Durante los últimos días se ha abierto un proceso electoral provincial en el único partido que actualmente —en España— está dispuesto a dar la batalla de las ideas –y de los hechos— contra la corrección política. Quienes escribimos en El Manifiesto no tenemos por costumbre pedir el voto para ningún partido ni para ningún candidato, y ésta no va a ser una excepción. Pienso que nuestra función es otra, sólo dar opiniones o hacer observaciones que, llegado el caso, puedan ser útiles.
Tal partido, al que no hace falta ni nombrarlo –porque los demás se excluyen por sí mismos—, necesita seguir siendo lo que es y evitar caer en tentaciones que pueden hacer que se parezca a esos otros partidos. Para dar la batalla hay que estar muy armado moralmente; y, como comúnmente se piensa, a la guerra resulta conveniente ir con la moral alta, porque de lo contrario la derrota es segura.
Pero ¿cómo se consigue que un partido tenga alta la moral? Obviamente, mediante muchas cosas, pero sobre todo con ilusión. Los discursos, los actos multitudinarios, los himnos, las banderas, las intervenciones de los líderes en el parlamento, en los medios de comunicación, etc., ayudan a crear una atmósfera de ilusión colectiva; pero esto puede ser flor de un día y lo mismo que llega se puede marchar. No se mantiene la cohesión de una organización a base de arengas diarias (sería agotador para el líder y muy cansino para los militantes). En el fondo, como en cualquier empresa, es cuestión de equipos y de personas.
Ahora se trata de elegir los órganos de dirección de las provincias más importantes; es decir, los equipos de personas que en el día a día han de mantener ilusionados a quienes forman parte del partido que, a su vez, lo harán con los simpatizantes, y éstos con sus familiares, amigos, vecinos y compañeros de trabajo. Por tanto, no estamos hablando de una cosa menor para una organización política.
Una de las tentaciones del partido podría ser preferir “el malo conocido al bueno por conocer”. Pero esto es lo mismo que elegir el llano en lugar de la pendiente, sólo porque el primero es más fácil de transitar. Para algunos, aquello podrá parecer un signo de prudencia; pero, a la par que muy desilusionante, en realidad, tampoco la supone, pues —como dijo el maestro de este arte, Baltasar Gracián— “¿cómo puede salir bien una empresa que, aun concebida, la está ya condenando el recelo?”.
La pobreza o llaneza de espíritu no es una virtud para ejercer el liderazgo, las gentes prefieren líderes inteligentes, nobles y fuertes. Diríase que en la política ocurre lo mismo que en el amor, “conditio sine qua non para el enamoramiento –dijo Unamuno— no es que el ser amado no tenga defectos, lo importante es que posea al menos una virtud grande y llamativa, que produzca admiración”.
Otra de las cosas que conducen a la desilusión y al desdén —y que, a veces, es consecuencia de lo anterior— es la “apropiación” del partido por parte de quienes, habiendo llegado a determinado puesto, creen que es suyo y para siempre, hasta el punto de que utilizan el aparato en beneficio propio, olvidándose de la organización. Esto también debilita mucho la moral del militante y del votante: no les gusta ver que aquello en lo que han depositado sus anhelos se encuentra entre en las sucias garras de unos “aprovechaos”. Esto ya es en sí mismo triste, pero lo peor de tales tipos es que con el paso del tiempo terminan por convertirse en profesionales de la política, lo que conduce inexorablemente a que el partido —que un día nació diferente—termine siendo como otro cualquiera. Basta con mirar hacia el extremo izquierdo del terreno de juego donde se puede encontrar un ejemplo evidente de ello: Podemos. Para ser un “Podemos” de la Derecha —o parecido al PP— no hacen falta alforjas.
Un economista llamado Vicent de Gournay, fue el primer autor en denunciar la burocratización de las organizaciones, decía: “tenemos una enfermedad en Francia que seriamente intenta obstaculizar nuestros esfuerzos, esta enfermedad es la burocracia”. Max Weber no la vio como un problema sino más bien como un signo de modernización de la sociedad; pero en la medida que aquélla tiende al anquilosamiento y resta frescura a la toma de decisiones, produce un distanciamiento entre la organización burocratizada (el Gobierno, la Administración, un partido, etc.) y el resto de la sociedad.
Discrepo, en parte, de la teoría weberiana que no desdeña la burocratización de las organizaciones, demasiado bien aprendida por los partidos políticos españoles. Estoy de acuerdo con que toda estructura orgánica, para que pueda funcionar adecuadamente, ha de ser jerárquica, pero esto no es incompatible con que el flujo de las ideas sea bidireccional, de arriba abajo y de abajo arriba. Así sucede en muchas empresas japonesas en las que constantemente se tiene en cuenta incluso la opinión del último operario, con tal de mejorar la selección de los equipos de dirección y la toma de decisiones estratégicas. Habrá a quien esto le parezca una pérdida de tiempo, pero con independencia de que es una manera de no desaprovechar ninguna clase de talento, contribuye en buena medida a mantener la motivación (la ilusión) y la lealtad de todos y cada uno de los miembros. Lo mismo que debería suceder en los partidos políticos. Por eso, unas elecciones internas, aunque sean provinciales, también tienen importancia.
Además —pienso yo— lo que los electores han perdonado más de una vez a las marcas electorales consolidadas (PSOE y PP), no significa que se lo vayan a disculpar a las que son de reciente creación. Para irte con otro —o con otra— que al menos haya frescura, pasión y, sobre todo, ilusión.
Juanma Badenas es Catedrático de Derecho civil, ensayista y
miembro de la Real Academia de Ciencias de Ultramar de Bélgica.
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