Venecia, amenazada (y no por el mar)

Compartir en:

De Venecia conmueve la fijación por la belleza que tenían quienes la construyeron (en condiciones muy complejas, por cierto, ganándole palmo a palmo terreno al mar). Es una obsesión muy presente en toda Italia, pero que en la ciudad de los canales alcanza niveles entre lo sublime y lo irreal.
Su peculiar fisonomía, trazada por calles de agua, ensalza esa concentración de hallazgos estéticos, presente en cada esquina, en cada fachada, en cada puente, en la manera en que los venecianos colocan las plantas en sus patios... En fin, en todo. Saber, además, que esa belleza es frágil, que se cae a pedazos, te apega emocionalmente aún más a la ciudad. Es difícil quitarse del pensamiento la idea de que sería bonito vivir allí, a pesar de todas las incomodidades prácticas que deben afrontar sus habitantes. En Venecia el tiempo se ha coagulado en el Barroco y en el Renacimiento. Y no parece que tenga muchas ganas de invitar a la modernidad en el interior de las islas que la conforman.
Pero, insidiosa, la modernidad trata de colarse en la fiesta por diversas vías.

Dejando a un lado el puente de Calatrava (cuarto sobre el Gran Canal), que ya en su día despertó una fuerte oposición, en los últimos tiempos son cuatro asuntos —en todos ellos late de fondo la tensión entre modernidad y tradición— los que han abierto el enfrentamiento entre dos concepciones diversas a la hora conservar el patrimonio arquitectónico y cultural de la ciudad. Por un lado, están dos proyectos arquitectónicos: la torre Palais Lumière que Pierre Cardin pretende levantar en Marghera (zona industrial de la capital veneta) y los grandes almacenes que Benetton quiere construir en el Fondaco dei Tedeschi (edificio del cinquecento a los pies del Puente Rialto), para lo que cuenta con el arquitecto Rem Koolhaas (premio Pritzker en el 2000) como ideólogo. Por otro, está el tráfico y atraque en la Laguna Veneta de cruceros mastodónticos y la venta de algunos de sus palacios históricos de titularidad pública a compradores privados, iniciativa impulsada por el gobierno italiano para equilibrar sus descuadrados balances.

El Palais Lumière comprende tres torres (intercomunicadas por una espiral) que alcanzarían una altura de 255 metros. Es decir, 145 más que el campanile de San Marcos. El diseñador francés Pierre Cardin, de origen véneto, quiere dejar su huella en la tierra de sus orígenes. Una huella de dudosa proporción con el entorno en que se asentaría. Sería imposible no ver la mole desde la Plaza de San Marcos. En realidad, aparecería en el horizonte desde cualquier punto de la ciudad. La idea es que sea una especie de ciudad vertical que albergue una universidad de la moda, hoteles, restaurantes, instalaciones deportivas... De entrada, las entidades administrativas territoriales (estatal, regional y municipal) han dado su beneplácito a la construcción. Aunque todavía no está dicha la última palabra.
Los grandes almacenes de Fondaco dei Tedeschi se han topado, sin embargo, con mayores pegas por parte de las autoridades. El proyecto original ha sido estudiado por la Dirección Regional de Bienes Culturales y, aunque no lo ha echado por tierra, exige la modificación de algunas pretensiones del arquitecto holandés, “para hacerlo más acorde con el entorno”. Se trata en particular de suprimir las escaleras mecánicas que suben desde el patio hasta la última planta, así como la gran cubierta de vidrio sobre el edificio. El proceso administrativo sigue en marcha y veremos en qué acaba, porque aún quedan por pronunciarse otras instancias.

Hay voces de peso que bendicen la incursión de la modernidad en la Sereninssima. El presidente de la patronal veneciana es un buen ejemplo: “¿Por qué dejamos perder siempre toda oportunidad de relanzar nuestra economía? Hay tantas ciudades que han crecido gracias a la recuperación de zonas industriales en desuso, que se han convertido en polos de innovación y atracción de capital e inteligencia. Hoy necesitamos estos nuevos impulsos”.

Frente a esta interpretación se sitúa Italia Nostra, asociación clave en la protección del patrimonio artístico y cultural italiano en las últimas décadas, que ha tenido como máximos responsables a figuras como Pier Paolo Pasolini y Giorgio Basani. La entidad está ejerciendo toda su influencia contra ambas iniciativas. Su presidenta actual, Alessandra Mottolo Molfino, lo ha denunciado con toda claridad: “Una vez realizadas estas intervenciones, cambiará para siempre la percepción de la ciudad, arruinando su skyline. Será visible sobre cualquier otra construcción y llevará a Venecia a la exclusión de los lugares catalogados por la Unesco como patrimonio de la humanidad”.

“Es lo que le ocurrió a Dresde en 2009, a causa de la construcción de un puente visible desde la ciudad barroca”, advierte Salvatore Settis, uno de los más prestigiosos historiadores de arte de Italia y defensor incansable de su integridad paisajística (ganó el premio Viareggio con Italia S..A. El asalto al patrimonio cultural) . Este académico y activista denuncia también otra amenaza contra la belleza de Venecia: “Los cruceros de más de 40.000 toneladas que cada día pasan rozando el Palacio Ducal [en la Plaza de San Marcos] y contaminan las aguas de la laguna”. De nuevo estamos ante un problema de desproporción: algunas de estas descomunales embarcaciones poseen una altura de 60 metros sobre el nivel del agua. Una dimensión “irrespetuosa” para muchos venecianos. Settis se queja sobre todo de que el endurecimiento de la normativa sobre cruceros en la costa italiana, a raíz del naufragio del Costa Concordia, no rige en Venecia. “Y no porque está más protegida, sino por todo lo contrario.” La excepción está fundada en su fuerte atracción turística, que no quiere ser disuadida de ningún modo por sus gestores políticos.
Uno de los mastodontes que amenazan a Venecia. Con su mole y  sus turistas.

Por si fuera poco preocupante todo lo anterior, todavía hay un motivo más que ha suscitado el resquemor de los amantes de la ciudad. El gobierno ha puesto a la venta por todo el país alrededor de 350 edificios públicos. Es una de las múltiples medidas puestas en marcha para sanear las cuentas del Estado y que comprende varios palacios históricos. En Venecia, el Palacio Diedo, por ejemplo, ya tiene precio: 19 millones de euros. Afortunado el que lo pueda comprar: es del siglo XVIII, está asomado al Gran Canal y fue en su día un tribunal penal. Las opiniones aquí también chocan. Algunos lo interpretan como la mercantilización del patrimonio artístico de todos los italianos. Y otro creen que esos palacios en desuso serán mejor conservados por sus nuevos propietarios.

El caso es que Venecia vive días convulsos a cuento de la gestión de su patrimonio. Cuando uno va dejando atrás la ciudad no puede reprimir la necesidad de girar la cabeza siempre una vez más para poder contemplarla. Cuando te has convencido de que ésa es ya la última, de que ya vale, el impulso te traiciona otra vez, y vuelves a girarla. Así de fuerte es la atracción que ejerce la ciudad. Esperemos que no la diluyan con intervenciones agresivas e irrespetuosas y sigamos girando la cabeza con deseo, hasta tener torticolis. Que no nos toquen Venecia.

© El Cultural 

Todos los artículos de El Manifiesto se pueden reproducir libremente siempre que se indique su procedencia.

Compartir en:

¿Te ha gustado el artículo?

Su publicación ha sido posible gracias a la contribución generosa de nuestros lectores. Súmate también a ellos. ¡Une tu voz a El Manifiesto! Tu contribución, por mínima que sea, dará alas a la libertad.

Quiero colaborar