¿Un nuevo proceso de Nuremberg?
Quiénes deberían sentarse en el banquillo
Hace unos días, el presidente de Ucrania, el señor Zelinsky, nuevamente en campaña mediática después de obtener del presidente francés Macron 1.000 millones de euros, solicitó a los distintos lideres occidentales, que prevean la constitución de un tribunal penal internacional especial para juzgar por crímenes de guerra a los responsables políticos y militares rusos. Previamente el presidente francés ya se había pronunciado sobre lo que definió como un genocidio, a saber, los bombardeos rusos sobre las infraestructuras energéticas que conllevan cortes de electricidad para los civiles. Algo nada novedoso, por cuanto ya la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa (PACE) había solicitado la pasada primavera que se constituyera ese tipo de tribunal. La coral de políticos e instituciones occidentales que piden la constitución de semejante tribunal se parece más ya a un orfeón. El propio Biden ya abrió la veda justo al inicio del conflicto, diciendo que Putín era un asesino y que pagaría el precio por ello.
Es inaudito y pasmoso el cinismo de los dirigentes de los países de la OTAN al reclamar este tribunal. No ya por los antecedentes que tienen muchos de ellos por sus anteriores intervenciones carentes de la menor legitimidad, sino también por las terribles consecuencias que tales intervenciones han acarreado, al desestabilizar vastas zonas en distintos continentes, arruinando economías enteras, provocando conflictos étnicos y religiosos, persecuciones y genocidios. Que sean ellos los que ahora piden estos tribunales resulta repulsivo. Han perdido toda decencia y carecen de moral.
La desvergüenza con la que Merkel ha reconocido que, en los acuerdos de Minsk, no había ninguna intención de negociar nada, sino sólo ganar tiempo para que Ucrania se integrara en la OTAN, la convierte en cómplice de provocación del conflicto; Porochenko, al negar, desde el primer día después de la firma, el cumplimiento de los acuerdos de Minsk y al fomentar los bombardeos de civiles en las repúblicas del Donbass; Macrón, al instar el cese de hostilidades sin haberse leído previamente los acuerdos de cuyo cumplimiento Francia era garante; u Holande, al faltar a su palabra de hacer cumplir los acuerdos firmados en Minsk: todos ellos son responsables de esta guerra como autores o cómplices. No se olvidé que el incumplimiento de dichos acuerdos originó, desde 2014, más de 14.000 muertos, entre los cuales110 niños, así como 80.000 heridos.
La única intención, confesada ya sin remordimiento alguno, era ganar tiempo para armar al ejército ucraniano, para integrar a Ucrania en la OTAN, y de esta forma imponer sus condiciones a una Rusia aislada y debilitada social y económicamente como resultado de la imposición de sanciones a cada cual más insensata e incoherente.
Culpables lo son el propio Zelensky elegido porque se comprometió a negociar con las repúblicas secesionistas; Boris Jonhson por impedir la celebración de negociaciones de paz cuando todavía se podía parar la guerra; la señora Ursula Van del Layen, corrupta total que ha censurado a los medios y dispuestos de la tarjeta de crédito europea para entregar cantidades millonarias para comprar armas que acaban en círculos mafiosos; Borrell, al promover y aplicar sanciones a la economía rusa que acabaremos pagando todos. He ahí los responsables directos de esta guerra.
Y no hablemos ya de los dirigentes de los Países Bálticos y Polonia, que aprovechan su rusofobia visceral para discriminar a la población de origen rusa, privándola de todos sus derechos y censurando sus medios de comunicación, sin que se cuestione en modo alguno el derecho a la libertad de expresión o la violación de derechos humanos cuando se priva a los ciudadanos de origen ruso de los más elementales derechos de acceso a los servicios públicos. No aparece, por cierto, en los medios occidentales ninguna información al respecto, por más que se supone que Europa es la gran defensora de los derechos humanos y ellos están integrados en ella.
Mención aparte merece el clan Obama, Clinton, Biden, promotores de revoluciones naranja y de los sucesos del Maidan, instalando gobiernos corruptos y promoviendo grupos xenófobos de ideología explícitamente nazi causantes de torturas y genocidios entre la población del este de Ucrania e imponiendo una cultura de odio no sólo hacia el pueblo ruso, sino incluso hacia otras minorías étnicas, húngaras o rumanas. Son también ellos quienes han instalado laboratorios de investigación para la guerra bacteriológica de forma clandestina al estilo de los médicos asesinos nazis en los campos de concentración, aunque reconociendo posteriormente su existencia sin pudor alguno, pero sin decir a qué tipo de experimentos se dedicaban. Es decir, sin precisar si se llevaron experimentos letales entre la población para probar su eficacia.
Otros, sin embargo, han adoptado un perfil de lado; callando, han aceptado y avalado cobardemente todas esas situaciones. No han elevado la voz para parar y denunciar una deriva que nos ha conducido a los sucesos a los que estamos asistiendo, no fuera que perdieran sus prebendas.
Ninguno ha impedido que se llegara a este conflicto, del mismo modo que ninguno se ha pronunciado para que ambas partes se sentaran a una mesa de negociación. Bien al contrario, sólo se les han oído ultimátums y amenazas de sanciones, a la vez que promovían el envío de armas y dinero para su compra en cantidades exorbitantes. Con su posicionamiento lo único que están causando es una prolongación de una guerra que está desangrando a un país, provocando el exterminio de varias generaciones y una ruina económica de la que Ucrania difícilmente se recuperará si es que antes, sus vecinos hoy complacientes aliados, no se han apropiado cada uno de su parte.
Todos ellos son los verdaderos culpables de esta guerra, y son a los que habría que sentar en el banquillo para juzgarlos por crímenes de guerra y por las muertes que se están produciendo. Si nuestras sociedades occidentales tuvieran la suficiente información no censurada; si no fueran desinformadas por la continua propaganda mediática fomentada por dirigentes incompetentes, y supieran lo que realmente está sucediendo con el pueblo ucraniano, saldrían a la calle para parar esta sangría. Tantos muertos son inadmisibles, tanto sufrimiento para la población es insoportable, aunque…, claro, no son los nuestros. Por lo demás, llama también la atención la situación de beligerancia en la que se han posicionado todas las fuerzas progresistas, en otras horas desfilando tras la pancarta de “No a la guerra”.
Lazos rotos
No sabemos cuándo acabará esta guerra. Deberíamos ser conscientes de que los rusos no van a negociar, sino que van a imponer sus condiciones, y cuanto más dure este conflicto más duras serán esas condiciones. No van a renunciar a los territorios recientemente anexionados a la Federación rusa, y quién sabe si tampoco a los territorios que puedan ir conquistando. En todo caso, no volveremos a ver la Ucrania con las fronteras de 1991.
Un hecho que ha pasado totalmente desapercibido en los medios occidentales ha sido el termino con el que el presidente Putin, en su reciente discurso justificando los ataques a infraestructuras energéticas, se refirió a Ucrania. La nombró como “el país vecino”, no dijo “cercano” o “fraterno”, como hasta ahora. Fue un cambio de actitud radical, resultado tal vez de su hartazgo ante la insistencia por parte de Zelinsky y sus aliados de la OTAN de proseguir una guerra que no van a ganar. Sin embargo, ha vuelto a retomar los términos de lazos fraternos en un reciente discurso al referirse a los vínculos que unen a rusos y ucranianos, responsabilizando de su deterioro a Occidente, resistiéndose a que se olviden siglos de historia, cultura y religión comunes.
Pero pese a la existencia histórica de esos lazos fraternos, culturales, religiosos, la realidad que están descubriendo los rusos es que ya esos lazos no están tan claros, y que una parte de la población ucraniana, durante esta última década, ha sucumbido al adoctrinamiento cultural e ideológico promovido por los gobiernos sucesivos y sus secuaces, los grupos paramilitares de ideología nazi, y que el odio hacia Rusia y los rusos se ha instalado en su interior. Un ejemplo más de esa persecución a todo lo ruso, es la prohibición de la Iglesia Ortodoxa dependiente del Patriarcado de Moscú. Los monasterios e iglesias están siendo asaltados y sus clérigos detenidos por colaboración, y la situación recuerda mucho a la época de la ocupación nazi, cuando los seguidores de Bandera imponían el terror al resto de la población. Basta con releer la historia para ver que estamos en la misma situación. Tampoco se dice nada al respecto.
Aunque los rusos no tienen ese mismo sentimiento de odio hacia los ucranianos, no contemplan ya esa fraternidad que venían teniendo hacia el pueblo ucraniano. El distanciamiento es cada vez más visible y no está nada claro si algún día podría revertirse, tanto por unos como por otros. Lo más probable es que nunca se pueda curar esta fractura.
Los servicios rusos de inteligencia cometieron un grave error creyendo que en el ejército ucraniano encontrarían a antiguos colegas de la época soviética y que se entenderían para llegar a un acuerdo rápido. La realidad era totalmente distinta. Desde El 2014 es un ejército enteramente otanizado, en el que se ha producido una simbiosis entre los elementos de las fuerzas paramilitares de grupos declarados abiertamente nazis y el resto del ejército. Su comportamiento en las zonas a las que han accedido es la de un ejército extranjero de ocupación, que utiliza a la población civil como rehenes para defender sus posiciones impidiendo su evacuación, como sucedió en Mariupol.
No habrá concesiones
Tal vez, los americanos estén pensando en que han logrado ya sus objetivos: frenar a Europa y mantener su cortijo económico, aunque no hayan derrotado a Rusia económicamente, y vayan pensando en sentar a Zelinsky en una mesa de negociaciones, aunque el presidente ucraniano se resista por ahora.
¿Cómo entender, si no, los recientes viajes de la señora Nuland a Kiev, o la insistencia de Macron en hablar con Putin (que, por cierto, no le coge el teléfono) o la recomendación de Xi Jinping de que debe haber una mesa de negociaciones? Los rusos han dicho ya que están dispuestos a negociar, pero eso sí, en las condiciones actuales, lo cual significa que, como premisa, debe reconocerse la incorporación de los territorios que votaron su anexión a la Federación de Rusia. Las condiciones las impondrán los rusos, porque ya no se fían de mentirosos y ladrones, como tampoco lo harán ya asiáticos, africanos, sudamericanos o de Medio Oriente, que han comprobado como Occidente no cumple su palabra y se apropia de los bienes ajenos sin vergüenza alguna. Nadie querrá ser la próxima víctima.
Un armisticio podría ser lo que se podría llegar a firmar, aunque a diferencia de la Paz de Panmunjom entre las dos Coreas, en este caso deberán reconocerse las nuevas fronteras con los territorios anexionados a la Federación Rusa y la creación de una zona desmilitarizada de un centenar de kilómetros, y por supuesto un compromiso de neutralidad sin posibilidad de incorporación a organismos supranacionales como la OTAN o la Unión Europea.
De imponerse una negociación, Zelinsky lo tiene difícil porque sus cachorros nazis le han prometido una bala en la cabeza si cedía a unas negociaciones, como les ocurrió a los primeros negociadores al inicio del conflicto, y sus mentores americanos no se caracterizan precisamente por una lealtad a toda prueba. Al final, tal vez los rusos podrían ser los únicos que le salvarían la vida; eso sí, probablemente en una colonia penal en la lejana Siberia.
En conclusión: ¿a quiénes se debería juzgar y condenar?
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