Sobre ese escenario, Abascal, Monasterio y Ortega–Smith afearon sin rebozo a PP y C’s su sumisión, su miedo, su colaboracionismo: “somos la resistencia”.
La llamada a la rebelión frente al progresismo llevó al éxtasis a la audiencia, electrizada por la desnudez de la propuesta voxista, que descabezaba inmisericorde las eucaristías con ruedas de molino de la corrección política.
El rescate de la clase media, la libertad de los padres para educar a sus hijos, la preservación del Estado de Bienestar, tuvieron su eco en los discursos. Pero fueron – claro – las llamadas a la identidad, las apelaciones al sentido colectivo, lo “nacional” lo que inflamó la pasión en la grada y el albero: separatismo, inmigración, memoria histórica.
Un discurso fresco, novedoso, pleno de hallazgos erigidos sobre el sentido común y la defensa de la libertad y de un proyecto nacional. Pero, sobre todo eso, un discurso con sobrada cintura como para encarar el anatema supremo – “facha” – y provocar el jolgorio universal.
La danza ha empezado, y ya no va a parar. Era previsible. A VOX le van a caer de todas partes. Ahora se trata de que no se pongan palos en las ruedas, y de que el partido evite los factores limitantes en su propuesta política.
Definición, sí; mucha, la que haga falta, y esa ya está hecha: patriotismo y libertad, soberanismo nacional e identidad. Limitación, ninguna. Tarea fundamental de VOX es aunar, en un marco muy amplio que permita la construcción de un proyecto político actual, realista y generoso, a todos aquellos que sientan esos principios. Los que estuvimos ayer en Vistalegre sabemos que eso ya está sucediendo.
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