9.000 personas abarrotaron este sábado 6 de marzo la plaza de toros de Leganés, en el cinturón rojo (convertido en azul) de Madrid, al tiempo que unas 5.000 lo seguían en directo a través de las redes sociales. Otros 15.000 habían acudido a la plaza de España de Barcelona el sábado de la semana anterior sin que les arredrara la posibilidad (transformada en real para algunos de ellos) de ser agredidos por las hordas independentistas. Al mismo tiempo, el PP procedía en Barcelona a la presentación de sus candidatos para las elecciones del 28 de abril: acudió la extraordinaria cifra de 100 personas. El pasado sábado Pablo Iglesias efectuaba un mitin de Unidas-Podemos en Hospitalet (cinturón rojo de Barcelona): tuvo que contentarse con 200 asistentes y asistentas, en tanto que Pedro Sánchez sólo conseguía reunir en Sevilla un total de 1.000 militantes y militantas o simpatizantes y simpatizantas del PSOE.
Pero más importantes que estas cifras (a cuyo lado las previsiones de los institutos de sondeo resultan simplemente ridículas) es el contenido de lo que unos y otros dicen: el discurso vacío de unos, envuelto en el gastado, insoportable lenguaje "politiqués" de siempre; y, por otro lado, el lenguaje vibrante, sincero, verdadero (se esté de acuerdo o no con sus propuestas) de quienes actúan movidos no por afán de lucro personal, sino por el bien común de la patria. Esa patria cuyo nombre y cuyo destino vuelven de nuevo a vibrar después de que nos los hayan tenido enterrados durante cuatro décadas de sombras.
Con vosotros, amigos, el discurso de Santiago Abascal el sábado pasado en Leganés. Probablemente, el más importante de cuantos lleva hechos.
¡POR ESPAÑA!
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