Los norteamericanos, esos seres humanos que lo cuantifican todo, y entre los cuales el gigantismo es el dios monocorde de una sinfonía aburrida en la que todo se mide, acaban de realizar una nueva encuesta sobre el uso y aprendizaje del español en Estados Unidos.
Las cifras son las siguientes: 850.000 estudiantes universitarios están aprendiendo nuestra lengua, mientras que francés lo hacen solo 210.00; alemán 198.000, japonés 74.000 y chino mandarín otros 74.000. Además alrededor de 40 millones hablan fluidamente la lengua de Cervantes y 4 millones de norteamericanos Wasp (White anglosaxon protestant) que no son de origen hispano lo hablan correctamente.
Siempre siguiendo con las cifras, muestra esta nueva encuesta que 89% de los jóvenes hispanos nacidos en USA hablan inglés y español, contra el 50% de dos generaciones anteriores. Se calcula que los hispanos para el 2050, dado su crecimiento poblacional que supera en hijos la media de yanquis y negros serán el 30% de la población. El índice de natalidad de los yanquis es del 1,5%, el de los negros del 2% y el de los hispanos del 3,5%.
Se ha producido un cambio de mentalidad en el mundo hispano de los Estados Unidos y es que los padres ven como una ventaja el bilingüismo de sus hijos, contrariamente a lo que sucedía dos generaciones antes. Así, anteriormente los padres pedían a sus hijos que no hablaran español porque pensaban que su inserción y progreso en Estados Unidos sería más rápida, mientras que ahora aprecian que la práctica del bilingüismo les ofrece mejores posibilidades laborales y de inserción social.
Este cambio de paradigma ha producido una explosión en los estudios hispánicos en USA con el consabido efecto multiplicador que produce en las sociedades que le son periféricas, como es, su patio interior: la América hispánica. Por otra parte, el desarrollo de las nuevas tecnologías de la comunicación como Internet ha venido a colaborar en esta explosión de la práctica del castellano en Norteamérica. Los inmigrantes hispánicos están en contacto diario con su cultura de origen, sus prácticas cotidianas, sus usos y costumbres.
¿Cómo se aprecia políticamente este fenómeno desde los Estados Unidos? Un analista político y estratégico como Samuel Huntigton afirma en un reciente trabajo titulado El reto hispano: «La llegada constante de inmigrantes hispanos amenaza con dividir Estados Unidos en dos pueblos, dos culturas y dos lenguas. A diferencia de grupos anteriores de inmigrantes, los mexicanos y otros hispanos no se han integrado en la cultura estadounidense dominante, sino que han formado sus propios enclaves políticos y lingüísticos -desde Los Ángeles hasta Miami- y rechazan los valores angloprotestantes que construyeron el suelo americano. Estados Unidos corre un riesgo si ignora este desafío."
Por su parte, el politólogo del Boston College, Peter Skerry afirma: "A diferencia de otros inmigrantes, los mexicanos llegan procedentes de una nación vecina que sufrió una derrota militar a manos de Estados Unidos y se establecen, sobre todo, en una región que, en otro tiempo, fue parte de su país (...) Los habitantes de origen mexicano tienen una sensación de estar en casa que no comparten otros inmigrantes". Casi todo Texas, Nuevo México, Arizona, California, Nevada y Utah formaban, en efecto, parte de México hasta que este país los perdió como consecuencia de la guerra de independencia de Texas, en 1835-1836, y la guerra entre México y Estados Unidos, en 1846-1848.
Y, desde el mundo hispanoamericano, ¿cómo se ven las cosas?, ¿qué se hace? Prácticamente no se hace nada, se deja liberado al fenómeno a una especie de fuerza de las cosas por la cual lo que ha de producirse se producirá y lo que ha de cambiar se cambiará. Que se sepa, no existe ni una sola política por parte de ninguno de los veintidós Estados iberoamericanos sobre el tema de la expansión, consolidación y transmisión del castellano entre los inmigrantes a los Estados Unidos. Éstos están librados a su suerte y arbitrio y no reciben ninguna ayuda ni apoyo para su práctica.
Es que la clase política iberoamericana no ve en el ejercicio y práctica del español un resorte de poder internacional que, sobre un universo de discurso de 550 millones de hablantes, la convierte en la lengua más hablada del mundo. Ni siquiera ven el dato bruto que acabamos de enunciar.
Hay, sin embargo, una excepción: el caso de Lula, el ex presidente de ese Brasil en el que 12 millones de estudiantes ya practican correctamente el español; el cual Lula, como buen discípulo de Gilberto Freyre, llegó a afirmar: “La cultura hispánica está en la base de nuestras estructuras nacionales argentina y brasileña, como un vínculo transnacional, vivo y germinal en su capacidad de aproximar naciones”.