Hay en muchos sectores del nacionalismo identitario catalán y en un porcentaje significativo del independentismo un verdadero esfuerzo de contención para no expresar aquello que verdaderamente sienten: el rechazo por los “españoles” que viven en Cataluña y que, por una razón u otra, no se han convertido a su ideología. Tienen además que refrenar su rabia e impotencia porque las élites separatistas insisten en el discurso del pacifismo, cosa que les duele sobremanera debido a que, por una parte, saben que es la única forma de conseguir el tan ansiado apoyo internacional, que dudo que alguna vez ocurra, pero al mismo tiempo ello les oblig a contener ese desprecio soberbio por lo que consideran una sociedad, la española, inferior en todos los aspectos, según ellos menos racional, menos estructurada.
Hay que decir, para ser justos que no todos los independentistas son iguales, ERC es un partido de origen masón, más universalista; en ellos prevalece la idea de la quimérica Dinamarca del sur, y parece ser que, en su imaginario caben todos los asimilados, tengan el apellido que tengan. Pero Junts per Catalunya o el PDCat, como se quieran llamar, son legitimistas y dividen Cataluña en dos partes bien definidas: “el poble de Catalunya” y “los españoles” o xarnegos, aunque tendrán buen cuidado en dejarse llevar por lo que piensan. El “seny” trilero está siempre manteniendo a raya las vísceras, algo en lo que se entrenan desde pequeños. La escuela pública catalana es tan doctrinaria como amorfa, es una fábrica de amebas sin espíritu, políticamente correctos pero con el software bien cargado de pensamiento nacionalista.
De todos modos, el gran problema con el que nos encontramos los unionistas y también, curiosamente, los identitarios catalanes, es con los “paletos” sobrevenidos y que acostumbran a mostrar la furia propia de los conversos, siendo su ejemplo más paradigmático el de Gabriel Rufián, diputado de ERC en el Congreso.
Convencido de que este personaje cree de buena fe que una Cataluña independiente sería una sociedad más justa, más progresista socialmente, está entregado a ello, a costa de pagar personalmente un precio: el de traicionar a los suyos. Debería ser objeto, por su parte, de un profundo análisis y reflexión la alianza implícita que ello le obliga a efectuar con aquellos que desprecian (el nacionalismo legitimista) sus apellidos, sus orígenes y, por tanto, a sus padres, sus abuelos, su familia. Hacer de perro de presa de los mismos que en realidad le minusvaloran, e incluso se avergüenzan secretamente de él, recuerda al personaje de Samuel L. Jackson, el esclavo de color liberado a cambio de tratar con mano dura a los suyos, en la película de Tarantino, Django desencadenado (2012).
Los conversos no saben que Cataluña y su famosa prosperidad vive y ha vivido siempre tranquila debido a la tradicional e histórica épica española, de donde forman parte personajes de la mitología catalana como el tan honrado defensor de España Rafael de Casanova. Y es que para que una región pueda llenarse de “botigas” modernas e innovadoras y de creativos avanzados en las artes y las ciencias es necesario que alguien ponga la testosterona, la fe y la guerra cuando sea necesario.
La cuestión es que, como ya ocurrió en el País Vasco, con todos los Pérez, Rodríguez y García haciendo de abertzales de izquierda, y yendo de veraneo al pueblo de los padres en Badajoz o Granada, en Cataluña también tenemos un sector de conversos que al pronunciar dos o tres palabras seguidas en catalán y bajo la aquiescencia de algún pequeñoburgués paternalista que les felicita, pasan a ser, por arte de birlibirloque, nacionalistas radicales, capaces de dar su vida por la nueva nación que les ha acogido y con la que se identifican de manera completa y total, igual que hacían las niñas con Hannah Montana, aunque luego esta acabase siendo una petarda transgresora que canta y las niñas tuvieran que identificarse con la hermana mayor o la vecina de al lado.
Por suerte lo de esta comunidad es un bucle que tenemos que padecer “los otros” cada cierto tiempo, ellos solos se retroalimentan, entran en espiral, alcanzan el cielo de su imaginario, para luego volver a la normalidad cotidiana: calçots, castells, botifarrada, Barça y TV3.
Y los conversos, cuando ya no sirven para azuzar al contrario, acaban siendo “mirados” con el mismo desdén con que lo fueron, pero esta vez sin disimulo, por los amos a los que tan fiel y perrunamente sirvieron.
Algunos pierden la dignidad por luchar, de forma vehemente, contra sí mismos.