La enloquecida propaganda antivacunas

Los antivacunas o el espíritu crítico que se ha enloquecido

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La pandemia de la que estamos saliendo poco a poco ha agitado y reavivado los miedos enterrados en las entrañas del cuerpo social y del inconsciente colectivo, donde se alojan las obsesiones arcaicas y los miedos irracionales. Cuando se reprimían, sobrevivían tan sólo en el ámbito de la ciencia ficción, de la literatura de terror, del militantismo de supervivencia o en los más desconsiderados márgenes esotéricos; pero ahora el derrumbe de los diques simbólicos que los contenían les permite interesarse en la vida pública. Surgen emparejados con legítimas inquietudes por la alteración del sistema político y de la organización social de las sociedades occidentales, lo que los hace especialmente explosivas.

La resistencia a las vacunas es una prueba de ello. Es normal que los ciudadanos de a pie tengan reservas sobre la llegada de un nuevo tratamiento médico, incluso si, en las actuales circunstancias, hay razones para el entusiasmo, en la medida en que la vacuna representa la única solución a corto plazo para la pandemia. El rechazo de la vacuna se basa generalmente en una desconfianza hacia la industria farmacéutica, a menudo acompañada de una relativización de los peligros del Covid. El principio de precaución barniza artificialmente este rechazo con una legitimidad filosófica. La investigación de los científicos que hicieron posible la vacuna se convierte en un discurso más que, al igual que otros, sufre el descrédito que generalmente se atribuye a las élites. Pero este escepticismo también puede ir unido a una desconfianza contra el sistema que puede llegar hasta el desatino y caer en un mundo paralelo donde se desarrolla lo que con mayor o menor exactitud se llama el movimiento conspiranoico que ha politizado su oposición a la vacuna.

Dicho movimiento se ha apresurado a ver en la pandemia una inmensa manipulación que sirve de pretexto para el despliegue de un nuevo orden sanitario mundial. De este modo, el rechazo de la vacuna se reinterpreta como un acto de disidencia para desafiar al sistema. Porque,

Si la pandemia es sólo una ficción, o si el virus es sólo una gripecilla, ¿por qué vacunarse?

si la pandemia es sólo una ficción, o si el virus es sólo una gripecilla, ¿por qué vacunarse?

En su forma extrema, el movimiento conspiranoico se convierte en una pura y simple estupidez, especialmente cuando imagina que la vacunación es una farsa para envenenar y controlar a la población. En el fondo de esta teoría está la creencia primitiva e hipnótica de que detrás de la historia visible y compleja de las sociedades humanas se despliega una historia secreta, animada por fuerzas malignas a las que resistirían los hombres que han visto la luz y quieren disipar las mentiras del sistema.

La pandemia está así completamente ideologizada: ya no tiene una realidad propia. La confusión se apodera de los espíritus. Si bien la crítica de los excesos de la política sanitaria era y sigue siendo necesaria; si bien hay que recordar que todos los poderes, incluso los relacionados con la salud pública y la industria farmacéutica, tienden a abusar de los privilegios que se les conceden; y si se debe denunciar también el discurso de ciertos medios de comunicación que se entregan a las delicias de fabricar miedo, tampoco se debe renegar de la razón ni de los formidables avances de la ciencia, que han permitido realizar colosales progresos en la historia de la humanidad en general, y en la de Occidente en particular. El escepticismo puede llevar a la locura y a contemplar la nada. Si, por lo general, la clase política ha dirigido la crisis de forma aproximada, perdiéndose a menudo en palabras que en el mejor de los casos son elucubraciones y en el peor, mentiras, no debemos cometer el error de confundirla con los investigadores y científicos que han logrado encontrar la salida en un tiempo récord, permitiendo volver a una sociedad de libertades.

Porque hay que insistir: a medida que pasan las semanas, nos damos cuenta de los estragos causados por el confinamiento. Aunque al principio era probablemente un mal necesario, no dejaba de ser un mal infligido a las sociedades que, al someterse a él, experimentaban una existencia carcelaria en la que han jurado, con razón, no volver a caer. Ello sólo será posible, sin embargo, si abandonamos la mentalidad de ansiedad heredada de los primeros días de la pandemia, la cual sigue dominando a la clase mediática, como si no lograra salir de ella y se pasara la vida buscando la siguiente variante, la siguiente ola, la siguiente señal de vuelta al confinamiento, la aterradora promesa del fin de los tiempos. La vacunación masiva es el paso para salir de esta locura. Confieso sentirme sinceramente maravillado ante este logro científico que ha permitido encontrar en menos de un año una vacuna capaz, según todas las indicaciones disponibles, de dominar el virus, convivir con él, limitando su circulación y haciéndolo globalmente inofensivo.

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