Igualdad humana y modelos de sociedad
MARIANO RAJOY
Uno de los tópicos más en boga en el momento actual en que el modelo
socialista ha sido votado mayoritariamente en nuestra patria es el que
predica la igualdad humana. En nombre de la igualdad humana se aprueban
cualesquiera normas y sobre las más diversas materias: incompatibilidades,
fijación de horarios rígidos, impuestos -cada vez mayores y más progresivos-
igualdad de retribuciones...En ellas no se atiende a criterios de eficacia,
responsabilidad, capacidad, conocimientos, méritos, iniciativa o habilidad:
sólo importa la igualdad. La igualdad humana es el salvoconducto que todo lo
permite hacer; es el fin al que se subordinan todos los medios.
Recientemente, Luis Moure Mariño ha publicado un excelente libro sobre la
igualdad humana que paradójicamente lleva por título "La desigualdad
humana". Y tal vez por ser un libro "desigual" y no sumarse al coro general,
no ha tenido en lo que ahora llaman "medios intelectuales" el eco que
merece. Creo que estamos ante uno de los libros más importantes que se han
escrito en España en los últimos años. Constituye una prueba irrefutable de
la falsedad de la afirmación de que todos los hombres son iguales, de las
doctrinas basadas en la misma y por ende de las normas que son consecuencia
de ellas.
Ya en épocas remotas -existen en este sentido textos del siglo VI antes de
Jesucristo- se afirmaba como verdad indiscutible, que la estirpe determina
al hombre, tanto en lo físico como en lo psíquico. Y estos conocimientos que
el hombre tenía intuitivamente -era un hecho objetivo que los hijos de
"buena estirpe", superaban a los demás- han sido confirmados más adelante
por la ciencia: desde que Mendel formulara sus famosas "Leyes" nadie pone ya
en tela de juicio que el hombre es esencialmente desigual, no sólo desde el
momento del nacimiento sino desde el propio de la fecundación. Cuando en la
fecundación se funde el espermatozoide masculino y el óvulo femenino, cada
uno de ellos aporta al huevo fecundado -punto de arranque de un nuevo ser
humano- sus veinticuatro cromosomas que posteriormente, cuando se producen
las biparticiones celulares, se dividen en forma matemática de suerte que
las células hijas reciben exactamente los mismos cromosomas que tenía la
madre: por cada par de cromosomas contenido en las células del cuerpo, uno
solo pasará a la célula generatriz, el paterno o el materno, de ahí el mayor
o menor parecido del hijo al padre o a la madre. El hombre, después, en
cierta manera nace predestinado para lo que habrá de ser. La desigualdad
natural del hombre viene escrita en el código genético, en donde se halla la
raíz de todas las desigualdades humanas: en él se nos han transmitido todas
nuestras condiciones, desde las físicas: salud, color de los ojos, pelo,
corpulencia...hasta las llamadas psíquicas, como la inteligencia,
predisposición para el arte, el estudio o los negocios. Y buena prueba de
esa desigualdad originaria es que salvo el supuesto excepcional de los
gemelos univitelinos, nunca ha habido dos personas iguales, ni siquiera dos
seres que tuviesen la misma figura o la misma voz.
Esta búsqueda de la desigualdad, tiene múltiples manifestaciones: en la
afirmación de la propia personalidad, en la forma de vestir, en el ansia de
ganar -es ciertamente revelador en este sentido la referencia de Moure
Mariño al afán del hombre por vencer en una Olimpiada, por batir marcas,
récords...-, en la lucha por el poder, en la disputa por la obtención de
premios, honores, condecoraciones, títulos nobiliarios desprovistos de
cualquier contrapartida económica... Todo ello constituye demostración
matemática de que el hombre no se conforma con su realidad, de que aspira a
más, de que busca un mayor bienestar y además un mejor bien ser, de que, en
definitiva, lucha por desigualarse.
Por eso, todos los modelos, desde el comunismo radical hasta el socialismo
atenuado, que predican la igualdad de riquezas -porque como con tanta razón
apunta Moure Mariño, la de inteligencia, carácter o la física no se pueden
"decretar"- y establecen para ello normas como las más arriba citadas, cuya
filosofía última, aunque se les quiera dar otro revestimiento, es la de la
imposición de la igualdad, son radicalmente contrarios a la esencia misma
del hombre, a su ser peculiar, a su afán de superación y progreso y por
ello, aunque se llamen a sí mismos "modelos progresistas", constituyen un claro
atentado al progreso, porque contrarían y suprimen el natural instinto del
hombre a desigualarse, que es el que ha enriquecido al mundo y elevado el
nivel de vida de los pueblos, que la imposición de esa igualdad relajaría a
cotas mínimas al privar a los más hábiles, a los más capaces, a los más
emprendedores... de esa iniciativa, más provechosa para todos que la igualdad
en la miseria, que es la única que hasta la fecha de hoy han logrado
imponer.
(Publicado en El Faro de Vigo. 04.03.1983)