La Cruz Laureada de San Fernando es la máxima condecoración militar española. Fue creada por las Cortes de Cádiz en 1811. El último caballero laureado vivo era el teniente general Adolfo Esteban Ascensión, que acaba de fallecer en el más completo olvido por parte de los medios de comunicación e instancias oficiales. El ministro de Defensa no estuvo en el entierro. Tampoco ninguna representación institucional del Estado. Todos los países honran a sus héroes, con independencia de las circunstancias políticas en que fueran condecorados. Normalmente se considera que la recompensa forma parte del acervo cultural y político de una nación. España, por lo que se ve, es diferente.
Diego de Arcaya
El teniente general Adolfo Esteban Ascensión recibió hace unos días cristiana sepultura en un acto íntimo y familiar en el cementerio del Santo Angel de la Guarda de Segovia, al que asistieron un buen número de amigos y compañeros y donde se hicieron notar algunas clamorosas ausencias, empezando por la de José Antonio Alonso, Ministro de Defensa.
El general Esteban era el último caballero de la Orden Militar de San Fernando que quedaba con vida. La Real Orden de San Fernando, conocida popularmente como la laureada, fue creada por las Cortes de Cádiz en 1811 y distingue las conductas heroicas en hechos de armas. Al general Esteban le fue concedida siendo capitán de caballería, por su bizarra defensa de la posición de Las Minas, en el frente de Vizcaya, hecho acaecido el 27 de mayo de 1937, cuando su escuadrón fue atacado por fuerzas enemigas muy superiores en número y, agotada la munición, supo rechazarlas machete en mano.
Ningún medio de comunicación de difusión nacional se ha hecho eco de la noticia. Ni siquiera ABC, donde la familia dio a conocer el fallecimiento mediante una esquela, ha dedicado una sola línea al asunto. ¿Desdén?, ¿ignorancia?, ¿ninguneo deliberado? El caso es que en unos tiempos en que tantos espacios informativos están repletos de noticias frívolas e insustanciales, cuando no abiertamente estúpidas, el silencio sobre la muerte del veterano militar es todo un síntoma de la desmemoria histórica y de la banalidad mediática en la que hace tiempo nos encontramos instalados.
¿Para qué sirven las condecoraciones?
Siempre hemos pensado que los premios y distinciones sabiamente administrados constituyen un poderoso instrumento de cohesión social. El honor que reportan ha movido desde tiempo inmemorial a los hombres y a los pueblos a cumplir con severidad sus más estrictas obligaciones. Y el reconocimiento visible que implican puede alentar, en quienes no los poseen, el anhelo de perfección y la voluntad superadora. Por eso han existido, y existen, en todos los regímenes políticos, con independencia de su particular orientación ideológica.
España cuenta con un variado acervo de órdenes y condecoraciones, algunas de ellas muy antiguas y prestigiosas, que forman parte por derecho propio del patrimonio jurídico e iconográfico de todos. Y puede decirse que la Real y Militar Orden de San Fernando, junto con la Insigne Orden del Toisón de Oro, figura al frente del escalafón de todas ellas. Pero a diferencia de lo que ocurre en otras naciones de nuestro entorno cultural e histórico, donde este clase de tradiciones son respetadas y tratadas con cierta seriedad y decoro, en nuestro país lo mismo da pertenecer a una corporación caballeresca que hunde sus raíces en la Edad Media que ser miembro de una cofradía con fines gastronómicos y verbeneros.
El trasfondo que subyace en este lamentable episodio de amnesia social que estamos examinando es de más hondo calado y merecería un análisis más detenido. Así, la proliferación en las últimas décadas de condecoraciones sin un claro criterio inspirador y sin que los sucesivos Gobiernos de la Monarquía se hayan preocupado de difundir entre los ciudadanos y las instituciones del Estado una cultura premial que explique la verdadera razón de ser de las distinciones honoríficas en el marco de una sociedad democrática y las características y peculiaridades de cada una de ellas.
De este modo se explica el actual goteo de imposición de condecoraciones por parte de los políticos más dispares y en los lugares más variopintos, donde el rito solemne como ceremonia institucional es suplantado muchas veces por una puesta en escena al más puro estilo Hollywood –palabras deslucidas y atuendos, decorados y gestos corporales desenfadados-, y cualquier referencia a la Corona como fons honorum sistemáticamente silenciada.
Aunque la Real y Militar Orden de San Fernando no queda formalmente extinguida con la muerte del último laureado, pues el Ministerio de Defensa, merced a una decisión de ingeniería legal, la va a mantener en funcionamiento incorporando en su seno a militares distinguidos con otras recompensas de menor categoría, lo cierto es que con la muerte del general Esteban desaparece una estirpe de servidores de las armas que supieron hacer de sus vidas un estilo de conducta, de renuncia y espíritu de sacrificio hoy en franco declive en nuestras Fuerzas Armadas. Por lo demás, si bien con el Reglamento de la Orden en la mano es teóricamente posible que puedan concederse en el futuro nuevas laureadas, los militares tienen muy asumido el hecho de que en estos tiempos de conflictos asimétricos y paranoicas guerras preventivas resultará en la práctica imposible acreditar el valor heroico en el campo de batalla.
Al fin puedes descansar en paz, mi general, después de una vida plena de sentido. Pese a que la mayoría no se haya enterado, la Historia te ha reservado el honor de ser el último representante de una confraternidad de elegidos. Seguro que en estos momentos estarás compartiendo la formación con el ejército de ángeles con espadas que custodia el Paraíso.