Aparece en todos los telediarios investido de una auctoritas universal cuyo criterio no puede ser puesto en duda; se apela a su palabra, a su supuesta infalibilidad científica y política.
La plaga del coronavirus, cuyas consecuencias apenas hemos empezado a paladear, nos ofrece una ocasión inmejorable para cambiar nuestra desquiciada forma de vida.
El pasado jueves 27 de febrero, mientras Italia se preparaba para decretar la prohibición de todas las concentraciones públicas, las autoridades todavía incitaban a los turistas extranjeros a visitar sin miedo sus lugares turísticos.
Este sistema conviene a demasiada gente, reúne a una coalición de intereses demasiado grande, y por eso será capaz de subsistir, aunque carezca de toda legitimación teórica o política.