Hay gentes memas y pancistas que prefieren pensar que la invención de la «memoria democrática» es una mera «cortina de humo» para mantener entretenidas (y babeando de resentimiento) a las masas cretinizadas, que así olvidarán los estragos que causa la plaga coronavírica y, sobre todo, los desmanes que la patulea gobernante está perpetrando. Pero, aunque desde luego tenga también esta función cortoplacista, la invención de la «memoria democrática» sirve, sobre todo, para cambiar el pasado y moldear el futuro al mismo tiempo, en una maniobra de pinza temporal que deja chiquitas las pajas mentales de «Tenet», el bodriete barullero de Christopher Nolan. En realidad, la invención de la «memoria democrática» es la maniobra más largoplacista concebible: por un lado, rebobina toda la etapa franquista y altera desde el presente el pasado, creando su propio Tribunal de Orden Público para perseguir delitos políticos (¡esa «fiscalía especial»!), creando su propio Valle de los Caídos «resignificado», creando su propia Causa General, que señale unos crímenes y silencie otros; por otro lado, moldea un futuro de gentes lobotomizadas y superdemócratas, adoctrinadas desde la escuela, que renunciarán a conocer la incómoda y compleja verdad del pasado, para asegurarse la aceptación social y el éxito profesional. La «memoria democrática» será la auténtica «inmunidad de rebaño» que permita a estas gentes una existencia sin sobresaltos. Por supuesto, en este rediseño simultáneo del pasado y del futuro, la derecha tendrá el mismo futuro que el equipo azul en el bodriete de Nolan cuando le quitan la mascarilla de oxígeno: simplemente, el aire no entrará en sus pulmones. Ser de derechas, en el futuro distópico urdido por esta maniobra de pinza temporal, será tanto como hacerse el harakiri. Y, antes que hacerse el harakiri, la gente renegará de la sangre de sus antepasados, convertidos por arte de birlibirloque en fascistas criminales.
Todavía quedan pobres ilusos que piensan que esta invención de la «memoria democrática», por cargarse la ley de amnistía, por crear su propio tribunal de responsabilidades políticas, por pisotear los trampantojos constitucionales de la libertad de opinión, ideológica y de cátedra, será desmantelada por los jueces. Pero, como Gregorio Peces-Barba explicó hace mil años a la derecha chorlita, la interpretación de las leyes depende tan sólo de «la fuerza que está detrás del poder político». Y en el futuro la izquierda siempre estará detrás del poder político, mangoneando jueces a su antojo, con el plácet de una derecha genuflexa que para entonces habrá acatado el pasado «resignificado» por la izquierda. Pero tal invención de la «memoria democrática» no habría sido posible si la derecha española no estuviese atormentada por complejos esquizoides que le impiden contemplar nuestra historia con naturalidad. Tales complejos se han traducido a la postre en una patética desidia ante el pasado, en indiferencia ante el dolor de las víctimas de ambos bandos, en un desprecio grosero y suicida ante fenómenos que requerían un resarcimiento moral, como los cadáveres en las cunetas o el indigno exilio de muchos dignos españoles. Si Aznar y Rajoy hubiesen impulsado este resarcimiento moral, la izquierda habría quedado desactivada; pero prefirieron pensar absurdamente que el pasado no existe, y abrazarse fofamente al «fin de la Historia» de Fukuyama, hasta desembocar en el aguachirle inane de liberalismo seudoprogre, que es el mejor caldo de cultivo para crear mentalidades izquierdistas. Y ahora, una vez creadas esas mentalidades, la izquierda se dispone a pastorear gentes lobotomizadas y superdemócratas, en una maniobra de pinza temporal inexpugnable.
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