La de Rodrigo Rato arrastrando en solitario el petate camino de la entrada de Soto del Real es la foto de un final de régimen. La instantánea que muchos nunca imaginaron llegar a ver, convencidos como estaban de que ese régimen sabía proteger a sus hijos dilectos de las traiciones del tiempo por muchas que hubieran sido las tropelías cometidas. Rato o la representación de la aristocracia de la derecha política española, mucho más que José María Aznar, dónde va a parar, y desde luego infinitamente más que ese lechuguino apellidado Rajoy. Un hombre que reunía en sí mismo la arrogancia de una clase social con posibles, los Rato y los Figaredo, ricos apellidos astures, con el ímpetu en el ejercicio del poder político: Ímpetu y arrogancia que el alambique del poder destiló en soberbia, la que para dar y tomar caracterizaba al personaje en sus buenos tiempos, aquellos en los que se desempeñó como todopoderoso vicepresidente y ministro de Economía, y la facultad de hacer ricos a sus amigos con la privatización de las grandes empresas públicas bajo el primer Gobierno Aznar, y la enorme decepción de quien se creía llamado por derecho propio, y casi divino, a la sucesión, para al final verse preterido por el infame Mariano, ello por culpa de unos informes que Carlos Aragonés, jefe de gabinete, había depositado sobre la mesa de trabajo de Aznar.
Vino después su consagración como estrella de las finanzas mundiales con su elección como director gerente, con rango de jefe de Estado, del FMI, y su asombrosa tocata y fuga camino de vuelta a Madrid sin mediar explicación plausible. A partir de aquel momento, el personaje se entregó con enfermizo frenesí a la acumulación de dinero, que sus amigos eran todos muy ricos y él solo disponía de un buen pasar, un camino de perdición que ha terminado con sus huesos en la cárcel. Ha entrado en Soto del Real por una minucia, un discutible asunto penal, las tarjetas black, uno de esas cuestiones elevadas por un imaginario popular sediento de venganza, revancha social excitada por el populismo rampante, a la categoría de ofensa nacional. Los impuestos de Capone. En el escándalo de las tarjetas ha caído la crème de la derecha, desde luego, pero también la izquierda política y sindical, toda, asunto que el gochista mainstream mediático ha tratado de ocultar. Gente del PSOE, de Izquierda Unida, de CC.OO y de la UGT. Una auténtica foto fin de régimen.
Confieso que verle caminar de esa guisa rumbo al talego me ha causado cierta tristeza: la que producen los juguetes rotos reflejados en el espejo gris del destino. Acostumbrado a tenérmelas tiesas con el personaje en sus días de gloria, cuando llamaba hecho un basilisco a Pedro J. Ramírez, un sábado sí y otro también, a cuenta de mi dominical Rueda de la Fortuna en el diario El Mundo, su caída en los infiernos me ha dejado el regusto amargo de un castigo inútil, de una venganza castrada para la noble tarea de regenerar un sistema hoy asediado por los vientos huracanados de un final de época. “Desengáñese Julián; el problema de España es que nadie está en el sitio que le corresponde”, que decía Ortega a su amigo Marías mientras paseaban por el Retiro madrileño. ¿Tenemos una Justicia igual para todos? ¿De verdad llega, antes o después, puntual para castigo de tirios y troyanos? ¿Sirve para algo este castigo? ¿Será la doña capaz por sí sola de regenerar este patio de monipodio? En días como los actuales, con espectáculos tan lamentables como el protagonizado esta semana por el Tribunal Supremo a cuenta de los pagos hipotecarios, las respuestas no pueden sino estar cargadas de profundo escepticismo. “Desdichada la generación que debe juzgar a sus jueces”.
“Acepto mis obligaciones con la sociedad, asumo los errores que haya podido cometer y pido perdón a la sociedad y a las personas que se hayan podido sentir afectadas y decepcionadas”. Una declaración que le dignifica. Rodrigo Rato en Soto del Real y Jordi Pujol i Soley en su casa de la ronda del General Mitre, zona alta de Barcelona. “Rato en la cárcel. ¿Los Pujol? Bé, gràcies”, titulaba ayer “Dolça Catalunya”, una web barcelonesa que lleva años luchando casi en solitario contra las mentiras del separatismo, ejemplo de sociedad viva dispuesta a pelear hasta el final por su libertad. Autentico emperador del Paralelo catalán, este evasor fiscal confeso atesoró una gran fortuna en el extranjero conspirando contra el Estado, implantó la mordida del 3%, infectó Cataluña con el virus nacionalista mediante su famoso “Plan 2000”, convirtió en millonarios a sus siete hijos, y cuando el tinglado comenzó a amagar quiebra hizo emprender a sus huestes una loca carrera hacia el precipicio de la independencia con el solo objetivo de escapar de la justicia española y poder nombrar a sus propios jueces, naturalmente nacionalistas. La doctrina de Pujol ha terminado destrozando familias, ahuyentando empresas y ulsterizando Cataluña. “Si decides que no quieres muertos, la independencia tarda más”. ¿Están tardando en poner alguno en la balanza?
¿Quién protege a la familia Pujol?
Pero el señorito, auténtico Juan March del prusés, sigue en su casa, sin nadie que le moleste. Todos sus hijos están imputados, pero ninguno en la cárcel. Todos en casa. En su confesión del día de Santiago de 2014, el gran evasor escribió: “Demano perdó a tanta gent de bona voluntat que poden sentir–se defraudats en la seva confiança (…) i que aquesta declaración sigui reparadora en el que sigui possible del mal i d´expiació per a mi mateix”. A diferencia de Rato, no pidió perdón a la sociedad a la que robó y defraudó, sino sólo a quienes confiaron en él, es decir a quienes le votaron. Tiempo después, ante la comisión de investigación abierta en el Parlament para marear la perdiz, el gran capo tuvo la desfachatez de advertir, a preguntas de la camiseta sudada de un tal David Fernández, CUP, aquello de que “si se siega una rama del árbol, caen las demás”. Y la rama sigue firmemente anclada al tronco del nacionalismo supremacista, sin nadie que ose romperla. Convertido en una especie de ayatolá Khamenei, guía espiritual de un prusés al que hoy pone cara un tal Torra, uno de esos monaguillos que en los buenos tiempos de los Alavedra y Prenafeta apenas hubiera servido para abrir la puerta del coche del señorito, don Pujolone ha superado el pánico inicial, pasea tranquilamente por General Mitre–Vía Augusta, se deja ver entre aplausos en actos sociales y de partido, y lleva camino, si el cuerpo aguanta, de retomar los mandos de la nave. Qui protegeix la “famiglia”? ¿Quién protege a la familia Pujol? Es la clave del arco de la ópera bufa catalana.
La protegen los secretos que este peculiar don Vito guarda en caja fuerte sobre los negocios compartidos con la clase política madrileña, y muy en particular con el PP de Mariano Rajoy, de muchos de los cuales, si no de la mayoría, es testigo el inefable Jorge Fernández Díaz. En una entrevista que El Mundo publicaba el domingo pasado, el ministro meapilas contaba que en julio de 2012 pidió permiso a Mariano para negociar con Pujol “algún tipo de acuerdo que evitara que Cataluña entrara en una confrontación con el Estado”. No se le ocurre ir a negociar con Artur Mas, no. Va directo a la cabeza de la serpiente, al gran responsable del dislate que hoy acongoja a Cataluña y a España entera. Pero, ¿cómo podía ir a negociar con Pujol el hombre que durante tantos años le llevó la cartera? ¿Qué autoridad para hacerle entrar en razón podía tener quien, descolocado tras el fin de Alianza Popular, pide trabajo a Pujol y Pujol se lo da (Fundación Asepeyo) y le nombra senador autonómico –con mayoría absoluta convergente–, y le salva de la miseria y le regala tantas y tantas cosas, hasta un bingo en Travesera de Gracia?
El capo catalán sabe demasiadas cosas
Dice Mariano en la entrevista de marras que no cree que la gestión vaya a tener éxito. Nadie mejor que él para saberlo. No lo tuvo. El capo catalán sabe demasiadas cosas. Hasta las razones de su matrimonio. “Si quieres hacer carrera política en el PP, ya sabes lo que tienes que hacer…” Los más avisados en la Ejecutiva del PP estaban al cabo de la calle de las miserias del hombre que no podía aplicar la Ley en Cataluña so pena de saltar por los aires con algunos de los secretos que guarda el gran payés. Las miserias de esta España lacerada por la corrupción. Recuerdan una ejecutiva, previa al referéndum del 1 de octubre de 2017, cuando un valiente toma la palabra y le pregunta qué va a hacer el Gobierno si al final Puigdemont logra poner las urnas en los colegios. El gallego, a su vera la virreina Soraya, duda, pone ojos en blanco, se mesa la barba cana y musita una cita digna de encabezar el historial de la infamia:
–Mejor que no las ponga.
“Ya”, responde el aludido tras intercambiar miradas perplejas, “en eso estamos todos de acuerdo, pero me gustaría saber qué vamos a hacer nosotros, qué medidas piensa adoptar el Gobierno si al final estos tíos logran poner las urnas el día del referéndum”.
–Repito, es mejor que no las pongan…
Se acabó la discusión. También la carrera política de quien se atrevió a interpelar al sátrapa gallego. Dicen que don Jorge prepara unas memorias donde seguro nos contará los muchos años de negocios compartidos, incluso después de que dejara de cobrar de Pujol, cuando por fin consiguió entrar en la almendra del PP como número dos de un Rajoy que acababa de ser nombrado ministro de Administraciones Públicas (5 de mayo de 1996). Muchos años de fructífero business. Hasta la Lotería de Cataluña, conocida hasta 2007 como Loto Catalunya, en el que participaron el Padrone y Manolo Prado y Colón de Carvajal, el intendente de Juan Carlos I. Y esa huida vergonzante a esconderse y mamarse la tarde noche del 31 de mayo, mientras en el Congreso se decidía el destino de España, que ahora solo puede interpretarse en clave de chantaje. Años de negocios y de miserias, que explican por qué la democracia española ha llegado hasta aquí arrastrándose como una sabandija apaleada. Con un presidente del Gobierno cautivo y desarmado ante quienes le auparon a la Moncloa, gente poco o nada amiga de la felicidad de los españoles. Rato en la cárcel, la familia Pujol en casa. Nada se podrá hacer hasta que las vergüenzas de toda una época salgan a la calle y se aireen a plena luz del día.
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