si se analiza en su conjunto el fenómeno punk, desde sus propias raíces, dejando aparte la perversión comercial que ha sufrido con el paso del tiempo --pues el mercado todo lo fagocita, incluso las camisetas del Che Guevara— del punk se podría decir lo siguiente:

-Es un movimiento contracultural.

-Significa una oposición al pensamiento dominante y a la tiranía de lo políticamente correcto.

-Rechaza los dogmas y cuestiona lo establecido.

-Desprecia las modas y la sociedad de masas.

-Es un movimiento iliberal y antisistema (también anticapitalista), que no se doblega ante las élites.

-Propugna hacer las cosas por uno mismo y de la propia manera (Do it yourself).

Lo que voy a escribir a continuación puede sorprender a algunos de ustedes: Francisco de Quevedo y Villegas fue el primer punk español.

Se conocen sobremanera sus poemas satíricos, entre otros, contra Luis de Góngora y el Conde-duque de Olivares. Casi todos recordamos, respectivamente, estos versos: “Érase un hombre a una nariz pegado (…)/érase una nariz sayón y escriba…”; y “No he de callar, por más de con el dedo/ya tocando la boca, ya la frente/silencio avises o amenaces miedo”. Junto con otras obras en las que critica los vicios y desmanes de su época.

Sin embargo, no es tan conocido el que, en mi opinión, es uno de sus trabajos más punki, que se titula Llamado Juan Lamas, el del camisón cagado. Gracias y desgracias del ojo del culo, escrito en 1622. En él se pueden encontrar pasajes tan punkis como estos: “Es más necesario el ojo del culo solo que los de la cara, por cuanto uno sin ojos en ella puede vivir, pero sin ojo del culo ni parar ni vivir”, “no hay gusto más descansado que después de haber cagado” y “no hay contento en esta vida que se pueda comparar al contento que es cagar”.

Quevedo fue un gran patriota y conservador (si se me permite el anacronismo), que amaba las tradiciones y la forma de ser del pueblo español, que respondió muy brillantemente a lo que Hegel habría denominado el espíritu de España; o su “genio”, según Ernesto Giménez Caballero. Aunque a algunos les inquiete, este último, José Ortega y Gasset e incluso José Antonio Primo de Rivera fueron grandes hegelianos. ¿De dónde nace, si no es de las Lecciones sobre la filosofía de la historia universal del filósofo alemán, la consideración de España como “unidad de destino en lo universal”?

Amar las tradiciones es una parte muy importante del conservadurismo. No hace falta leer a Edmund Burke, a Donoso Cortés, o —por ser más reciente— a Roger Scruton, para saberlo. Como afirma Chesterton, el de las tazas de la revista El Centinela, “la tradición es la democracia de los muertos”. Porque la nación es la suma de todas las generaciones, las del pasado, las del presente y las del porvenir. Es el espíritu del pueblo el que transita a través de todas ellas.

Pero, además, hay que leer España defendida y los tiempos de ahora, de las calumnias de los noveleros y sediciosos que Francisco de Quevedo escribió para su rey Felipe III, obra en la que el primer punk español comenzó a desmontar la leyenda negra contra España. Justo cuando esta empezaba a inventarse en diversas partes de Europa, no sólo en Gran Bretaña, también en Francia, Holanda y Alemania, por escritores tan mediocres como los que ahora juzgan el pasado colonial de las naciones con los ojos (del culo debe de ser) y principios del siglo XXI woke.

En esta obra Quevedo escribe: “mas no fuera yo español si no buscara peligros, despreciándolos antes para vencerlos después”. A don Francisco le dolía España, tal y como reflejan sus versos póstumos: “Miré los muros de la patria mía, / si un tiempo fuertes, ya desmoronados”.

Reafirma la pesadumbre quevedesca Arturo Pérez-Reverte, por medio de uno de sus personajes, en El capitán Alatriste. Dolor compartido literariamente por Miguel de Unamuno, cuando va al destierro, (con su “Me duele España”) y por José Antonio Primo de Rivera en algunos de sus discursos (“nos duele España porque la queremos”). Dos grandes conservadores, aunque haya quien prefiera no calificarlos así.

Quevedo fue un patriota español, rebelde y contracultural; pero amante de las tradiciones, lo mismo que muchos españoles que se consideran a sí mismos conservadores. Yo mismo sin ir más lejos. Razón por la cual se podría decir que, para su época, fue un punk conservador.

Los conservadores, el último bastión

Los conservadores somos el último bastión frente al dominio de las élites globalistas. El globalismo, el wokismo, la corrección política y el capitalismo desbocado, fundado en la regla según la cual “el que gana se queda con todo”, como sostiene Niño Becerra, son manifestaciones del mismo fenómeno. Frente a éste, lo único que pueden oponer los pueblos es su Derecho e instituciones. Pero no puede haber Derecho si no existe nación, o si ésta está muy debilitada por medio de la cesión de su soberanía a las multinacionales (ya sea de forma directa o por medio de organismos internacionales, como la ONU o la Unión Europea).

Decir conservador equivale a decir patriota. Por ello, ha de prevalecer un conservadurismo inclusivo que haga sitio a todos aquellos que están dispuestos a defender la soberanía nacional. De otro modo, la batalla estará perdida y a los conservadores más exclusivistas no les quedarán nación ni tradiciones que conservar. No están los tiempos como para andar con remilgos. Cuando la invasión napoleónica, salvo los más afrancesados, todos los patriotas se unieron para defender España.

La función más importante de la Derecha consiste en proteger el capital social (moral) de la nación. El capital social es un concepto francés, acuñado por el sociólogo Pierre Bourdieu, aunque luego fue importado a Estados Unidos de Norteamérica y extendido a otras partes por algunos estudiosos del fenómeno social, como Richard Putnam y Jonathan Haidt. El capital social tiene mucho que ver con las relaciones de confianza de las personas que forman parte de un grupo. A mayor capital social, mayor cohesión y confianza entre sus miembros. A menor capital social, menor confianza y adhesión entre ellos, hasta el punto de que cuando el capital social es muy pequeño el grupo desaparece.

El capital social es equivalente al crédito que el grupo o comunidad tiene hacia dentro y hacia afuera. Las naciones con mucho capital social generan el orgullo de pertenencia de sus miembros al tiempo que infunden respeto en otras comunidades. Los nacionales de Estados Unidos, por ejemplo, se sienten más orgullosos de pertenecer a su nación y son más respetados cuando viajan al extranjero que los de Burundi, Libia o Micronesia, porque el capital social de su nación es mucho mayor que el que poseen estos tres últimos países.

Por tanto, proteger el capital social es defender la nación (y viceversa).

¿Por qué es bueno que haya naciones? No por nacionalismo, sino porque la nación es el único ecosistema que permite defender los derechos y libertades de los individuos. Como ya dije, sin nación no puede haber soberanía nacional ni ordenamiento jurídico y, por consiguiente, un sistema de garantías, derechos y libertades que amparen a los débiles frente a los poderosos.

¿Qué es lo que debemos defender y qué es lo que debemos conservar?

Pues, por una parte, las tradiciones (el saber hacer que se ha transmitido de generación en generación) y las instituciones que han permitido que las naciones occidentales sean lo que son y han sido. ¿Hay quien de más? La comparación con cualquier otra porción del orbe es odiosa. Ni sus tradiciones ni sus instituciones, por muy respetables que sean, han conducido a las otras naciones a un sistema de valores, de verdadero progreso y de principios como el que hemos llegado a desarrollar en occidente. O al menos no tan bueno para nosotros como el que hemos llegado a alcanzar. Y que tanto esfuerzo, e incluso vidas humanas, ha consumido; pues nadie nos lo ha regalado. Aunque es verdad que hay algunos que nos lo quieren arrebatar haciéndonos comulgar con doctrinas wokistas, multiculturalistas y anti “eurocentristas” que tienen por diana la destrucción del capital social y moral de las naciones occidentales.

Y por la otra, el sistema de derechos y libertades constitucionales de los ciudadanos que hoy está en serio peligro.

De manera que tenemos mucho que conservar y que defender. Urge unir las fuerzas del conservadurismo y de todos aquellos que, aun no siendo conservadores, de buena voluntad, están dispuestos a no dejarse arrebatar todo lo conseguido durante siglos, a cambio de algo que, por lo poco que se conoce, podría ser mucho peor que lo que tenemos, aunque no sea perfecto.

En el conservadurismo actual es posible vislumbrar dos corrientes. Así lo ponen de relieve algunos artículos y ensayos recientes publicados en The European Conservative. Una de ellas propugna que la nación es la comunidad (social y jurídica) que ha de ocupar la posición central. Otra que fomenta todo tipo de comunidades tradicionales, sin que ninguna sea más importante que otra: la Iglesia, el gremio, la región, la familia y otras asociaciones naturales que agrupan a los individuos.

En mi opinión, son dos visiones compatibles. Es más, si desaparece la nación (y con ella el Estado de derecho), las élites y el capitalismo desbocado acabarán con las comunidades tradicionales.

Como dijo una vez Johnny Ramone: “somos una mierda, pero si esperamos a aprender a tocar seremos demasiado viejos para subirnos a un escenario”. No tenemos tiempo que perder. Si no tomamos el poder pronto (democráticamente) será demasiado tarde. Por eso soy punk.

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