¿Superpoblación? No: lo que viene es lo contrario

El inminente fracaso demográfico

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JEFF JACOBY/AMERICAN REVIEW
 
Thomas Malthus lleva 170 años muerto, pero la falacia Malthusiana -la siniestra convicción de que el crecimiento de la población humana lleva al hambre, las escaseces y a un medio ambiente devastado- desafortunadamente goza de buena salud:
 
    * Las congestionadas carreteras de América están provocadas por “un crecimiento demográfico desmesuradamente fuera de control,” lamenta Californianos por la Estabilización de la Población y varios grupos afines en una nueva campaña publicitaria. También lo están “las escuelas y las salas de urgencias… llenas hasta la bandera.” Y con cada americano adicional, inmigrante o nativo, “viene la degradación adicional de los tesoros naturales de América.”
 
    * En un nuevo documental, el Príncipe Philip de Gran Bretaña culpa a la superpoblación del creciente precio de los alimentos. “Todo el mundo piensa que está relacionado con la falta de comida suficiente,” afirma el marido de la reina, “pero en realidad es que la demanda es demasiado grande - demasiada gente.”
 
    * La superpoblación es “muy seria — muy, muy seria,” dice el Dalai Lama a una muchedumbre de 50.000 personas en Seattle. De manera algo inconsistente, también proclama que “los niños son la base de nuestra esperanza,” y que “nuestro futuro depende de ellos.”
 
    * “¿Está nuestro planeta a rebosar de seres humanos?” pregunta el columnista Johann Hari en The Independent. “El lobby de la superpoblación,” decide, tiene razón. “¿Cómo se puede estar dispuesto a recortar las emisiones de su automóvil o las contribuciones de su desplazamiento aéreo pero no su contribución demográfica? ¿Se puede respetar de verdad las series de pequeñas contribuciones de carbono?”
 
Como los demás prejuicios, la creencia en que más humanidad significa más miseria se resiste a las contundentes pruebas de lo contrario. Durante los dos últimos siglos, la cantidad de gente que vive sobre el planeta se ha sextuplicado, ascendiendo de 980 a 6.500 millones. Y aún así los seres humanos están hoy en general más sanos, son más ricos, tienen esperanzas de vida superiores, están mejor alimentados y mejor educados que nunca antes.
 
Las catástrofes previstas por Malthus y sus discípulos —algunos de ellos en éxitos literarios como La bomba demográfica, que predecía que “centenares de millones de personas van a morir de hambre a pesar de cualquier programa de choque que se emprenda a estas alturas”— nunca han llegado a suceder. Esto se debe a que la gente no es nuestro mayor obstáculo. Es nuestro activo mayor -el producto de cada rasgo del que depende el progreso humano: la ambición, la intuición, la perseverancia, el ingenio, la imaginación, la iniciativa, el amor.
 
Cierto, menos seres humanos significan menos bocas que alimentar. También significaría menos empresarios, menos pioneros, menos descubridores de soluciones a problemas. Lo cual es el motivo de que lo que provoca presagios funestos no un incremento, sino el descenso de la población que se avecina. Porque como observa Phillip Longman, un erudito de la demografía y la economía de la New America Foundation: “Nunca en historia hemos disfrutado de prosperidad económica acompañada de despoblación.”
 
Y la despoblación, nos guste o no, está a la vuelta de la esquina. Ese es el mensaje central de un nuevo documental convincente, Invierno demográfico: el declive de la familia humana. Longman es uno de numerosos expertos entrevistados en el documental, que explora las causas y los efectos de una faceta de la que podría ser la realidad más siniestra de la vida en el siglo XXI: el desplome de los índices de natalidad humana en casi todas partes del mundo.
 
La fertilidad humana lleva años descendiendo y se encuentra ahora por debajo de los niveles de reemplazo —el mínimo requerido para prevenir la despoblación— en cantidades sustanciales de países, incluyendo China, Japón, Canadá, Brasil, Turquía, y toda Europa. La población del mundo todavía crece, en gran medida a causa de vidas más largas —más gente alcanza una edad avanzada que en el pasado. Pero con muchos menos niños naciendo hoy, habrá muchos menos adultos teniendo niños mañana. En algunos países, el colapso ha comenzado ya. Rusia, por ejemplo, está perdiendo hoy 700.000 habitantes al año.
 
Hasta Estados Unidos, donde los índices de natalidad se encuentran aún (rozando) el nivel de reemplazo, hay señales indirectas de los cambios que se avecinan: en Pittsburgh, informa el New York Times, el número de fallecimientos supera ya al número de nacimientos y los hospitales están cerrando salas de obstetricia o las están convirtiendo en unidades de cuidados intensivos para ancianos. Las matriculaciones en la escuela pública de Pittsburgh eran 70.000 en los años 80. Hoy hay 30.000 -y bajando.
 
Hacia mediados de siglo, estima Naciones Unidas, habrá 248 millones de niños menos que hoy. Para una cultura que ha venido atormentando sin descanso con los peligros de la superpoblación, eso podría sonar a noticia agradable. No lo es. Ninguna sociedad gana cuando pierde su recurso más precioso, y no hay recurso más valioso que la mente humana. El invierno demográfico que viene nos templará a todos.

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