Del 18 al 20 de agosto se cumplirá este año el 2 500.º aniversario de la batalla de Termópilas, cuando los 300 espartanos de Leónidas se sacrificaron para contener el avance del inmenso ejército persa de Jerjes, vencido poco después, y de forma definitiva, en Salamina.
Y hete aquí que este año, precisamente éste, Grecia tiene que hacer frente a otra nueva y grave invasión venida de Oriente.
Los europeos aún conscientes y lúcidos estamos impresionados ante las tremendas imágenes de las hordas migratorias que se concentran a las puertas de Grecia. Frente a ellas se alza la frágil defensa de las tropas que protegen la frontera y con las que colaboran los campesinos de la región desplegando sus tractores. Pero esta amenaza de invasión no es sólo territorial: es también civilizacional, como lo fue la defensa que, en los albores de nuestro tiempo, Grecia llevó a cabo al alzar, con las guerras médicas, “una frontera más mental que geográfica” (Michel Fauquier) entre la civilización y los bárbaros.
Nuestras patrias, nuestros hogares, nuestras tradiciones ya no se defienden en la línea azul de los Vosgos o en los Alpes, sino en los extremos de Europa, a lo largo del río Evros o en las costas del mar Egeo, o en la isla de Lesbos, donde el pueblo griego ha recuperado su orgullo y su honor, despertándose después de haber sido humillado por el mundialismo financiero y de ser posteriormente invadido con la complicidad de las Oenegés de Soros.
Guardando en la memoria los cinco siglos de ocupación otomana, los griegos saben que la Turquía de Erdogan no es Europa. Al reemprender su ofensiva contra nuestra patria común, Turquía, fiel a sus raíces otomanas y musulmanas, se presenta de nuevo como enemiga de Europa.
“Somos lo que fuisteis, seremos lo que sois” (máxima de Esparta)
Pero las débiles falanges griegas no podrán por sí solas proteger durante mucho tiempo a nuestra civilización. Como en Las Navas de Tolosa en 1212, en Lepanto en 1571 o ante las murallas de Viena en 1683, Europa sólo podrá ser defendida si actúa unida.
Ojalá logren los europeos despertarse y estar a la altura de sus ancestros para aplicar por sí mismos la orgullosa máxima de Esparta: “Somos lo que fuisteis, seremos lo que sois”.
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