El pasado 1 de mayo de 2019 se produjo el ascenso al trono de Japón del emperador Naruhito, casado con la emperatriz Masako e hijo del emperador emérito Akihito y de la emperatriz Masako. La llegada al país asiático de la nueva era “Reiwa” o de la “nueva armonía” ha provocado que muchas miradas de todo el mundo se hayan vuelto hacia una nación tan fascinante como sorprendente que, aunque comparte no pocos valores con Occidente, también mantiene profundas diferencias con las democracias liberales. De hecho, Japón se ha convertido ya en la “gran democracia iliberal” del planeta.
La expresión “iliberalismo”, según explica el analista Jesús J. Sebastián, no se popularizó hasta la publicación de un artículo de Fareed Zakaria titulado The Rise of illiberal Democracy (“El ascenso de las democracias iliberales”), al que siguieron numerosos debates. “Zakaria definía la democracia iliberal como una doctrina que separa el ejercicio clásico de la democracia de los principios (liberales) del Estado de Derecho. Se trata de una forma de democracia donde la soberanía popular y la elección continúan jugando un rol esencial, pero que no duda en derogar ciertos principios liberales (normas constitucionales, libertades individuales, separación de poderes, etc.) cuando las circunstancias lo exigen. Esto se traduce en un rechazo del individualismo, del ‘lenguaje de los derechos’ y de la ‘paz perpetua’, así como de un rechazo de la herencia de la Ilustración. La teorización negativa del ‘iliberalismo’ renace en la década de los años 2010 con la llegada al poder de los ‘euroescépticos’ en Hungría y en Polonia. En 2014, Viktor Orbán asume como propia la expresión para definir el poder que él encarna. El ‘iliberalismo’ se convierte, poco a poco, en la marca de los nuevos regímenes y de los movimientos que van surgiendo en Europa por todas partes, opuestos a la Unión Europea actual, antiinmigracionistas y defensores de sus identidades nacionales”.
Pero, iliberal o no, ¿cómo es Japón actualmente?. La tercera economía mundial llama la atención al visitante por la limpieza de sus calles, el silencio de sus ciudades, la cortesía extrema de sus ciudadanos, el perfecto funcionamiento de sus servicios públicos y la disciplina colectiva de una sociedad que, en ocasiones, parece demasiado encerrada en sí misma. Y, de hecho, esta impresión se refuerza cuando uno llega a Tokio y observa la práctica inexistencia de textos en caracteres románicos, el escaso conocimiento que se tiene del inglés y la constatación de que la nación mide su tiempo no según el calendario gregoriano sino en relación al reinado de sus emperadores.
El gran archipiélago asiático puede presumir ante el mundo del pleno empleo de todos ciudadanos (apenas un 2,3% de paro), de unos elevados niveles de seguridad (en 2016, se produjeron 296 robos por cada 100.000 habitantes, siete veces menos que en un país como Francia, por ejemplo), con unas cárceles que históricamente se encuentran al 40% de su ocupación o donde prácticamente no existe pobreza (menos de 5.000 mendigos se contabilizaron en las calles japonesas durante 2018). Pero todos estos datos deslumbrantes no se entenderían sin la gruesa capa de conservadurismo, de iliberalismo, según otras definiciones, que baña el país y que sería inaceptable para la gran socialdemocracia europea.
La inmigración es prácticamente inexistente en Japón, con una tasa del 2% de extranjeros en su población.
La inmigración, por ejemplo, es prácticamente inexistente en Japón, con una tasa del 2% de extranjeros en su población. Recientemente, el pasado mes de abril, se ha abierto una pequeña puerta a la entrada de trabajadores foráneos, pero con unas muy estrictas restricciones: imposibilidad del reagrupamiento familiar y demostrar al menos 10 de años de experiencia previa en el oficio o puesto de trabajo que se vaya a desempeñar en las islas.
La seguridad que existe en el territorio nipón se consigue también con medidas que, actualmente, no sen legales en ningún país occidental: la Policía puede detener a una persona durante 23 días antes de ser llevada ante un juez, sin acceso a las pruebas existentes en su contra y sin abogado. Pena de muerte en vigor, que se ha utilizado en 15 ocasiones en 2018, sin que se produjera ninguna protesta.
La familia, en Japón, contrariamente a lo que ocurre en Occidente, se considera como uno de los principales elementos de cohesión social (un 2,3% de niños nacidos fuera del matrimonio, contra el 40% en España y el 59,7% en Francia, por ejemplo). En el país nipón, además, la igualdad de sexos no se entiende como en las democracias liberales. De hecho, su propia denominación oficial no lo reconoce así. Utilizan el término “danjo kyoko sankaku”, que podría traducirse como “participación común de los géneros”. Tampoco el aborto es un “derecho” en Japón. Ciertamente, las mujeres pueden aducir “razones económicas” para abortar, pero el hecho de hacerlo se considera algo muy similar a un delito. El matrimonio entre personas del mismo sexo no existe ni se contempla en Japón y, de hecho, tampoco es una reclamación social.
Como explica Régis Arnaud en un completo reportaje publicado en Le Figaro Magazine, del que se han extraído los principales datos que se manejan en esta información,
Pese a su indiscutible declive demográfico (pierde 500.000 habitantes por año), el modelo japonés seduce cada vez más al mundo.
a pesar de que Japón padece un indiscutible declive demográfico (pierde 500.000 habitantes por año), su modelo seduce cada vez más al mundo. “Antes, a caballo de la globalización, los países querían parecerse cada vez más a la California multicultural y liberal... Hoy, en Estados Unidos, Brasil, Italia, Hungría, Reino Unido, los nacionalismos ganan terreno. Quieren encontrar ese país unido, esa sociedad homogénea, que parece sentirse paseando por las calles de Japón. ¿Será el presente japonés nuestro futuro?”.
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