El común denominador de estos razonamientos es que nos iría mucho mejor de no existir. Nada nos conviene más. Y, desde un punto de vista cartesiano, está clarísimo: para no existir lo más seguro es no pensar de un determinado modo. Interesa, ya que pensar así resulta tan contraproducente, resignarse a la extinción o, como mínimo, camuflarse de buenos centristas y domesticados ciudadanos de segunda.
Es momento de cambiar de táctica o de no comprársela al líder de la extrema izquierda, Pablo Iglesias, y al portavoz del nacionalismo extremo, Aitor Esteban, grandes interesados, sin duda, en el bien de la Monarquía, de España y de la Derecha. Que nos aconsejan que no defendamos al rey…, a renglón seguido de haberlo atacado a base de bien.
Lo peor sería asumir una lógica averiada. Si les preocupa que la derecha se apropie de la bandera nacional, que la ondeen ellos de vez en cuando, y ya será de todos, como es y debería. Voy a terminar, pues, con el sonoro "¡Viva el rey!" que me pide el cuerpo, deseando que hagan lo mismo todos aquellos a los que preocupa tanto que alguien tan carca como yo se apropie de la institución. Así se resolvería el asunto mejor y, de paso, nos dejarían existir a los que pensamos otra cosa.
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