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Fútbol y pasiones políticas

¿De verdad puede pensarse que el fútbol es sólo “un deporte”?

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Cada vez que surge una polémica que parece vincular las gradas de un estadio de fútbol con ciertas actitudes más o menos políticas (por ejemplo, cuando en España es pitado el himno nacional en una final de la Copa de España), aparecen las voces bien pensantes y un poco ingenuas de periodistas y opinólogos de toda condición condenando esos hechos bajo el argumento de que hay que separar el fútbol de la política, ya que el fútbol es sólo un deporte. Ahora bien, un fenómeno capaz de reunir a cientos de miles de ciudadanos en torno a un estadio, y a centenares de millones frente a un televisor, ¿de verdad puede pensarse que es sólo un deporte?

Hace ya muchos años, los etólogos, al investigar la conducta animal, y dentro de ésta, con todas sus modulaciones, la conducta humana, llegaron a la conclusión de que la agresividad y la territorialidad son instintos animales, y también humanos, inextinguibles. Pero como los humanos no se reducen a su mera animalidad, en ellos estos instintos cursan de formas muy variadas, a veces crudas y descarnadas (por ejemplo, en la guerra), otras más estilizadas y sutiles. Y es en este último caso donde el deporte, que algunos sociólogos han interpretado como una ritualización de la guerra sin los horribles costes humanos que ésta supone, puede vincularse con la política. Y de manera muy especial, el fútbol.

Como todo el mundo sabe, el fútbol implica para el aficionado una identificación, más bien primaria e irracional, con una cierta comunidad. Banderas, caras pintadas con los colores del equipo, cantos rítmicos que las masas siguen con entusiasmo…, todo ello supone adherirnos a una cierta identidad, a veces regional (el equipo del barrio, del pueblo, de la ciudad), otras nacional, en algunos casos incluso religiosa (por ejemplo, católicos contra protestantes en el derby escocés). Los aficionados a un equipo de fútbol a veces eligen y otras heredan (por filiación familiar, por ejemplo) a unos héroes que representan y luchan por esta peculiar comunidad. Y en la competición, en la lucha agonal que los deportistas entablan, se expresan conflictos entre estas fidelidades e identidades que los clubs-tribus representan.

Aquí no podemos desarrollar una teoría acerca de la esencia de lo político, pero siguiendo a dos grandes pensadores políticos del siglo XX, Carl Schmitt y Julien Freund, defenderemos que una de las esencias de lo político es el conflicto. Y así, lo político puede aparecer cuando se agudiza y no se resuelve el conflicto en ámbitos en principio no políticos, como es el caso de las identidades y fidelidades regionales, culturales, nacionales, que el equipo de fútbol tantas veces representa.

Suponiendo esto, podemos empezar a ver que el fútbol, por la dimensión socio-cultural que ha tomado en el siglo XX y principios del XXI, ya no puede reducirse sólo a un deporte, sino que es mucho más que un deporte. Y nos guste más o menos, el hecho es que, muchas veces, sí que tiene que ver con la política. Ahora bien, en el fútbol de nuestros días se expresa de manera muy cruda el fenómeno crucial de nuestra era. Vamos a llamarle Globalización. Y es por este camino por el que, de manera efectiva, el fútbol puede empezar a desligarse de lo político y quedar reducido a un mero deporte y, quizás, a un mero negocio.

Prometo no extenderme ya mucho. Solo unas pocas palabras. Vamos a suponer que la Globalización es el estadio terminal de eso que los historiadores, filósofos y sociólogos, han venido llamando modernidad. Y, abusando del trazo grueso, vamos a definir la modernidad por la creencia en que a la existencia de una sola verdad científica y (mucho suponer) filosófica, le corresponde una sola verdad política, cultural, económica, etc. Así, el triunfo definitivo de la modernidad, en su forma última  que llamamos Globalización, supone el proyecto de una humanidad enteramente homogeneizada e indiferenciada. Individuos intercambiables y consumidores satisfechos. He ahí el ideal último de la modernidad, realizándose en nuestros días en el Mundo Global (“and the world will be as one…”, cantaba John Lennon). ¿Y qué ocurre con las pertenencias culturales, nacionales, religiosas, etc., que habían definido a los seres humanos hasta ahora? Residuos arcaicos que el progreso acabará borrando, responderá el apologeta de la modernidad-Globalización.

Pero ¿no eran estas identidades y lealtades “tribales” las que explicaban antropológicamente el fenómeno del fútbol, y su dimensión potencialmente política? En el nuevo mundo unificado por la técnica y el comercio, ya no tendrán cabida. Este horizonte supondría el fin de las pasiones políticas y los conflictos inherentes a ella. Un mundo unificado y pacificado definitivamente, he aquí la utopía ¿bienintencionada? de la modernidad.

¿Y qué tiene que ver esto con el fútbol? Echad un vistazo al panorama actual. Algunos aficionados se quejan amargamente, acaso con razón, de que los clubs, especialmente los más punteros de Europa, se han alejado de sus fieles seguidores. Al principio, los clubs pasaron a ser sociedades anónimas, y ahora muchos ya son propiedad de jeques árabes, multimillonarios rusos o fondos de inversión norteamericanos. Equipos como el RB Leipzig, fundado hace doce años por la empresa de bebidas energéticas Red Bull, juega semifinales de la Champions. Los fichajes estrella superan el centenar de millones de euros. Es común que el equipo de la ciudad no tenga un solo jugador, no ya de esa ciudad, de algún barrio de la misma, de la cantera del club, sino del propio país al que pertenece. En fin, el triunfo definitivo de eso que algunos han llamado, con toda razón, el fútbol negocio.

Uno de los signos distintivos de la modernidad fue el proceso de emancipación de lo económico, siempre abstracto e indiferenciado, de lo comunitario, lo cultural y lo político. En su versión futbolística, este proceso de globalización está suponiendo la emancipación del negocio multimillonario que genera de la dimensión afectiva e identitaria que el fútbol suponía hasta hace no mucho para sus aficionados. En este proceso, quizás podrá decirse, como nuestros ingenuos periodistas y opinólogos defienden, que el fútbol ha dejado definitivamente de tener algo que ver con la política. Pero por ese camino, quizás también esté dejando de tener que ver con los sentimientos y pasiones de muchos de sus aficionados.

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