Mientras toma la copa de Navidad en vaso de plástico en su empresa, la precaria levanta la voz y dice: “Ya tengo los billetes para irme con unas amigas a Budapest en Semana Santa”. Por primera vez en meses, ha captado la atención de los demás y no tiene la impresión de que su grado en Sociología y con máster en Relaciones Internacionales no ha sido un desperdicio de tiempo y dinero.
Los poderes públicos, tanto políticos como mediáticos, parecen haberse dado cuenta de que la generación-instauración de la sociedad de pensamiento único, donde la libertad de expresión consiste en que todos opinen lo mismo, necesita una ímproba aunque no muy dificultosa tarea de adoctrinamiento de las masas.