Vox se está equivocando

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 Es costumbre muy extendida, de elemental cortesía parlamentaria, e incluso periodística, la concesión de un periodo de gracia al gobernante recién electo, cien días generalmente, para después valorar y criticar a conveniencia. Además de no ser, estrictamente hablando, el caso de Vox, se trataría de un lujo que no se puede permitir. Por otra parte, los partidos políticos no tienen por qué librarse de tan elemental práctica –la de la crítica/autocrítica–, más cuando su vida siempre es anterior a las elecciones, de una u otra manera; caracterizándose por una común voluntad de proyección en el futuro, explicitada en proyectos que pretenden conjugar los intereses nacionales, las líneas maestras de cada partido y las pequeñas o grandes ambiciones personales. Es el momento, pues, de mirar hacia atrás, pensar en las realidades de hoy y empezar a plantearse respuestas a los seguros desafíos del mañana.

1.- La nada, Andalucía, la crisis

Hay que partir de una premisa: ¿quién podía imaginar, hace 365 días, que Vox pasaría de una irrelevante marginación a convertirse en fulgurante novedad del firmamento político español?

De una presencia institucional limitada a unas decenas escasas de concejales desconocidos y sin proyección alguna, en 365 días Vox ha obtenido, conforme el balance de 29 de mayo remitido por el secretario general Javier Ortega Smith a sus afiliados por correo electrónico: 24 diputados en el Congreso, 1 senador, 3 eurodiputados europeos, 49 diputados autonómicos repartidos en 9 Comunidades, 530 concejales en unos 350 ayuntamientos (muchos en ciudades de gran importancia, caso de Madrid, Zaragoza o Valencia). Por lo que se refiere a datos internos, se habrían superado los 50.000 afiliados; varias decenas de sedes regionales y locales abiertas al trabajo interno y a la militancia; 15.000 candidatos en 800 candidaturas. Unos números de enorme potencial… al menos hasta el 27 de mayo pasado.

Pero su éxito no se limita a unos rápidos números más o menos expositivos: Vox ha logrado situar en la escena pública diversos debates sociales soterrados por el consenso políticamente correcto. Nos referimos a la progresiva deconstrucción de España, las componendas de la oligarquía política del régimen, el impacto humano de la inmigración, las perversas aplicaciones de la mal llamada ley contra la violencia de género, la hipocresía y desmemoria histórica, etc.

A partir del inesperado voto de protesta andaluz, su correspondiente estado de ánimo, indisciplinado y poco estructurado, se proyectó a nivel nacional cual fuegos artificiales. Y ya sabemos qué pasa siempre con los mismos.

En este contexto de crisis, con toda seguridad, de muchos de los recientes afiliados ya nada volverá a saberse de puertas hacia dentro: buscaban poltronas, reconocimiento, sueldos… Algunos lo han conseguido, “colocando”, incluso, a esposas, amiguetes y afines. Estas cosas son inevitables; especialmente para un partido que tuvo que edificarse desde una casi total indigencia material.

De igual modo, se han frustrado –dolorosamente- muchas expectativas erróneas, sobrevaloradas, infantiles e inmaduras… políticamente hablando: ¡90 diputados en el Congreso!, ¡desbancar al PP…! Se acabaron las ensoñaciones. Realismo a golpe de realidad.

Lo cierto e incuestionable es que en las elecciones generales de abril Vox sumó 2.677.173 votos. En las europeas de mayo siguiente fueron 1.388.681. Y en las municipales, simultáneas a europeas y autonómicas, 655.983 votos; en buena medida justificable por su pequeña implantación territorial, en comparación con la del bipartidismo del régimen, es decir, PP y PSOE.

2.- Autocrítica y debate democrático

Nos situamos, pues, ante un Vox en profunda crisis. Pero, ¿de qué naturaleza? ¿De crecimiento o terminal?

Es evidente e incuestionable que “algo” muy relevante ha acaecido en Vox, y en muy poco tiempo. Una cuestión, ciertamente, que bien debe contemplarse; no en vano se trata de un partido político, de actuación pública, susceptible por tanto de evaluación por el conjunto de la ciudadanía. Nada, pues, de cotos privados, secretos guardados a cal y canto, silencios resignados, preguntas sin respuestas, o confianzas inasequibles al desaliento en el carisma e intuición del liderazgo. Votantes o no, afiliados o no, los españoles somos ciudadanos mayores de edad, no súbditos.

Pero, pese a tal contexto, desde Vox no se ha hecho pública ninguna reflexión al respecto: apenas algún comunicado para uso interno, de tono simplista y un tanto triunfalista. Tampoco han llegado, a sus desorientados electores, claves interpretativas de lo acaecido y/o del curso futuro del partido, emitidas desde la pluma o voz de tertulianos situados en su periferia, quienes pudieran anticipar a este partido semejante trabajo mediático. Y es que los comentarios de algunos de sus líderes vía Whatsapp o Twitter, no pueden tener ni la profundidad, ni el calado, de una elaboración mínimamente coherente y profunda. Se trata, pues, de otra carencia que Vox deberá afrontar: la de dotarse de medios de comunicación -oficiales u oficiosos- que generen opinión, materiales para el debate, e informaciones pensadas en afiliados y simpatizantes, que vayan más allá de los infantiles argumentarios propios de ocasionales escenarios electorales. Las memes están bien, pero no para siempre, ni para todos.

Todo partido es fruto –en lo bueno y en lo malo- de diversas condiciones y potencias concurrentes: un liderazgo, una base humana, medios materiales (desde las sedes, medios de comunicación afines, recursos económicos sólidos y transparentes), una cultura organizativa, unas bases ideológicas; tácticas y estrategia.

Analizar el desarrollo y estado de cada uno de tales factores, en la atípica trayectoria de Vox, sería propio de una tesis doctoral o de un profundo trabajo de algún gabinete demoscópico y politólogo. Pero, desde la conciencia de los límites propios, ya es posible anticipar algunas conclusiones o hipótesis desde el sentido común y la reflexión metapolítica. Veámoslas.

3.- Vox cambia profundamente en febrero de 2019

El antes y el después en la marcha ascendente del partido es marcada por los profundos cambios estatutarios escenificados en la Asamblea General del 23 de febrero. Hasta entonces su modelo se pretendía democrático y regenerador; con posibilidad de elección, por parte de los afiliados, tanto de los cargos orgánicos (internos) como de las candidaturas a las instituciones públicas. Semejante modelo, apropiado para un contingente pequeño que hace de la regeneración democrática -frente a las prácticas oligárquicas de la vieja casta- una de sus banderas, se modifica apresuradamente, según estamos viendo, en febrero; centralizándose toda su estructura decisoria real en un pequeño equipo radicado en Madrid. Se trataría –aquél- de su núcleo directivo, quien abordaría y resolvería todas las decisiones relevantes. La primera evidencia de este cambio es la percepción generalizada de que la militancia que soportó la “travesía del desierto” es relegada por “fichajes estrella”, antiguos militantes del PP y advenedizos varios. En segundo lugar, dada la confusión y parálisis generadas por la avalancha de afiliados y la inoperancia de buena parte de las estructuras del partido, el recurso alternativo y democrático al Comité de Garantías se muestra inaccesible para la militancia, en general, e inédita para el conjunto de Vox.

De ambas circunstancias se derivan otras situaciones en cadena, particularmente: las gestoras, comités y equipos provinciales se convierten en amos y señores de la comunicación con las instancias superiores del partido, generalizándose prácticas de cooptación basadas en criterios personales e incluso de facción religiosa (chidos, kikos, pitufos…). De ahí el rosario de quejas, primero, y abandonos individuales de antiguos afiliados, posteriormente; quienes hicieron públicas -en no pocos casos- su descontento alegando cuestiones muy diversas: desde la denuncia genérica de la ausencia de democracia interna, hasta la inexistencia de información alguna destinada a los afiliados de base desde los órganos provinciales, pasando por la inoperancia del Consejo Político y tantos –supuestamente- incomprensibles y repentinos nombramientos “a dedo” desde Madrid, tanto de gestores como de candidatos.

4.- La deriva ideológica hacia el liberalismo “católico”

Vox intentó explotar y generalizar el éxito andaluz, ante todo, profundizando en una tosca imagen patriótica de bandera, una comunicación centrada en mensajes mínimos para redes sociales y una evidente orientación hacia postulados económicos liberales. Simultáneamente, procuró no someter a la exposición pública las debilidades e incoherencias internas, propias de tanto candidato bisoño, mediante una restrictiva y controlada actuación antes los medios de comunicación; táctica que también experimentó algunos giros significativos, como por ejemplo ante La Sexta.

La antes mencionada deriva “liberal” no es de extrañar, pues había que dotar, a tan precaria y desdibujada estructura, de materiales de trabajo, documentos y bases doctrinales; labor realizada en buena lógica por quienes ya estaban organizados previamente. De ahí una afluencia de materiales y consignas elaboradas en determinadas entidades católicas –muy conservadoras en lo dogmático-religioso- y liberales en lo económico. Es el caso de voxistas, de nuevo o añejo cuño, vinculados a la elitista Acción Social Empresarial y al Centro Diego de Covarrubias. Ya existía, por otra parte, una presencia significativa de elementos muy cualificados procedentes de El Club de los Viernes (liberal-libertarios).

Tal pertrecho ideológico alejó a Vox de ciertas expectativas de vocación transversal, al modo europeo, que en España, por ejemplo, ha retomado Íñigo Errejón, tras la afirmación de la línea leninista-oportunista de Pablo Iglesias y su círculo dirigente en Podemos. Una transversalidad, básicamente, orientada a la extensión de la soberanía nacional al ámbito económico-social; táctica indisimuladamente dirigida a las clases trabajadoras españolas que también ha profundizado en el plano teórico, por ejemplo, un Jorge Verstrynge. Recordemos, de paso, cómo este autor siempre rechazó inequívocamente el presunto carácter fascista de Vox, destacando como novedosa su orientación populista; si bien también ha advertido su realineamiento liberal-conservador.

Ciertamente, muchos de quienes lo leyeron en su día, haciéndolo propio, vienen echando de menos algunas de las dimensiones contempladas en el Manifiesto Fundacional de Vox. Por otra parte, también se han producido algunas rectificaciones programáticas poco claras; caso de la cuestión foral que han replanteado los dirigentes de Vox en Navarra y que no ha sido bien comprendida por la militancia de esa comunidad y de otras.

5.- Posicionamiento internacional

Tampoco han sido explicadas ni debatidas, con la militancia ni los cuadros intermedios, otras decisiones de carácter estratégico. Es el caso de la suma de los tres europarlamentarios voxistas al ECR, Grupo de Conservadores y Reformistas Europeos (junto a los católicos nacional-polacos de Ley y Justicia, los postfascistas Hermanos de Italia, los separatistas de la Nueva Alianza Flamenca y, todavía, los conservadores británicos). Salvo el comentario informal de que no existiría una afinidad personal entre Abascal y Le Pen y Salvini -siempre en petit comité- no se ha conocido reflexión mínimamente elaborada al respecto.

Es muy posible que el liderazgo de Vox haya optado, por la decisión anterior, al percibirla como la menos expuesta a las críticas mediáticas. No obstante, su base electoral -bragada en la batalla del día al día en barrios, centros de trabajo y cuestionados en sus propias familias- habría comprendido muy bien otros alineamientos internacionales con partidos interclasistas, contundentes y alejados de los complejos y pasteleos de la vieja política. No es sencillo, por otra parte, que buena parte de la base electoral de Vox –católica culturalmente, pero alejada de cualquier práctica propia de grupos confesionales tan exclusivistas como “discretos”– se identifique con esos particulares planteamientos nacionalcatólicos que, una vez marchen los británicos, prevalecerán en el ECR de la mano del PiS.

6.- Una desigual implantación territorial

Otra realidad que bien debe analizarse es la desigual implantación del partido a lo largo de las diversas comunidades españolas.

Desde hace años es muy difícil el arraigo, no digamos ya el crecimiento, de los partidos del centro-derecha en el País Vasco y Cataluña. Sin embargo, en el caso catalán la debacle debe considerarse desde algunos de los mimbres anteriores que también alimentaron Vox: es el caso de la extinta Plataforma de Cataluña que, en sus mejores momentos, superó las cinco docenas de concejales. Sin embargo, Vox no ha logrado, siquiera, alcanzar esos niveles. Tal vez ello sea indicativo de que el patriotismo de bandera no es suficiente –al menos allí- y que se precisa elevar el tono en cuestiones como la inmigración ilegal, su incidencia en los niveles de delincuencia, su impacto en la precarización laboral de los españoles, la subcultura de la subvención y la “paga” de determinados colectivos etnoculturales, etc.

El caso vasco también deviene muy doloroso para Vox, por ser aquélla la patria chica del propio Abascal. Y no basta consolarse con el neotestamentario “nadie es profeta en su propia tierra”.

Otros supuestos, particularmente Galicia, siempre han sido territorios difíciles para operaciones que no pasen por el mismísimo PP. Y en el caso navarro acaece un fenómeno análogo, en esta ocasión merced al afortunado paraguas electoral desplegado por UPN, Navarra Suma, deglutiendo Ciudadanos y al mismísimo PP.

Un partido que hace de la unidad nacional su principal bandera no puede eludir conclusiones y actuaciones futuras que traten de paliar tan chirriantes hechos.

7.- ¿Qué quiere ser Vox de mayor? ¿Volar por su cuenta o volver a casa con papá?

El dilema estratégico de Vox, hoy decisivo, es el siguiente: sustituir al PP, lo que nunca fue posible, más dada la recuperación del partido de Pablo Casado; o elaborar un nuevo sujeto político que se remita al espíritu regenerador fundacional mirando otras prácticas de impacto en Europa.

A Vox le espera, en todo caso, otra “travesía por el desierto”, si bien muy distinta a la sufrida de 2013-2018. En cualquier caso, ya se ha demostrado que no basta con repetir fórmulas de éxito ocasional (el caso andaluz). No hay, en consecuencia, ni soluciones mágicas, ni atajos.

El verano, sin duda, no es el momento de afrontar tales desafíos. Y, entre las prioridades del partido –en verano y otoño- deberán primarse la formación de cargos electos, su coordinación y la elaboración de tácticas parlamentarias y municipales comunes y coherentes.

Pero Vox también deberá afrontar, con decisiones concretas, y más antes que después, el hecho de que su hipercentralizado modelo actual le incapacita para una acción pegada al terreno, el trabajo sectorial y la implantación territorial.

Su liderazgo, cuadros intermedios y demás militantes –si les dejan a segundos y terceros- deberán plantearse si su estrategia pasa por una incorporación ordenada y consensuada en el PP, o se deciden definitivamente por la construcción de un partido político moderno, eficaz y con línea propia; lo que inevitablemente le orientaría hacia otros modelos europeos de éxito, caso del RN francés y la Liga italiana. No en vano, si persiste en soluciones liberales será deglutido por un PP, líder del liberalismo-conservadurismo, quien intentará minimizar, por su otro flanco, a su todavía rival liberal-progresista Ciudadanos. Demasiados partidos liberales…

Renunciar a un programa social -que inequívocamente defendiera el Estado del bienestar, el control de la inmigración y un programa cultural identitario- sería dejar el vector de la transversalidad en manos exclusiva de Errejón y similares; en lugar de convertirlo en palanca del cambio mental y social que la regeneración y transformación de España planteaba, al menos fundacionalmente, Vox.

En todo caso, y visto lo visto, a día de hoy, a pesar de sus indudables éxitos, o a causa precisamente de los mismos, e independientemente de su acreditada capacidad de resistencia (“agua pasada no mueve molino”), Vox –desde nuestra modesta percepción- se está equivocando: en su orientación económica marcadamente liberal, en su alineamiento internacional, en su seguidismo de un modelo idealizado del PP, en su política informativa, en su modelo de partido. ¿Puede rectificar? ¿Hay voluntad para ello? O lo que es lo mismo: ¿se alejará de las corruptelas propias de la partitocracia de este régimen? ¿Está todavía a tiempo?

Y es que no se trata de que unos cientos de cargos públicos vivan de la política durante unos años (cuatro u ocho) dentro de Vox o, catapultándose del anterior, en el PP u otros. Lo que está en juego es la España contemplada en el Manifiesto Fundacional.

© La Tribuna del País Vasco

 

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