En la librería Roquer del Paseo de Gracia compré mi primer ejemplar de Las personas del Verbo, de Jaime Gil de Biedma. Lo recuerdo como se recuerda el sabor de la primera droga contra el paladar, taquicardia y risa boba. Lo recuerdo perfectamente, su lectura me hizo mayor, mejor y más valiente, que es a lo único que una debería aspirar en cada paso, y condición sin pacto para darlo.
Aquella primavera de mis 20 años -yo nací en el 68- soñé que podría ser libre y ser culta, germinó la posibilidad de que tuvieran razón los días laborables y arrancó la cuenta atrás de los cuatrocientos cuerpos que la sabiduría exige. Qué gracioso, entonces la vida parecía compleja y era un juego de damas, cómo se nos ha retorcido el pasar de los días, y qué viscoso, intestinal.
Me entero de que cierra la librería Roquer de els Jardinets de Paseo de Gracia el mismo día que se cumplen 100 años de algo relacionado con Camus, que más da qué. De ahí salió mi primera lectura de El extranjero, también esa, y era aquel mismo año ligeramente egoísta y caduco. La dueña de la Roquer ha dicho algo así como que si la gente leyera, ellas no cerrarían. Sí, sí, sí, ahí está la clave.
Leer. Aquella forma de deslumbramiento, de recogimiento, de temblor, aquel modo de reconocerse sin haberse conocido, ese brutal y valiente ejercicio de intimidad. Leer, qué vieja actividad. Ya no leemos, al menos ya no así. Ya nunca me encuentro en medio de conversaciones sobre un descubrimiento literario, nunca oigo recitar a altas horas los párrafos del ebrio, nadie me cuenta cómo tiembla una metáfora que se nos pasó.
Leer. Antes leíamos cuando, tras llegar a casa, nos quedaba un rato de asueto con los críos dormidos. Leíamos cuando comíamos solos en alguna taberna de menú o sobre la barra de la cocina. Leíamos cuando viajábamos en tren, cuando esperábamos el bus, cuando un novio se retrasaba, los domingos de derrota, en el cuarto de baño y en la playa, durante esos momentos en que se bebe sola... Leíamos.
Ahora, en todas esas ocasiones, sacamos el móvil o la tableta o lo que sea que cargamos y nos damos un garbeo por las redes sociales. Eso veo. Navegamos por facebook, nos narramos en facebook, ah maldito ombligo, opinamos en twitter, cotilleamos, nos hacemos mirar, lanzamos proclamas y mensajes de amor. Expulsamos restitos de nosotros y miramos los restitos de aquellos que nos pasan por delante. Justo lo contrario del ejercicio del leer: Alimento, alimento y proteína.
Me pesa la sensación de que hemos sustituido/estamos sustituyendo el acto de alimentarnos por la pequeña siembra de nuestras cagarrutas. Y será que me hago vieja, pero voy a retirarme de todo ese jaleo de las redes para volver a otro silencio, otro ritmo y volver a leer como lo hacía entonces. A ver si todavía estoy a tiempo de ser libre. O de ser culta.
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