Las inminentes elecciones del día 28 presentan unas características que las hacen mucho más importantes que todas las pasadas. En ellas, si consiguen una victoria suficiente la coalición de las izquierdas y los partidos separatistas, el destino de España quedará marcado según un patrón que no han diseñado ni el PSOE, ni Podemos, ni ERC, sino que viene siendo configurado desde los años noventa por el entorno de ETA.
De todos es sabido la fascinación y reverencia que ETA produce entre los miembros de la izquierda española. Basta con que un etarra muestre algún signo de "buenas" intenciones para que los homenajes y los halagos de socialistas y comunistas lleguen hasta el empalago. Lo hemos visto de sobra con los agasajos de los que han sido objeto en Madrid en los ultimos años personajes tan siniestros como Juana Goiricelaya o Arnaldo Otegui. No hay que olvidar algo que los medios de comunicación obvian sistemáticamente: ETA es comunista. No hablamos a tontas y locas cuando señalamos que existe, por lo menos desde los tiempos de Rodríguez Zapatero, una confluencia estratégica entre el independentismo y la izquierda "española". Para calcular la vigencia y poder de esa política en el PSOE, por ejemplo, baste con observar el triste destino que han padecido los que se han opuesto con resolución a tal designio: Rosa Díez, Maite Pagazaurtundúa, Nicolás Redondo Terreros, Gotzone Mora y demás.
El que exista ese acuerdo en el largo plazo no impide los enfrentamientos a medio y corto término, pero siempre de carácter táctico, y derivados de urgencias políticas inmediatas. Como es, por ejemplo, el tema de los indultos de los reos separatistas catalanes o el ritmo de la disimulada suelta de terroristas etarras de las cárceles. Pero el fin de separatistas e izquierdistas es idéntico: convertir a España en una república confederal de Estados, en la que el poder central sería meramente anecdótico y controlado en último término por los representantes de las confederaciones vasca y catalana. Pese a lo que nos pueda parecer, este cuadro no difiere demasiado del vigente, donde la monarquía parlamentaria pseudofederal que padecemos es rehén de los partidos secesionistas. Sería una intensificación de la situación actual, un blindaje jurídico de un régimen privilegiado de los separatismos vasco y catalán.
El fin de separatistas e izquierdistas es idéntico: convertir a España en una república confederal de Estados, en la que el poder central sería meramente anecdótico y controlado en último término por los representantes de las confederaciones vasca y catalana.
ETA está en los orígenes de buena parte de la izquierda española, y en especial del mundillo marxista-leninista del que surgirá Podemos. Tanto el Movimiento Comunista de España como la Liga Comunista Revolucionaria tuvieron su inicio en Eta Berri y ETA VI, por no hablar de ese vínculo pocas veces citado entre ETA VI, Euskadiko Eskerra y PSOE. Y, por supuesto, bendiciendo todo este connubio abertzale y marxista, nunca falta un salesiano o jesuita para ceder una casa de ejercicios o un despacho parroquial. No entenderemos jamás a ETA y al separatismo radical si no investigamos y exponemos sus raíces cristiano-marxistas. Es decir, que lo que la izquierda española ha visto mal (y no siempre) en ETA ha sido la violencia. Y no por imperativos morales de ningún tipo, sino porque en los años ochenta podía provocar una involución y porque, a partir de los noventa, la lucha armada comenzó a ser evidentemente inútil y manifiestamente impopular y odiosa, como se pudo comprobar con los asesinatos de Gregorio Ordóñez y de Miguel Ángel Blanco. Tras matar al primero, el PP se convirtió en el partido más votado de San Sebastián. Después del suplicio del concejal de Ermua, los etarras ocasionaron una tormenta de indignación que al PNV le costó un trabajo ímprobo amainar, encauzar y extinguir. No es de extrañar que desde los círculos más inteligentes de la izquierda abertzale se tratase de reconducir el proceso con una serie de políticas que empiezan con la Alternativa Democrática de 1995.
¿En qué consiste este camino iniciado en los años noventa?: En reconocer la posibilidad de mantenerse pacíficamente en la legalidad estatutaria siempre que en ella se reconociera el derecho a la autodeterminación y que se permitiera a mediadores (o relatores, como se les denomina ahora) participar como facilitadores en la resolución de un conflicto entre el pueblo vasco y el "Estado español" (eufemismo con el que las izquierdas evitan el nombre aborrecido de España). En el 2003, el Pacto del Tinell entre PSC y ERC extendió este concepto a Cataluña. Recordemos que en él se trata a esta comunidad como una nación "avanzada" y se exigen avances radicales en el autogobierno. Fruto de estos acuerdos fue el estatuto manifiestamente anticonstitucional de 2005, donde Cataluña se proclama como nación. Con estos consensos se daba por amortizada la idea de una España unitaria y se iniciaba el camino de la disgregación en taifas y cantones, acelerada hasta la locura en los tiempos actuales. Como el PP de Rajoy se limitó a continuar con las inercias de la era de Zapatero, nos encontramos con el Procés catalán en 2017.
Desde que en 1978 se produjera en la redefinición de la Alternativa KAS, la autodeterminación fue presentada de forma alternativa con la independencia y la autonomía y el entorno de ETA no ha dejado de jugar con esta idea, de ahí la colonización por parte de Herri Batasuna de la extrema izquierda española en los ochenta, donde fundó y apadrinó todo tipo de nacionalismos de extrema izquierda en Castilla, Andalucía o Asturias, política cuyos precedentes intelectuales se pueden encontrar en los mapas delirantes que Federico Krutwig diseñó en su Vasconia (1963). Con instinto político infalible, pero no oportuno, la izquierda abertzale de aquel tiempo intuyó que, más que la independencia frente a España, podía resultar más viable una confederación laxa de republiquitas muy débiles, sometidas a la tutela de Euskadi. Lo que le faltaba al afán batasuno en su proyecto de disgregación de España era un socio, un partenaire con la fuerza suficiente para imponer su idea en el resto de un país que, en principio, no parece muy propicio a esas andanzas. Estaba claro que ni el PCE ni Izquierda Unida eran capaces de aportar ese peso sociológico. Fue mucho más tarde, en 2015, cuando Mariano Rajoy les regaló un satélite maketo ideal, Podemos.
La Ley de Memoria "Histórica" es un instrumento esencial para este proceso de legitimización de ETA, para incluirla entre las fuerzas de la alianza progresista
Pero mucho antes, en 2003, el pacto del Tinell demostró a la izquierda abertzale que ese socio deseado por fin hacía acto de presencia: un De Gaulle madrileño dispuesto a negociar y transigir con el FLN vasco. José Luis Rodríguez Zapatero tenía un proyecto: alejar para siempre a la derecha del poder pactando con los nacionalistas lo que fuera necesario para ese fin. Aunque nunca fue una lumbrera, el presidente más bobo de nuestra historia sabía que tal alianza implicaba la renuncia a una España unida e indivisible. La política socialista en Cataluña entre 2003 y 2006 demostró a los estrategas del mundo etarra que en Madrid había un gobernante dispuesto a todo con tal de mantenerse en la Moncloa. El llamado proceso de "paz" entre Zapatero y ETA fue, sin duda, la jugada maestra de la izquierda abertzale. En principio, el presidente español contaba con todas las bazas a su favor; para empezar con la apabullante derrota policial de ETA. Pero los separatistas jugaban sus cartas, igual que siempre, con visión a largo plazo, histórica, sin sacrificar lo permanente a lo efímero. Es decir, justo al revés de lo que imperó desde 1977 en los gobiernos de Madrid. El cebo en el que el gobierno socialista mordió era la "paz" o la pazzzz, como pronunciaba aquel mequetrefe semiculto que nos llevó a todos a la ruina en su segunda legislatura. En febrero de 2010 se produce la Declaración de Bruselas; en junio de ese mismo año, se llega al acuerdo Lortu arte entre Eusko Alkartasuna y la izquierda abertzale para seguir por el camino de la autodeterminación por vías pacíficas; acuerdo apadrinado por los catalanes de ERC y los gallegos del BNG. A ETA ya le queda muy poco para ser buena: hay que dejar de matar, cosa facilísima porque era ya completamente incapaz de hacerlo. El 5 de septiembre de 2010 se produce el alto el fuego de una banda que ya sólo era realidad virtual debido al acierto y la eficacia del cerco policíaco. Mientras tanto, premios nóbeles de extrema izquierda, obispos, terroristas irlandeses, palestinos y castristas, más otros pajarracos, zascandiles y bergantes humanitarios de pelaje tirando a rojo, empiezan a meter las narices y a intentar internacionalizar la resolución de un conflicto que nunca existió. Zapatero muerde gustoso el anzuelo: evita la derrota definitiva de ETA, admite y promueve en las instituciones a los hombres y las políticas de la banda y, al mismo tiempo, puede anunciar a un pueblo estupefacto e indignado que se ha conseguido la "pazzzz". Pese a todo, perderá las elecciones debido a su incompetencia económica extrema. Su sucesor se limitó a seguir una política a la que, antes de ganar las elecciones, calificó acertadamente de "traición a los muertos".
Las ideas son armas de combate. La destrucción de España también precisa de ellas. Una de las constantes ideológicas de la izquierda abertzale es su deslegitimación del régimen del 78, al que considera una metamorfosis del franquismo (algo en lo que no le falta razón). Para ETA y su entorno, el franquismo es el pecado original de España, el régimen maléfico y opresor que inició el conflicto, la dictadura fascista (risum teneatis) ante la cual la organización armada no opuso sino una "legítima" resistencia. La Ley de Memoria "Histórica" es un instrumento esencial para este proceso de legitimización de ETA, para incluirla entre las fuerzas de la alianza progresista: si el franquismo era un régimen de una maldad absoluta, ¿alguien le puede reprochar a ETA su nacimiento y su actividad? Y si el régimen vigente es un continuidad del franquismo, ¿no tenía ETA sus buenas razones para seguir asesinando después de 1978? Por eso, la Ley de Memoria "Histórica" es una pieza esencial del régimen que se quiere instaurar, herramienta indispensable para atribuir toda la legitimidad a la izquierda y al separatismo, unidos por su oposición a la dictadura, y no menos útil para deslegitimar a las derechas y, sobre todo, a la monarquía, que es el único obstáculo institucional capaz de resistir la ofensiva disgregadora y confederalista.
La misma leyenda de la persistencia del franquismo en España se reflejaba en buena parte de los 21 puntos que el presidente Torra le impuso al "doctor" Sánchez en su entrevista de Barcelona. Frente a la España unida y unitaria "franquista", la izquierda abertzale y el separatismo catalán necesitan la nación de naciones del PSC, que es quien realmente controla el PSOE; sobre todo porque los sucesos de octubre de 2017 demostraron que la independencia es imposible dentro del conjunto de la Unión llamada "Europea", pero que Bruselas no se opondría a una conversión de España en un Estado-pantalla, en lo que podemitas, socialistas y hasta liberales llaman un espacio de derechos, que mantenga ciertos elementos administrativos comunes básicos bajo una sombra de soberanía compartida entre las diferentes taifas.
Hacia eso vamos, y cada vez a mayor velocidad. Sólo se podrá frenar esta carrera suicida si una mano firme empuña el volante, cambia de dirección y aprieta el freno. No es tarea fácil y se engendrarán muy graves conflictos. Para eso hace falta un jefe y una mano de hierro, que no tiemble a la hora de defender el país. Es decir, que para eso no sirven los políticos que hasta ahora hemos sufrido. Tendremos en cuestión de horas que elegir entre la "España" de ETA y la España unida. No es momento de andarse con remilgos.
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