¿Cómo entender las risotadas de los diputados sediciosos catalanes en la meseta que culmina la escalinata del Parlament, si sabían que horas después el Gobierno aplicaría el artículo 155 de la Constitución que acordó, entre otras, la disolución de la Cámara autonómica?
La simple vesania del núcleo irradiador indepe no era una posibilidad a descartar “prima facie”. Sin embargo, un libro que sólo puede calificarse de acontecimiento, ha despejado las brumas.
Se trata de la edición del profesor Jerónimo Molina Cano de las memorias del “peceísta” (PCE) y anticomunista sin solución de continuidad, Francisco Félix Montiel (1908 Águilas-2005 Lima), Los almendros de Urci. Memorias de una vida revuelta (Editorial Renacimiento, 2017).
Publicado hace escasas semanas, el libro está al nivel del celebérrimo de Arthur Koestler El cero y el infinito, y quizás por eso sea perseguido y hasta criminalizado por la Komintern de cartón piedra podemita en coalición con los medios de propaganda amigos. Da igual. Las memorias son el testimonio de un diputado socialista de la II República acerca de la traición de los prebostes comunistas y de la URSS de Stalin a la clase trabajadora y a los soldados que lucharon contra Franco. Implacable, irrebatible.
Sólo me detendré en el análisis de un hecho deliberadamente olvidado y que por sí solo sirve para desacreditar ante la Historia la supuesta heroicidad del PCE y de sus dirigentes como organización política. Se trata del golpe del coronel Casado la noche del 5 al 6 de marzo de 1939, al que Montiel define como “golpe de Estado imposible”.
El espectáculo de historia ficción de marzo del 39 que el memorialista describe se resume en la paradójica y lastimera frase “hemos sido derrotados” de La Pasionaria, cuando el pronunciamiento de Casado desde el viejo Ministerio de Hacienda en la calle de Alcalá no era más que “una isla sin defensa rodeada de cañones comunistas por todas partes”. De las páginas donde Montiel desgrana con minuciosidad los entresijos del autogolpe comunista por la persona interpuesta del “tonto útil” de Casado, refulge una verdad colateral: el fatal desenlace para los indepes de su “procés” se inspira en la misma voluntad de perder que tenía el PCE del final de la guerra civil.
Son los dirigentes catalanes sediciosos los que organizan su derrota, pero deben culpar del desastre a un tercero para seguir apareciendo como luchadores resistentes.
Durante el periodo que transcurre desde la caída del President Mas y su sustitución por Puigdemont con el visto bueno de las CUP el 10 de enero de 2016, hasta la provocación de las llamadas “leyes de desconexión” de 8 de septiembre de 2017 y el voto en el Parlament de la declaración unilateral de independencia (DUI) el 27 de octubre del mismo año, se desarrolla una estrategia perdedora que culmina en la liquidación del “procés” por la minúscula oposición de los dirigentes indepes a la aplicación del artículo 155 de la Carta Magna por el Gobierno de Rajoy, y su nula voluntad de imponer las leyes de la nueva República.
Forcadell, la presidenta de la Cámara autonómica que consiente el golpe de fuerza a la legalidad española que supusieron las “leyes de desconexión”, para inmediatamente después aceptar la disolución del Parlament por obra del 155 y repudiar la secesión ante el instructor del Tribunal Supremo para evitar la cárcel, es la representación más acabada (por perfecta y por amortizada) de una traición pura, sin máscara que pueda salvar un ápice de dignidad.
Aunque la felonía al “procés” es idéntica en Puigdemont y en su vicepresidente Junqueras, aunque uno se disfrace de exiliado y el otro de preso político; igual en Junts pel Sí y en ERC, cuyos representantes en el Congreso de los Diputados declaran sin pudor que “no hay independencia porque no hay una mayoría de catalanes que la quiera” (Tardá, 14/11/2017), después de arrogarse durante años la representación toda del pueblo catalán.
Y qué decir de las CUP, los auténticos muñidores de la creación de una estructura para la derrota, herederos naturales de los dirigentes del PCE de 1939, responsables intelectuales y colaboradores imprescindibles de la traición a su causa, pero libres de cualquier responsabilidad penal o política. A este respecto hay que recordar que el primero que salió raudo a reconocer la derrota de Puigdemont fue el diputado de las CUP, Benet Salellas, que en menos de 48 horas desde la proclamación del 155, declara en un sanedrín de los suyos que “el Govern no está preparado para un escenario de unilateralidad y carece de estructuras de Estado propias” (29/10/2017).
La pregunta que nadie hizo al indepe es por qué entonces decidieron votar favorablemente la DUI dos días antes en el Parlament si sabían que era imposible ganar. Por qué negaron su apoyo a Puigdemont para que éste convocase unas elecciones autonómicas que habrían evitado la aplicación del 155 y el fin del Govern rebelde. La respuesta es obvia: porque su objetivo real era el fracaso de la Generalitat. Y para conseguirlo trabajaron con denuedo hasta el último momento.
Una gran enseñanza de las memorias de Montiel es que la organización en la retaguardia del fin de la República no fue fruto de un pacto entre los comunistas y Casado o los franquistas.
Es obvio que Franco puso de su parte en la derrota, pero el lamentable escenario de huidas apresuradas (“Los camaradas deciden que yo salga de España. Me resisto. Expongo mis razones. No sirven de nada mis argumentos. La dirección del partido ha decidido que marche, y debo marchar…” Dólores Ibarruri, pág. 290), y consiguiente abandono a los combatientes con una rendición sin honor a los lugartenientes de Franco, fue obra exclusiva de la burocracia comunista que necesitaba el triunfo total del Alzamiento para ocultar su entreguismo, su responsabilidad en el desenlace.
Viene esto a colación porque el cuento de que el desastroso final del “procés” para los indepes es fruto de un pacto entre éstos y Rajoy no es más que eso, un puro cuento. Ni siquiera hay un pacto entre las CUP y Puigdemont, pues los primeros no le han apoyado en su pretendido movimiento de resistencia al 155 desde Bruselas.
Las CUP y sus compañeros de viaje infiltrados en ERC o en Junts pel Sí, no pueden permitir una salida honrosa a la Generalitat, una solución pactada con el Gobierno español, pues entienden que eso sería reconocer ante los suyos que la independencia es una quimera ridícula.
Las CUP necesitan un 155 largo, que el Gobierno de la Generalitat esté dirigido desde Madrid cuanto más tiempo mejor. En eso se empeñaron desde la renuncia de Mas y el nombramiento de Puigdemont en 2016 hasta hoy.
Es la misma estrategia que empleó la dirigencia comunista en el 39 negándole al coronel Casado las fuerzas militares que habrían permitido intentar una rendición pactada con Franco. Si España no era comunista la mejor opción es que fuera franquista al cien por cien.
De la misma manera, las CUP y sus afines en otros partidos han decidido que puesto que no van a arriesgar su cómoda existencia combatiendo por la causa, lo mejor es que la Generalitat deje de existir para que nadie tenga dudas de que toda la culpa del fracaso indepe es obra exclusiva del totalitario Gobierno español.
Por tanto, el supuesto pacto Rajoy-indepes del que hablan los teóricos de la conspiración falla por la misma base, ¿pues qué pacto va a alcanzar Rajoy si nadie quiere negociar con él?, ¿si el objetivo sedicioso es el triunfo por goleada del Gobierno español?
La no existencia de una lista única rebelde para las elecciones del 21 de diciembre demuestra que ni habrá resistencia común ni un interlocutor indepe aceptado por todos. El libro de Francisco Félix Montiel nos permite entender también la salida al problema que ha encontrado Rajoy.
Como hemos dicho, los rebeldes estructuran su derrota, pero no encuentran a nadie en sus filas que haga de coronel Casado, que dé un autogolpe, que les proporcione una coartada para la rendición, porque Puigdemont se niega a ser el chivo expiatorio de los indepes al no convocar las elecciones autonómicas que le solicitaba Rajoy para negociar y evitar la aplicación del 155.
Ahí acaba la posibilidad de un apaño entre sediciosos y Rajoy, pues el Gobierno de la Nación no tiene más remedio que disolver el Parlament y cesar a los consejeros autonómicos ante la evidencia de que ningún indepe colaborará para reconducir el conflicto. Ni siquiera el exconsejero de Puigdemont, Santi Vila.
Es decir, Rajoy no tiene más alternativa que reprimir de forma directa, vía 155, a los rebelados, pero con ello se queda sin interlocutores con los que pactar una rendición honrosa.
Es la situación soñada por los indepes que ya tienen su Casado…, y también su Franco, pues el golpe del coronel Casado sólo fue una excusa, un simple pretexto instrumental para que la victoria del Alzamiento fuese absoluta.
La cuestión es que Rajoy intuye que quieren hacerle pasar por el Franco del siglo XXI, el “tonto útil” de la estrategia perdedora indepe, y se niega. No quiere ganar como el Generalísimo, pues sabe que la superioridad moral que todo derrotado enarbola siempre sería una baza en su contra que el enemigo no dejará de utilizar. Huye, pues, de una victoria por aplastamiento que en realidad es un regalo envenenado.
Y para escapar de la celada convoca elecciones autonómicas, en contra de los intereses de los sediciosos, con la finalidad de tener un interlocutor en la Generalitat para negociar un acuerdo que despeje cualquier duda de autoritarismo en el Gobierno de España, pues incluso para firmar la paz es necesaria la presencia del vencido.
Su problema es que no sabe quién será la otra parte, incluso si tendrá alguien en el otro lado de la mesa; lo que vuelve a desmentir la posibilidad de que lo ocurrido hasta ahora (DUI indepe y 155 del Gobierno) sea consecuencia de un pacto entre sediciosos y Rajoy para salvarse mutuamente el honor.
De lo que no hay lugar a dudas es de que Los almendros de Urci, las memorias de Montiel, suponen un hito en la bibliografía anticomunista mundial y una obra imprescindible para entender, entre otras cosas, el plan derrotista, la voluntad de perder del independentismo en Cataluña.